La Unesco inició en el 2011 un proceso de prueba con el fin de definir lo que ha llamado ‘Batería de indicadores Unesco en cultura para el desarrollo’, orientada a medir la contribución de la cultura a los procesos de desarrollo a nivel nacional.
Se pretende poner sobre la mesa algunos criterios universales sobre cómo abordar el desarrollo local incluyendo la cultura como un plano adicional a los ya tradicionales que nuestros gobernantes ocupan sobre esta temática.
Se presenta un modelo integral de desarrollo endógeno, el cual, además de considerar los componentes tradicionales, como son el económico, el social y el político, incluya la cultura como eje transversal en un intento por lograr el lugar que le corresponde y que le ha sido negado sistemáticamente, marginándola y negándole recursos a la hora de presupuestar.
Comencemos por hacer un resumen histórico del por qué hoy se está rescatando el significado del concepto de “desarrollo endógeno”. A principios de los años 80 del siglo pasado, en los países desarrollados nace la preocupación por la influencia negativa que produce en la banca mundial la crisis financiera de América Latina, generada por el alto endeudamiento externo.
El Premio Nobel de Economía 1976, Milton Friedman, hace planteamientos de cómo afrontar, financieramente, esta crisis, basado en una filosofía monetarista de libre mercado con la reducción del tamaño del Estado y la privatización de los servicios públicos, planteamientos que, en su contexto, son llamados ‘La Escuela de Chicago’.
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Para fines de los 80 y principios de los 90 se retoman estos planteamientos en cabeza del inglés Joan Williansom, para que sean asimilados y puestos en operación por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, en lo que se llamó ‘El consenso de Washington’, por considerar que la crisis de Latinoamérica es causada por el excesivo proteccionismo arancelario de los países en vías de desarrollo, sin tener capacidad para generar valor agregado a su materia prima y su incapacidad para controlar el déficit público.
Curiosamente, cuando se aplican en Colombia estas medidas con la apertura económica (1991), en el gobierno de César Gaviria, había equilibrio fiscal con un índice de inflación mayor al 26 % anual y un índice de desempleo parejo al que tenemos en la actualidad, índices de la economía, que al compararlos con los de hoy se demuestra que “el fenómeno económico se produce a espaldas del individuo”, frase que escuché en mis años de pregrado, sin conocer quién la expresó. Joseph Stiglitz, premio Nobel de economía 2001, opinión autorizada, por haber sido economista jefe del Banco Mundial, propuso cerrar este organismo por el mal que produce a los países en vías de desarrollo.
En su libro ‘El malestar en la globalización’ da un ejemplo claro con la historia de Meles Senawi, presidente de Etiopía, quien se negó a condicionar su política de Estado a las exigencias de la banca mundial. En Colombia la apertura económica se da sin selectividad de los sectores productivos ni gradualidad en su inserción en la globalización de la economía, lo que redujo notablemente su velocidad en la búsqueda del desarrollo.
Paralelamente, la intelectualidad iberoamericana, tal vez como una respuesta a estos organismos financieros internacionales, comienza a consolidar el concepto de “desarrollo endógeno”, orientado a contribuir a responder la pregunta del cómo lograr el esquivo desarrollo. Aparecen el español Antonio Vázquez Barquero y el chileno Sergio Boisier, entre otros, quienes aterrizan propuestas serias sobre el desarrollo de adentro hacia afuera o más claramente de lo local a lo nacional.
De hecho, nos concentraremos en incluir la cultura, a un mismo nivel, en los planos tradicionales del desarrollo como son el político, el económico y el social. Una vez incluido este plano cultural, y como una manera práctica de compartir el concepto para todo nivel de educación, propondremos ‘La metáfora de la cometa’ como una herramienta de aplicación en la búsqueda del desarrollo humano.
