Un mediodía de esos viernes vallenatos, donde los desempleados buscamos seres que sueñan, anhelan, inventan, crean e imaginan nuevas experiencias, invité a un grupo de amigos y amigas a coger ‘gordos’. Algunos se extrañaron al principio, incluso afirmaron que fueron criados bajo principios y reglas de estricta sumisión, con padres sanos y honestos, hombres y mujeres de una época cuando el mundo carecía de ciertas libertades en todos los órdenes.
Es divertido, les dije, de hecho, hay varios que los he cogido en diferentes horas y posiciones, preferiblemente en las noches cuando la soledad tiene unos instantes de fuego y uno coge lo que sea. La amiga, algo liberal, dijo que ella siempre había tenido experiencias con los flacos, pesan menos y suelen ser más sanos. Otros advirtieron que las flacas tienen, desde que la moda existe, las mejores pasarelas. El más vallenatero del grupo recordó una canción de los Hermanos Osorio que dice: “Estaba yo navegando por internet, se me dio por revisar páginas de amor, miren lo que encontré… a las mujeres no les están gustando los hombres barrigones, a ellas no les gustan los hombres pipones”.
La amiga insistió en decir, que ciertamente los gordos por la forma de caminar, tienen acordes no tan varoniles, pero en realidad los gordos son hombres que en la cama son siempre más pesados. Volví a advertirles que en la cama he tenido unos gordos maravillosos, que son demorados para salir porque sus investigaciones requieren de años, que cada página de sus vidas es un testimonio. Incluso, cuando los prestan, los entregan por más tiempo para poderlos disfrutar mejor. Les recordé que los chicharrones, esas delicias crocantes de carne y piel, vienen de seres generalmente gordos y aclaré al tiempo que, entre más gordos sean los lugares donde se les encuentra, el rito es más entretenido y fabuloso.
Entonces todos aceptaron a gusto, abrieron sus mentes, tocaron sus tapas, acariciaron sus lomos, hasta se divirtieron con sus fes de erratas, y aprendieron que algunos ni nombre tienen y se llaman anepigráficos, mientras otros son calcados y se llaman apógrafos, incluso los gordos sin dueños se llaman adéspotas.
Ya que la conversación se puso interesante, tuve la necesidad de explicarles que hablaba de libros, que podían abrir sus alas como la mariposita traicionera del grupo Maná, que nunca quieren traer al festival vallenato, y que Botero puso a las gordas y gordos famosas por el mundo sin quitarles un solo pelo. He aquí mis gordos preferidos. También tengo gordas en la mira, otro tema que después trataré.
1. ‘Historia intelectual de la humanidad’, un texto de 1.420 páginas, escrito por Peter Watson, que nos instruye desde el descubrimiento del fuego, los dioses, el lenguaje, la invención de Europa, la banca y el Islam, la revolución industrial, las artes, la democracia, el dinero, la medicina, el derecho y mil revoluciones de todos los tiempos. Es un gordo indispensable, en la gorda o magra biblioteca casera.
2. ‘La historia de la locura en Colombia’ de Ricardo Silva Romero, 532 páginas con sus dramas de caudillos rojos y azules, la patria loca y boba que nos tocó escuchar de los mayores y que repetimos casi a la perfección, hoy por redes y otros medios de comunicación que sueltan bocanadas de odio por todas partes y a todas horas. Un libro para silbar e irse de romería un buen rato.
3. ‘De Europa y América’ del volumen de la obra periodística de García Márquez, ahí recorremos con el nobel sus pasos de reportero mundial, personajes, perspectivas, opiniones, realidades y otras vainas del gran escritor colombiano, que alguna política nuestra desea encontrarlo en los infiernos a su llegada.
4. ‘Cursillo de historia de Colombia’, de Argos, 536 páginas (Roberto Cadavid Misas), que con su humor de alta nube nos recuerda cosas con un estilo sabroso, hoy cuando la materia de historia no se trata en los colegios oficiales y solo algunos panzones recorren sus pasos.
5.- ,Permiso para sentir,, de Alfredo Bryce Echenique, un peruano universal y necesario, es parte de sus antimemorias, toca el lado humano de sus protagonistas, y enciende fuegos cerebrales, para nuestra época con un lenguaje de viajero un lector de quilates funciona. (612 pág.)
Luego de coger con manos y ojos estos cinco gorditos, mis amigos se animarán a seguir persiguiendo sin pausas a esos bultos de papel que se deshojan si los tratamos mal, pero que nos llenan de luces por muy oscuros que sean los cuartos. A las flacas les encantan los gordos, incluso de bolsillos, y tengo por qué saberlo. Chao.
Por: Edgardo Mendoza Guerra – Tiro de chorro.












