Artículo extraído del libro “De Valledupar a Macondo: los caminos del realismo mágico” (Editorial Conceptos, 2024).
Valledupar no sería la misma sin las redes sociales. La cartografía del abuso y la denuncia tiene otro relieve en el mundo virtual. El ciudadano común y corriente ya pudo comprobarlo en 2018, cuando, desde la alcaldía, se mandó a borrar un mural histórico en el centro de Valledupar sin contar con los permisos requeridos ni el beneplácito de la comunidad. El estallido de cólera fue tan grande, la reacción en las redes y en las calles tan notable, que los causantes del atropello tuvieron que acudir a todo tipo de argucias para tapar un acto evidente de destrucción.
La historia se repitió a principios del año 2021 con un escenario diferente pero igual de simbólico. El cerro de Hurtado, ubicado en las inmediaciones de la empresa DPA (conocida también como Cicolac), fue el centro de las hostilidades. Allí mismo, al pie de ese santuario natural, empieza la crónica de un agravio patrimonial.
Lee también: ¿Desaparecerá el cerro Hurtado?
El 11 de enero varios integrantes de la Mesa del Árbol, una asociación de ambientalistas nacida con el fin de visibilizar y solucionar algunos problemas destacables del arbolado de Valledupar, pusieron la alerta en las redes sociales: el cerro estaba siendo intervenido. Una construcción de 40 viviendas ponía en peligro su integridad y equilibrio. Las excavadoras ya estaban en acción, levantando tierra y aplanando un terreno que, hasta entonces, nadie se imaginaba que era edificable.
A partir de ese momento, surgieron todo tipo de publicaciones en medios y redes sociales. El 13 de enero apareció en el periódico EL PILÓN el artículo titulado “¿Desaparecerá el cerro Hurtado?” que ponía en adelante los avances de una obra ubicada en pleno “pulmón vegetal”. También se mencionaba el documento de iniciación de trámite de licencia urbanística bajo el radicado 20001-1-20-0506, con fecha del 25 de noviembre de 2020, que, si bien anunciaba las intenciones, no autorizaba el inicio de la construcción.
Rápidamente, con las sinergias que ofrecen las redes sociales y el descontento ciudadano, se comprobó que la afrenta era doble: los trabajadores de la construcción trabajaban sin el debido permiso –aprovechando el descuido general impuesto por la pandemia–, y ese gran monumento natural, tan irremplazable como el aire o el río Guatapurí, estaba totalmente desprotegido. El acuerdo Nº032 del 9 de agosto de 1996 del Concejo Municipal de Valledupar, que declaró los cerros Hurtado y La Popa, zonas de reservas ecológicas y patrimonio de la ciudad, ya no era de actualidad. Los cambios sufridos en el Plan de Ordenamiento Territorial (POT) de 2015 permitieron, de repente y de forma negligente, la urbanización privada en una parte del cerro exponiéndolo así a la codicia de inversores, empresarios y constructores.
El esfuerzo de los defensores del patrimonio y de los ambientales se centró, entonces, en rescatar el carácter patrimonial del Cerro de Hurtado, en demostrar su utilidad ambiental y paisajística, así como esclarecer el buen uso que debía hacerse del suelo, porque, por mucho que lo quiera un propietario, no se puede construir cualquier cosa en cualquier lugar. Y menos en un santuario natural.
Todo esto no hubiese sido noticia de no ser porque el cerro siempre fue sinónimo de paz y naturaleza, una primera evidencia de la riqueza ambiental del Valle de Upar. Esta colina, que antaño formaba el horizonte lejano de la ciudad, fue integrándose paulatinamente en el entramado urbanístico, indemne y reluciente, mientras el crecimiento inevitable empujaba la urbe hacia el norte.
En el cerro en peligro se asienta un bosque tropical seco, en el que predominan cactáceas, cañaguates, ceibas y majaguas. Un hábitat irremplazable para aves y reptiles que encuentran aquí un refugio ante el implacable avance de la urbanización. Es también un lugar remoto sin serlo, una especie de parque misterioso e infranqueable en el corazón de la ciudad, tal vez también evocador de la más pura infancia y esencia de Valledupar. El escritor Jacobo Solano recordó sus primeros viajes en un artículo que alerta a la masacre ambiental: “Al cerro subí por primera vez cuando tenía 12 años, fue una experiencia que no he podido olvidar”.
