Lo que hace poco tiempo nos parecía extraño y hasta de alguna manera exótico porque era más común verlo en ciudades como Bogotá ó Medellín, se ha convertido tristemente en la realidad de Valledupar, sus calles, andenes y semáforos se encuentran invadidos por personas adultas, de la tercera edad y niños en estado de mendicidad y completo abandono, pidiendo limosnas, durmiendo en el pavimento, a la intemperie, haciendo cuanto malabares y piruetas en los semáforos, aún arriesgando la vida.
Por Claudia Patricia Núñez Padilla
Lo que hace poco tiempo nos parecía extraño y hasta de alguna manera exótico porque era más común verlo en ciudades como Bogotá ó Medellín, se ha convertido tristemente en la realidad de Valledupar, sus calles, andenes y semáforos se encuentran invadidos por personas adultas, de la tercera edad y niños en estado de mendicidad y completo abandono, pidiendo limosnas, durmiendo en el pavimento, a la intemperie, haciendo cuanto malabares y piruetas en los semáforos, aún arriesgando la vida.
Sin lugar a dudas este no es precisamente la imagen que una ciudad como Valledupar, a la que últimamente han llegado empresarios interesados en invertir desea mostrar, pero lamentablemente es así, y lo peor es que ante el fenómeno creciente de más y más personas en ese estado, algunas inofensivas y otras que pueden ser de alta peligrosidad, no exista una política pública para lidiar con esta situación que estamos en mora de pararle el macho antes de que se nos vuelva inmanejable, así como nos pasó con el mototaxismo que ante la falta de autoridad y oportunidades labores se nos creció de tal manera que hoy la ciudad vive atestada de motos con las consabidas consecuencias que producen en el caos vehicular en que se ha convertido Valledupar.
La indigencia que hoy pulula por las calles debe llevarnos a hacernos serías reflexiones como sociedad y obviamente debe prender las alarmas de las entidades competentes para que actúen de manera oportuna, no represiva sino proactivamente, en aras de brindarles una vida digna a estas personas y la tranquilidad al colectivo, pues la percepción que tal situación produce en él, es que estamos en decadencia, en un retroceso en el desarrollo de la ciudad y que refleja las grandes desigualdades sociales que por décadas han sido caldo de cultivo para la violencia que ha vivido nuestro país.
La mendicidad es mucho más que un aspecto estético, es un problema de salud y seguridad pública, que como tales deben ser tratados, con programa y estrategias eficientes, vinculantes que permitan rescatar a estas personas de las calles.
Toda la institucionalidad debe trabajar coordinada y armónicamente ante este desafío y brindar verdaderas soluciones, no como las brillantes ideas de quienes piensan que escondiendo a los mendigos como lo han hecho múltiples veces en Cartagena cada vez que la visita un personaje ilustre, se acaba el problemita.
Si bien somos conscientes que en muchos casos lo que se mueve detrás de la mendicidad es una forma de explotación y en otros casos es completamente permisiva, esto no es óbice para que tanto las autoridades como la sociedad asumamos la responsabilidad que nos asiste en tratar con este fenómeno con el fin de devolverles a estas personas su dignidad y a Valledupar una mejor cara. Aún estamos a tiempo.
Lo que hace poco tiempo nos parecía extraño y hasta de alguna manera exótico porque era más común verlo en ciudades como Bogotá ó Medellín, se ha convertido tristemente en la realidad de Valledupar, sus calles, andenes y semáforos se encuentran invadidos por personas adultas, de la tercera edad y niños en estado de mendicidad y completo abandono, pidiendo limosnas, durmiendo en el pavimento, a la intemperie, haciendo cuanto malabares y piruetas en los semáforos, aún arriesgando la vida.
Por Claudia Patricia Núñez Padilla
Lo que hace poco tiempo nos parecía extraño y hasta de alguna manera exótico porque era más común verlo en ciudades como Bogotá ó Medellín, se ha convertido tristemente en la realidad de Valledupar, sus calles, andenes y semáforos se encuentran invadidos por personas adultas, de la tercera edad y niños en estado de mendicidad y completo abandono, pidiendo limosnas, durmiendo en el pavimento, a la intemperie, haciendo cuanto malabares y piruetas en los semáforos, aún arriesgando la vida.
Sin lugar a dudas este no es precisamente la imagen que una ciudad como Valledupar, a la que últimamente han llegado empresarios interesados en invertir desea mostrar, pero lamentablemente es así, y lo peor es que ante el fenómeno creciente de más y más personas en ese estado, algunas inofensivas y otras que pueden ser de alta peligrosidad, no exista una política pública para lidiar con esta situación que estamos en mora de pararle el macho antes de que se nos vuelva inmanejable, así como nos pasó con el mototaxismo que ante la falta de autoridad y oportunidades labores se nos creció de tal manera que hoy la ciudad vive atestada de motos con las consabidas consecuencias que producen en el caos vehicular en que se ha convertido Valledupar.
La indigencia que hoy pulula por las calles debe llevarnos a hacernos serías reflexiones como sociedad y obviamente debe prender las alarmas de las entidades competentes para que actúen de manera oportuna, no represiva sino proactivamente, en aras de brindarles una vida digna a estas personas y la tranquilidad al colectivo, pues la percepción que tal situación produce en él, es que estamos en decadencia, en un retroceso en el desarrollo de la ciudad y que refleja las grandes desigualdades sociales que por décadas han sido caldo de cultivo para la violencia que ha vivido nuestro país.
La mendicidad es mucho más que un aspecto estético, es un problema de salud y seguridad pública, que como tales deben ser tratados, con programa y estrategias eficientes, vinculantes que permitan rescatar a estas personas de las calles.
Toda la institucionalidad debe trabajar coordinada y armónicamente ante este desafío y brindar verdaderas soluciones, no como las brillantes ideas de quienes piensan que escondiendo a los mendigos como lo han hecho múltiples veces en Cartagena cada vez que la visita un personaje ilustre, se acaba el problemita.
Si bien somos conscientes que en muchos casos lo que se mueve detrás de la mendicidad es una forma de explotación y en otros casos es completamente permisiva, esto no es óbice para que tanto las autoridades como la sociedad asumamos la responsabilidad que nos asiste en tratar con este fenómeno con el fin de devolverles a estas personas su dignidad y a Valledupar una mejor cara. Aún estamos a tiempo.