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Se preguntarán el por qué incluir la cultura como un plano adicional en la planificación del desarrollo. Comencemos por definir lo que hoy internacionalmente se conoce como cultura: el término proviene del latín cultus, que significa “cultivo” o “cultivado”; en la edad media el término se refería a un terreno cultivado, en el renacimiento el “hombre cultivado” era una persona instruida en literatura y bellas artes. A principios del siglo XVIII se comienza a utilizar el concepto para referirse al conocimiento ilustrado.
En el siglo XIX el término cultura ya incluía los buenos modales y buenas costumbres. Hoy se amplía el concepto resaltando la definición de la Unesco en el 2001, la cual desemboca, en el 2006, como variable transversal de todo proceso de desarrollo socioeconómico: “La cultura puede considerarse como el conjunto de los rasgos distintivos, espirituales y afectivos que caracterizan una sociedad o un grupo social. Ella engloba, además de las artes y las letras, los modos de vida, los derechos fundamentales al ser humano, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias”.
Veamos lo que se referencia en la Unesco sobre el particular: “El hombre es el medio y el fin del desarrollo… por consiguiente es el centro de gravedad del concepto de desarrollo y se ha desplazado de lo económico a lo social y hemos llegado a un punto en que esta mutación empieza a abordar lo cultural”.
En razón a esta realidad, la Unesco inicia en el 2011 un proceso de prueba, en varios países, con el fin de definir lo que ha llamado ‘Batería de indicadores Unesco en cultura para el desarrollo’, orientada a medir la contribución de la cultura a los procesos de desarrollo a nivel nacional. Son 22 indicadores que responden a 7 dimensiones: Economía, Educación, Patrimonio, Comunicación, Instituciones y gobernanza, Participación y cohesión social e Igualdad de género.
Este ejercicio se realizó en Colombia en el 2011, bajo la responsabilidad del Ministerio de Cultura, de cuya actualización no tenemos conocimiento. Estas dimensiones de la Batería de Indicadores Culturales demuestran cómo la cultura incide en la economía de un país. De ahí la importancia de incluir la cultura como un plano adicional en la planificación del desarrollo.
Por: Carlos Llanos Diazgranados
La Unesco inició en el 2011 un proceso de prueba con el fin de definir lo que ha llamado ‘Batería de indicadores Unesco en cultura para el desarrollo’, orientada a medir la contribución de la cultura a los procesos de desarrollo a nivel nacional.
Se pretende poner sobre la mesa algunos criterios universales sobre cómo abordar el desarrollo local incluyendo la cultura como un plano adicional a los ya tradicionales que nuestros gobernantes ocupan sobre esta temática.
Se presenta un modelo integral de desarrollo endógeno, el cual, además de considerar los componentes tradicionales, como son el económico, el social y el político, incluya la cultura como eje transversal en un intento por lograr el lugar que le corresponde y que le ha sido negado sistemáticamente, marginándola y negándole recursos a la hora de presupuestar.
Comencemos por hacer un resumen histórico del por qué hoy se está rescatando el significado del concepto de “desarrollo endógeno”. A principios de los años 80 del siglo pasado, en los países desarrollados nace la preocupación por la influencia negativa que produce en la banca mundial la crisis financiera de América Latina, generada por el alto endeudamiento externo.
El Premio Nobel de Economía 1976, Milton Friedman, hace planteamientos de cómo afrontar, financieramente, esta crisis, basado en una filosofía monetarista de libre mercado con la reducción del tamaño del Estado y la privatización de los servicios públicos, planteamientos que, en su contexto, son llamados ‘La Escuela de Chicago’.
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Para fines de los 80 y principios de los 90 se retoman estos planteamientos en cabeza del inglés Joan Williansom, para que sean asimilados y puestos en operación por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, en lo que se llamó ‘El consenso de Washington’, por considerar que la crisis de Latinoamérica es causada por el excesivo proteccionismo arancelario de los países en vías de desarrollo, sin tener capacidad para generar valor agregado a su materia prima y su incapacidad para controlar el déficit público.