El cerro de Hurtado no es un elemento cualquiera. Lo resalta el columnista José Romero Churio en un texto lleno de dolor e indignación: “Pocas ciudades del mundo tienen cerros oteros en su interior, Valledupar ostenta el privilegio de lucir dos, el otro, afortunadamente, permanece intacto en el predio del Batallón de Artillería La Popa”, explica antes de recordar el maravilloso espectáculo de colores que ofrece cada año gracias a los cañaguates florecidos y las otras alternancias en el follaje de su arbolado.
Pero también está su función pulmonar. El cerro es un punto verde de referencia, sano y soberbio, solo frente a una ciudad empecinada en crecer, construir, asfaltar y consumir, que poco –o nada– cuida sus árboles. La ciudad de Nueva York tiene su Central Park. Paris, le Bois de Vincennes. Madrid su Retiro. Barcelona, el Parque de la Ciudadela. Londres, el famoso Hyde Park y sus 4000 árboles flamantes. Es cierto que muy poca gente se pasea por el cerro de Hurtado, que su acceso difícil le hace hermético y lejano a la vez, pero su relevancia en la gran “red” verde y el equilibrio local es incuestionable. Valledupar no puede permitirse la pérdida de uno de sus cerros tutelares.
“Nosotros ya tenemos un bosque, no tenemos ni que construirlo –explica el profesor y ambientalista Rodolfo Quintero–. Hay que ver la importancia de tener un pulmón en la ciudad, pero también es un elemento fundamental de la cultura urbana. Es un privilegio para los vallenatos que dentro del área urbana tengamos dos cerros, dos ecosistemas de bosque seco tropical”.
No dejes de leer: El cerro fue ‘hurtado’ a los indígenas
El llamado de quienes quieren ver progresar Valledupar es evidente. No se puede caer en la insensatez de destruir un tesoro natural a cielo abierto. No se puede aspirar a ser una ciudad inteligente o creativa, y demoler al mismo tiempo los lugares verdes que sostienen todo un equilibrio verde. No se puede hablar de ciudad amable, y luego, ser el retrato vivo del que construye con cemento, sin planeación y sin escrúpulos. No se puede pensar en futuro y matar todo un ecosistema. Simplemente, no se puede.
La gran alerta que estalló en las redes sociales fue una primera victoria de la sociedad civil. La gran movilización ciudadana que siguió por la defensa de un bien común, también. Tras las primeras denuncias de la Mesa del Árbol siguieron los medios de comunicación, con los primeros reportajes y artículos de opinión, los ciudadanos de a pie, defensores del patrimonio, abogados y entidades que velan por la conservación de la naturaleza y el bienestar. En este orden y en cualquier otro. Todos avivados por la efervescencia de las redes y presionando la alcaldía en demostrar que la obra fue detenida.
Y, sin embargo, este primer impulso no puede quedar ahí. La defensa debe seguir, firme y constante, y sobre todo: organizarse y ampliar las “redes” protectoras –alternando acciones comunicativas, como la de la Comisión de Medio Ambiente Plataforma Juventudes, vigías grupales y gestiones administrativas o legales–, porque la detención de las obras sólo representa un respiro, un alivio circunstancial y una pausa capciosa. El cerro vive ahora bajo la mirada acechante del cemento y de quienes consideran –y siempre seguirán pensando- que unos pesos valen más que el legado natural de una ciudad. La gran realidad del 2021 es que Valledupar despertó menos inocente, tambaleante a causa de una crisis sanitaria y económica sin precedentes y sabedora de que al Covid se le suma otro virus: el de la codicia más extrema e indolente. Y éste es un virus que acaba con todo. Hasta con la memoria.
