“El ladrón no viene sino para hurtar, matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (San Juan 10,10)
En cada vuelta del camino, uno puede encontrar algo que le robe la victoria o la paz de su mente. Nuestro enemigo, está muy lejos de haber abandonado su misión de engañar y arruinar a los hijos de Dios. Frente a los últimos hechos de orden público, bien vale la pena examinar cuidadosamente la temperatura del termómetro de la experiencia violenta en la que nos encontramos.
En nuestra realidad, marcada por la incertidumbre, el sufrimiento y la búsqueda constante de sentido, estas palabras de Jesús resuenan como un faro de esperanza. Esta afirmación no es solo una declaración teológica, sino una promesa viva que transforma la existencia de quienes creemos en Él.
El ladrón es una figura simbólica que representa a todo sistema que pretende apartar al ser humano del propósito de Dios. Su acción es triple: robar, matar y destruir. Este enemigo invisible roba la paz del corazón, asesina la esperanza y destruye la identidad de las personas.
Podemos ver esta obra destructiva cuando atenta contra las personas por el simple hecho de pensar diferente; cuando prevalecen la injusticia, la corrupción y la violencia; cuando el ser humano pierde el sentido de su existencia y se ve envuelto en una oscuridad que lo consume lentamente. El ladrón siempre busca generar vacío, miseria y desesperanza.
Frente a esa oscuridad, Jesús se presenta como el buen pastor que ha venido para dar vida, y no cualquier vida, sino vida en abundancia. Jesús no vino simplemente a mejorar algunos aspectos de nuestra vida, sino a transformar nuestro ser desde lo más profundo.
La vida que Cristo ofrece es abundante porque es plena, eterna y con propósito. Se trata de una vida que empieza ahora, en esta tierra, pero que encuentra su plenitud en la eternidad. Es una vida marcada por la paz interior, la reconciliación con Dios, la dirección divina, el gozo en medio de la adversidad y la certeza del amor incondicional del Padre.
Esta vida abundante no está reservada para unos pocos, sino que es ofrecida a todos los que oyen la voz del buen pastor y le siguen. No se compra, no se gana por méritos propios, sino que se recibe por gracia mediante la fe en Cristo.
La vida en abundancia comienza con una decisión: escuchar la voz de Jesús, abrirle el corazón y caminar con Él. En medio de un mundo que nos empuja hacia la superficialidad, el egoísmo o el miedo, Jesús nos llama a una vida más profunda, libre y significativa.
Muchas personas viven como si aún estuvieran bajo el dominio del ladrón: atrapados en la culpa, el miedo, el legalismo o la sequedad espiritual. El mensaje de hoy nos invita a despertar, a recordar quién es nuestro pastor y lo que Él ha prometido.
Esta es una poderosa promesa que debe marcar nuestra vida diaria. En medio de los ataques del enemigo, de las crisis personales o de los desafíos del entorno, Jesús sigue siendo el mismo: nuestro buen pastor.
Caros amigos: aceptemos hoy su invitación a vivir en abundancia. No una vida perfecta en términos humanos, sino una vida llena de sentido, de propósito, de amor y de esperanza eterna. Porque cuando Cristo reina en el corazón, ninguna obra del ladrón puede prevalecer.
Abrazos y bendiciones abundantes.
POR: VALERIO MEJÍA.












