Para muchos comentaristas del Padre Nuestro, ésta es la petición central. De hecho, si leemos los evangelios nos encontraremos con que “El Reino de los cielos” es el centro de la predicación de Jesús. No es de extrañar que la oración que él nos ha enseñado tenga como su corazón el deseo y la súplica […]
Para muchos comentaristas del Padre Nuestro, ésta es la petición central. De hecho, si leemos los evangelios nos encontraremos con que “El Reino de los cielos” es el centro de la predicación de Jesús. No es de extrañar que la oración que él nos ha enseñado tenga como su corazón el deseo y la súplica de que se haga realidad el reinado del Padre.
Pero ¿Qué es el Reino de los cielos? El Apóstol Pablo quiso responder la misma pregunta a la comunidad cristiana de Roma y escribió: “El Reino de los cielos no es comida ni bebida, sino justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo…” (Romanos 14, 17). Es cierto que a esta declaración subyace la problemática vivida por la comunidad sobre lo que les era permitido comer o no, pero también es cierto que de ella podemos extraer enseñanzas valiosas sobre el tema que nos ocupa. Nadie piense, sin embargo, que es posible abarcar el misterio. Nuestras palabras y elucubraciones estarán siempre inmensamente lejos de la esencia del Creador y sólo cuando le veamos “cara a cara” todo quedará revelado ante nuestra inteligencia. Mientras tanto alegrémonos de divisar desde la distancia aunque sea un poco del esplendor de su verdad.
“Venga a nosotros tu Reino”. Es lo mismo que decir: “Queremos que tú seas nuestro Rey, queremos estar bajo tu cuidado y protección, que nos proveas de lo necesario y que veles por nuestro bienestar, queremos regocijarnos y enorgullecernos de que seas tú y no otro aquél a quien rendimos nuestro culto, a quien manifestamos nuestra admiración y de quien nos sentimos totalmente dependientes”. Es preciso aclarar que pedirle a Dios que sea nuestro rey y querer ser sus súbditos excluye de tajo el servilismo: Quien nos hizo libres nunca nos quitará la libertad. La petición por la venida del Reino consiste en que, libremente, descubramos que nada hay más justo, pacífico y placentero que vivir en la voluntad de nuestro Dios, el cual no es una energía impersonal o un ser lejano, sino nuestro “papá”. ¡Padre nuestro… venga a nosotros tu reino!
Ahora bien, en nuestro peregrinar por esta tierra, el Reino de Dios no es una realidad acabada, sino una realidad en constante construcción. No es Dios quien, milagrosamente, va a hacer que desaparezcan de un momento a otro las injusticias, la guerra y el desasosiego de nuestro mundo; somos nosotros quienes debemos, con la fuerza que viene de Él, empeñarnos en construir un mundo mejor. ¿Es eso fácil? ¡Para nada! Una de las grandes lecciones que, siendo aún niño, me enseñó mi padre es que las cosas que realmente valen la pena, requieren de lucha y sacrificio, “desconfía siempre de aquello que aparezca demasiado fácil”, me dijo.
Así pues, la justicia, la paz y el gozo, realidades a las que tendemos por naturaleza, no son otra cosa sino la realización del Reino de Dios en nuestra vida. Estos bienes supremos que nuestra alma ansía no pueden estar ligados a una religión, creencia, corriente política o a la posesión de bienes, son simplemente (o al menos deberían ser) patrimonio de la humanidad.
Post Scriptum: No apoyo la ideología de género pero tampoco la violencia y discriminación hacia quienes piensan distinto. La historia nos ha demostrado que es un error querer “convertir” a las malas en semejantes a nosotros a quienes no lo son, ¿o me equivoco? Feliz domingo.
Para muchos comentaristas del Padre Nuestro, ésta es la petición central. De hecho, si leemos los evangelios nos encontraremos con que “El Reino de los cielos” es el centro de la predicación de Jesús. No es de extrañar que la oración que él nos ha enseñado tenga como su corazón el deseo y la súplica […]
Para muchos comentaristas del Padre Nuestro, ésta es la petición central. De hecho, si leemos los evangelios nos encontraremos con que “El Reino de los cielos” es el centro de la predicación de Jesús. No es de extrañar que la oración que él nos ha enseñado tenga como su corazón el deseo y la súplica de que se haga realidad el reinado del Padre.
Pero ¿Qué es el Reino de los cielos? El Apóstol Pablo quiso responder la misma pregunta a la comunidad cristiana de Roma y escribió: “El Reino de los cielos no es comida ni bebida, sino justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo…” (Romanos 14, 17). Es cierto que a esta declaración subyace la problemática vivida por la comunidad sobre lo que les era permitido comer o no, pero también es cierto que de ella podemos extraer enseñanzas valiosas sobre el tema que nos ocupa. Nadie piense, sin embargo, que es posible abarcar el misterio. Nuestras palabras y elucubraciones estarán siempre inmensamente lejos de la esencia del Creador y sólo cuando le veamos “cara a cara” todo quedará revelado ante nuestra inteligencia. Mientras tanto alegrémonos de divisar desde la distancia aunque sea un poco del esplendor de su verdad.
“Venga a nosotros tu Reino”. Es lo mismo que decir: “Queremos que tú seas nuestro Rey, queremos estar bajo tu cuidado y protección, que nos proveas de lo necesario y que veles por nuestro bienestar, queremos regocijarnos y enorgullecernos de que seas tú y no otro aquél a quien rendimos nuestro culto, a quien manifestamos nuestra admiración y de quien nos sentimos totalmente dependientes”. Es preciso aclarar que pedirle a Dios que sea nuestro rey y querer ser sus súbditos excluye de tajo el servilismo: Quien nos hizo libres nunca nos quitará la libertad. La petición por la venida del Reino consiste en que, libremente, descubramos que nada hay más justo, pacífico y placentero que vivir en la voluntad de nuestro Dios, el cual no es una energía impersonal o un ser lejano, sino nuestro “papá”. ¡Padre nuestro… venga a nosotros tu reino!
Ahora bien, en nuestro peregrinar por esta tierra, el Reino de Dios no es una realidad acabada, sino una realidad en constante construcción. No es Dios quien, milagrosamente, va a hacer que desaparezcan de un momento a otro las injusticias, la guerra y el desasosiego de nuestro mundo; somos nosotros quienes debemos, con la fuerza que viene de Él, empeñarnos en construir un mundo mejor. ¿Es eso fácil? ¡Para nada! Una de las grandes lecciones que, siendo aún niño, me enseñó mi padre es que las cosas que realmente valen la pena, requieren de lucha y sacrificio, “desconfía siempre de aquello que aparezca demasiado fácil”, me dijo.
Así pues, la justicia, la paz y el gozo, realidades a las que tendemos por naturaleza, no son otra cosa sino la realización del Reino de Dios en nuestra vida. Estos bienes supremos que nuestra alma ansía no pueden estar ligados a una religión, creencia, corriente política o a la posesión de bienes, son simplemente (o al menos deberían ser) patrimonio de la humanidad.
Post Scriptum: No apoyo la ideología de género pero tampoco la violencia y discriminación hacia quienes piensan distinto. La historia nos ha demostrado que es un error querer “convertir” a las malas en semejantes a nosotros a quienes no lo son, ¿o me equivoco? Feliz domingo.