¿Qué soluciones existen para salvar el cerro? La gran pregunta acepta múltiples respuestas, pero todas, de alguna forma, pasan por el alcalde. Su autoridad y el parentesco con el propietario del proyecto le obligan a tomar una clara postura y marcar el camino de lo que será el futuro de Valledupar. El columnista José Romero Churio sostiene que el dirigente debe negociar transparentemente y comprar el terreno involucrado cabalmente. Desde la Mesa del árbol se evidencian dos caminos: una expropiación (poco probable) y una indemnización a precio catastral (más recomendable), con una declaración de bien público.
Todos estos caminos van también supeditados a una gran premisa: la función ecológica de la propiedad. Como bien lo explica el abogado ambiental Diego Andrés Miranda: “El derecho al desarrollo sostenible impone la obligación de no agotar el derecho de las generaciones futuras a utilizar los recursos renovables” (Ley 99 de 1993, artículo 3). Y no cabe duda de que el cerro de Hurtado es el garante del aire y del equilibrio de mañana.
Sólo cierren un momento los ojos e imaginen…
Imaginen el día en que se empiece a edificar en el cerro de Hurtado y se multipliquen hileras de viviendas sin nombre. Ese día podremos decir que murió por siempre la Valledupar cándida, genuina, y amigable, aquella que, con frecuencia, se vanagloriaba de ser el mejor vividero del mundo.
Imaginen el día en que se empiece a construir una casa tras otra en el cerro de Hurtado, una más grande que otra, sin contemplaciones, ni reparos, y que allí lleguen los taxis y las motocicletas, y el humo de todos los todoterrenos. Ese día, queridos amigos, sabremos que ya no se le da valor al paisaje, ni al amanecer, ni al verde del follaje, ni el amarillo de los cañaguates, ni el paseo matutino, ni a las aves. A nada que no sea otra cosa que el hecho de vivir sin pensar ni agradecer.
Te puede interesar: Cerro Hurtado y La Popa cumplen 26 años de ser reserva ecológica de Valledupar
Imaginen el día en que la vanidad, la ostentación, el dinero, la petulancia, el individualismo, el egocentrismo, la envidia, la codicia, y la prepotencia se paseen libres por el cerro de Hurtado, todas en forma de casa y de garaje y de vehículo costoso. Ese día sabremos que perdimos la tranquilidad para siempre y también esa tierra tan hermosa que figuraba en las canciones más lindas del Valle…
Por Johari Gautier Carmona
Artículo extraído del libro “De Valledupar a Macondo: los caminos del realismo mágico” (Editorial Conceptos, 2024).
Valledupar no sería la misma sin las redes sociales. La cartografía del abuso y la denuncia tiene otro relieve en el mundo virtual. El ciudadano común y corriente ya pudo comprobarlo en 2018, cuando, desde la alcaldía, se mandó a borrar un mural histórico en el centro de Valledupar sin contar con los permisos requeridos ni el beneplácito de la comunidad. El estallido de cólera fue tan grande, la reacción en las redes y en las calles tan notable, que los causantes del atropello tuvieron que acudir a todo tipo de argucias para tapar un acto evidente de destrucción.
La historia se repitió a principios del año 2021 con un escenario diferente pero igual de simbólico. El cerro de Hurtado, ubicado en las inmediaciones de la empresa DPA (conocida también como Cicolac), fue el centro de las hostilidades. Allí mismo, al pie de ese santuario natural, empieza la crónica de un agravio patrimonial.
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El 11 de enero varios integrantes de la Mesa del Árbol, una asociación de ambientalistas nacida con el fin de visibilizar y solucionar algunos problemas destacables del arbolado de Valledupar, pusieron la alerta en las redes sociales: el cerro estaba siendo intervenido. Una construcción de 40 viviendas ponía en peligro su integridad y equilibrio. Las excavadoras ya estaban en acción, levantando tierra y aplanando un terreno que, hasta entonces, nadie se imaginaba que era edificable.
A partir de ese momento, surgieron todo tipo de publicaciones en medios y redes sociales. El 13 de enero apareció en el periódico EL PILÓN el artículo titulado “¿Desaparecerá el cerro Hurtado?” que ponía en adelante los avances de una obra ubicada en pleno “pulmón vegetal”. También se mencionaba el documento de iniciación de trámite de licencia urbanística bajo el radicado 20001-1-20-0506, con fecha del 25 de noviembre de 2020, que, si bien anunciaba las intenciones, no autorizaba el inicio de la construcción.