Curiosamente, cuando se aplican en Colombia estas medidas con la apertura económica (1991), en el gobierno de César Gaviria, había equilibrio fiscal con un índice de inflación mayor al 26 % anual y un índice de desempleo parejo al que tenemos en la actualidad, índices de la economía, que al compararlos con los de hoy se demuestra que “el fenómeno económico se produce a espaldas del individuo”, frase que escuché en mis años de pregrado, sin conocer quién la expresó. Joseph Stiglitz, premio Nobel de economía 2001, opinión autorizada, por haber sido economista jefe del Banco Mundial, propuso cerrar este organismo por el mal que produce a los países en vías de desarrollo.
En su libro ‘El malestar en la globalización’ da un ejemplo claro con la historia de Meles Senawi, presidente de Etiopía, quien se negó a condicionar su política de Estado a las exigencias de la banca mundial. En Colombia la apertura económica se da sin selectividad de los sectores productivos ni gradualidad en su inserción en la globalización de la economía, lo que redujo notablemente su velocidad en la búsqueda del desarrollo.
Paralelamente, la intelectualidad iberoamericana, tal vez como una respuesta a estos organismos financieros internacionales, comienza a consolidar el concepto de “desarrollo endógeno”, orientado a contribuir a responder la pregunta del cómo lograr el esquivo desarrollo. Aparecen el español Antonio Vázquez Barquero y el chileno Sergio Boisier, entre otros, quienes aterrizan propuestas serias sobre el desarrollo de adentro hacia afuera o más claramente de lo local a lo nacional.
De hecho, nos concentraremos en incluir la cultura, a un mismo nivel, en los planos tradicionales del desarrollo como son el político, el económico y el social. Una vez incluido este plano cultural, y como una manera práctica de compartir el concepto para todo nivel de educación, propondremos ‘La metáfora de la cometa’ como una herramienta de aplicación en la búsqueda del desarrollo humano.
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Se preguntarán el por qué incluir la cultura como un plano adicional en la planificación del desarrollo. Comencemos por definir lo que hoy internacionalmente se conoce como cultura: el término proviene del latín cultus, que significa “cultivo” o “cultivado”; en la edad media el término se refería a un terreno cultivado, en el renacimiento el “hombre cultivado” era una persona instruida en literatura y bellas artes. A principios del siglo XVIII se comienza a utilizar el concepto para referirse al conocimiento ilustrado.
En el siglo XIX el término cultura ya incluía los buenos modales y buenas costumbres. Hoy se amplía el concepto resaltando la definición de la Unesco en el 2001, la cual desemboca, en el 2006, como variable transversal de todo proceso de desarrollo socioeconómico: “La cultura puede considerarse como el conjunto de los rasgos distintivos, espirituales y afectivos que caracterizan una sociedad o un grupo social. Ella engloba, además de las artes y las letras, los modos de vida, los derechos fundamentales al ser humano, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias”.
Veamos lo que se referencia en la Unesco sobre el particular: “El hombre es el medio y el fin del desarrollo… por consiguiente es el centro de gravedad del concepto de desarrollo y se ha desplazado de lo económico a lo social y hemos llegado a un punto en que esta mutación empieza a abordar lo cultural”.
En razón a esta realidad, la Unesco inicia en el 2011 un proceso de prueba, en varios países, con el fin de definir lo que ha llamado ‘Batería de indicadores Unesco en cultura para el desarrollo’, orientada a medir la contribución de la cultura a los procesos de desarrollo a nivel nacional. Son 22 indicadores que responden a 7 dimensiones: Economía, Educación, Patrimonio, Comunicación, Instituciones y gobernanza, Participación y cohesión social e Igualdad de género.
Este ejercicio se realizó en Colombia en el 2011, bajo la responsabilidad del Ministerio de Cultura, de cuya actualización no tenemos conocimiento. Estas dimensiones de la Batería de Indicadores Culturales demuestran cómo la cultura incide en la economía de un país. De ahí la importancia de incluir la cultura como un plano adicional en la planificación del desarrollo.
Por: Carlos Llanos Diazgranados