Rápidamente, con las sinergias que ofrecen las redes sociales y el descontento ciudadano, se comprobó que la afrenta era doble: los trabajadores de la construcción trabajaban sin el debido permiso –aprovechando el descuido general impuesto por la pandemia–, y ese gran monumento natural, tan irremplazable como el aire o el río Guatapurí, estaba totalmente desprotegido. El acuerdo Nº032 del 9 de agosto de 1996 del Concejo Municipal de Valledupar, que declaró los cerros Hurtado y La Popa, zonas de reservas ecológicas y patrimonio de la ciudad, ya no era de actualidad. Los cambios sufridos en el Plan de Ordenamiento Territorial (POT) de 2015 permitieron, de repente y de forma negligente, la urbanización privada en una parte del cerro exponiéndolo así a la codicia de inversores, empresarios y constructores.
El esfuerzo de los defensores del patrimonio y de los ambientales se centró, entonces, en rescatar el carácter patrimonial del Cerro de Hurtado, en demostrar su utilidad ambiental y paisajística, así como esclarecer el buen uso que debía hacerse del suelo, porque, por mucho que lo quiera un propietario, no se puede construir cualquier cosa en cualquier lugar. Y menos en un santuario natural.
Todo esto no hubiese sido noticia de no ser porque el cerro siempre fue sinónimo de paz y naturaleza, una primera evidencia de la riqueza ambiental del Valle de Upar. Esta colina, que antaño formaba el horizonte lejano de la ciudad, fue integrándose paulatinamente en el entramado urbanístico, indemne y reluciente, mientras el crecimiento inevitable empujaba la urbe hacia el norte.
En el cerro en peligro se asienta un bosque tropical seco, en el que predominan cactáceas, cañaguates, ceibas y majaguas. Un hábitat irremplazable para aves y reptiles que encuentran aquí un refugio ante el implacable avance de la urbanización. Es también un lugar remoto sin serlo, una especie de parque misterioso e infranqueable en el corazón de la ciudad, tal vez también evocador de la más pura infancia y esencia de Valledupar. El escritor Jacobo Solano recordó sus primeros viajes en un artículo que alerta a la masacre ambiental: “Al cerro subí por primera vez cuando tenía 12 años, fue una experiencia que no he podido olvidar”.
El cerro de Hurtado no es un elemento cualquiera. Lo resalta el columnista José Romero Churio en un texto lleno de dolor e indignación: “Pocas ciudades del mundo tienen cerros oteros en su interior, Valledupar ostenta el privilegio de lucir dos, el otro, afortunadamente, permanece intacto en el predio del Batallón de Artillería La Popa”, explica antes de recordar el maravilloso espectáculo de colores que ofrece cada año gracias a los cañaguates florecidos y las otras alternancias en el follaje de su arbolado.
Pero también está su función pulmonar. El cerro es un punto verde de referencia, sano y soberbio, solo frente a una ciudad empecinada en crecer, construir, asfaltar y consumir, que poco –o nada– cuida sus árboles. La ciudad de Nueva York tiene su Central Park. Paris, le Bois de Vincennes. Madrid su Retiro. Barcelona, el Parque de la Ciudadela. Londres, el famoso Hyde Park y sus 4000 árboles flamantes. Es cierto que muy poca gente se pasea por el cerro de Hurtado, que su acceso difícil le hace hermético y lejano a la vez, pero su relevancia en la gran “red” verde y el equilibrio local es incuestionable. Valledupar no puede permitirse la pérdida de uno de sus cerros tutelares.
“Nosotros ya tenemos un bosque, no tenemos ni que construirlo –explica el profesor y ambientalista Rodolfo Quintero–. Hay que ver la importancia de tener un pulmón en la ciudad, pero también es un elemento fundamental de la cultura urbana. Es un privilegio para los vallenatos que dentro del área urbana tengamos dos cerros, dos ecosistemas de bosque seco tropical”.
No dejes de leer: El cerro fue ‘hurtado’ a los indígenas
El llamado de quienes quieren ver progresar Valledupar es evidente. No se puede caer en la insensatez de destruir un tesoro natural a cielo abierto. No se puede aspirar a ser una ciudad inteligente o creativa, y demoler al mismo tiempo los lugares verdes que sostienen todo un equilibrio verde. No se puede hablar de ciudad amable, y luego, ser el retrato vivo del que construye con cemento, sin planeación y sin escrúpulos. No se puede pensar en futuro y matar todo un ecosistema. Simplemente, no se puede.
La gran alerta que estalló en las redes sociales fue una primera victoria de la sociedad civil. La gran movilización ciudadana que siguió por la defensa de un bien común, también. Tras las primeras denuncias de la Mesa del Árbol siguieron los medios de comunicación, con los primeros reportajes y artículos de opinión, los ciudadanos de a pie, defensores del patrimonio, abogados y entidades que velan por la conservación de la naturaleza y el bienestar. En este orden y en cualquier otro. Todos avivados por la efervescencia de las redes y presionando la alcaldía en demostrar que la obra fue detenida.
Y, sin embargo, este primer impulso no puede quedar ahí. La defensa debe seguir, firme y constante, y sobre todo: organizarse y ampliar las “redes” protectoras –alternando acciones comunicativas, como la de la Comisión de Medio Ambiente Plataforma Juventudes, vigías grupales y gestiones administrativas o legales–, porque la detención de las obras sólo representa un respiro, un alivio circunstancial y una pausa capciosa. El cerro vive ahora bajo la mirada acechante del cemento y de quienes consideran –y siempre seguirán pensando- que unos pesos valen más que el legado natural de una ciudad. La gran realidad del 2021 es que Valledupar despertó menos inocente, tambaleante a causa de una crisis sanitaria y económica sin precedentes y sabedora de que al Covid se le suma otro virus: el de la codicia más extrema e indolente. Y éste es un virus que acaba con todo. Hasta con la memoria.
¿Qué soluciones existen para salvar el cerro? La gran pregunta acepta múltiples respuestas, pero todas, de alguna forma, pasan por el alcalde. Su autoridad y el parentesco con el propietario del proyecto le obligan a tomar una clara postura y marcar el camino de lo que será el futuro de Valledupar. El columnista José Romero Churio sostiene que el dirigente debe negociar transparentemente y comprar el terreno involucrado cabalmente. Desde la Mesa del árbol se evidencian dos caminos: una expropiación (poco probable) y una indemnización a precio catastral (más recomendable), con una declaración de bien público.
Todos estos caminos van también supeditados a una gran premisa: la función ecológica de la propiedad. Como bien lo explica el abogado ambiental Diego Andrés Miranda: “El derecho al desarrollo sostenible impone la obligación de no agotar el derecho de las generaciones futuras a utilizar los recursos renovables” (Ley 99 de 1993, artículo 3). Y no cabe duda de que el cerro de Hurtado es el garante del aire y del equilibrio de mañana.
Sólo cierren un momento los ojos e imaginen…
Imaginen el día en que se empiece a edificar en el cerro de Hurtado y se multipliquen hileras de viviendas sin nombre. Ese día podremos decir que murió por siempre la Valledupar cándida, genuina, y amigable, aquella que, con frecuencia, se vanagloriaba de ser el mejor vividero del mundo.
Imaginen el día en que se empiece a construir una casa tras otra en el cerro de Hurtado, una más grande que otra, sin contemplaciones, ni reparos, y que allí lleguen los taxis y las motocicletas, y el humo de todos los todoterrenos. Ese día, queridos amigos, sabremos que ya no se le da valor al paisaje, ni al amanecer, ni al verde del follaje, ni el amarillo de los cañaguates, ni el paseo matutino, ni a las aves. A nada que no sea otra cosa que el hecho de vivir sin pensar ni agradecer.
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Imaginen el día en que la vanidad, la ostentación, el dinero, la petulancia, el individualismo, el egocentrismo, la envidia, la codicia, y la prepotencia se paseen libres por el cerro de Hurtado, todas en forma de casa y de garaje y de vehículo costoso. Ese día sabremos que perdimos la tranquilidad para siempre y también esa tierra tan hermosa que figuraba en las canciones más lindas del Valle…
Por Johari Gautier Carmona