COLUMNISTA

Una pandemia llamada polarización

¿Desde qué perspectiva debo contemplar la vida? ¿Sentado, dejándome arrastrar por la sensibilidad del alma de poeta que poseo? ¿Registrando en la mente cada insulto que uno a uno mutuamente profiere la gente, tratando de aniquilarse con las palabras utilizadas como armas letales? No lo sé mis queridos lectores, de verdad que no lo sé.

Una pandemia llamada polarización

Una pandemia llamada polarización

Por: Jairo

@el_pilon

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¿Desde qué perspectiva debo contemplar la vida? ¿Sentado, dejándome arrastrar por la sensibilidad del alma de poeta que poseo? ¿Registrando en la mente cada insulto que uno a uno mutuamente profiere la gente, tratando de aniquilarse con las palabras utilizadas como armas letales? No lo sé mis queridos lectores, de verdad que no lo sé.

Hoy me siento agobiado ante las tristes circunstancias y hechos que suceden a diario y nos rodean y lo cierto es que, como muchos, creo que en estos momentos parece no haber escape ni salvación de la pandemia que se expande en el mundo, pues no puede decirse que solo la estamos padeciendo aquí. He escrito en varias ocasiones sobre este tema puntual, pero sin denominarlo como hoy lo hago, con el nombre de pandemia, polarización social, y lo peor es que parece no haber vacuna ni remedio para curar la misma. 

Sin embargo, considero y pienso que existen métodos para evitar el contagio y uno de ellos es volver a tapar nuestras bocas. Pero ya no con el mismo elemento al que nos acostumbramos alguna vez, el que se nos impuso como norma, sofisticado o sencillo, costoso o barato; no mis apreciados lectores, a esos no me refiero hoy.

Yo me refiero, en esta oportunidad, al tapabocas de la prudencia y discreción, aquel que nos hace verdaderos sabios y buenos hombres, mejores ciudadanos. Aquel que debemos usar para expandir, si estamos contagiados, el virus del odio, del resentimiento y del rencor, los síntomas característicos y que conllevan a fortalecer esta pandemia de polarización que enfrentamos.

Sin duda alguna, buscamos vivir en un país soñado, pero pareciera que andamos en aquel que menciona Edgar Alla Poe, en donde recorremos una senda oscura y solitaria que ángeles del mal solo visitan, en donde un ídolo llamado Noche en un oscuro trono reina erguido, en donde, a pesar de poseer tantas bellezas de toda clase, solemos apreciar y rendirnos ante las que nos muestran a diario los espejos del alma, reflejos de odio, de ira y rencor. En donde no somos capaces de unirnos, mucho menos de perdonar ni hacer las paces con nosotros mismos. Pues sí, queridos lectores, pareciera que habitáramos un país diferente al soñado, en donde solo existen valles sin fondo, en el que cada día muchos caen, en donde navegamos ríos sin riberas, engañados que al otro lado encontraremos una paz que ni siquiera soñamos de verdad. Un país lleno de bosques y montañas que ya nadie reconoce por las lágrimas que por doquier caen, un país lleno de montes teñidos de sangre que se expande como lluvia a las urbes y que ha dejado desde hace rato caer como llovizna esporádica y repentina para convertirse en agua cotidiana que nos tiñe de rojo sin darnos ni siquiera cuenta de ello.

Nuestra patria se desmorona y se derrumba en nuestros dos mares sin orillas, mares que pareciera que ascienden sin descanso hasta los ígneos cielos. Las lágrimas de los que sufren alimentan a diario los lagos que sin fin extienden sus aguas solitarias y mortecinas, aguas estancadas y glaciales, frías como nuestras entrañas, consumidas en el odio y el rencor. 

Sin embargo, queridos lectores, tal como lo digo, somos responsables de nuestro destino y porvenir, podemos salvarnos de contagiarnos tapando nuestras bocas, hoy, el cañón más utilizado para lanzar todo tipo de armas más letales que cualquier misil. Muchos nos horrorizamos recordando el pasado, uno que deseamos no volver a vivir pero que al parecer se quiere aun hacer sentir.

Estamos expuestos a esta pandemia llamada, como lo dije, polarización social, una que hoy, también como dije, parece no tener cura, pero que si actuamos de manera responsable podemos sortear la misma, al menos no permitir su contagio y eso depende de nosotros, imponiéndonos reglas tan sencillas, como tapar nuestras bocas. 

Dejemos de andar por esas sendas oscuras y solitarias que ángeles del mal solo visitan, iluminemos nuestros caminos unidos de la mano procurando hallar unión entre nosotros, busquemos ríos que navegar nos colme de paz y tranquilidad y alejémonos de aquellos rincones ataviados supuestamente de gente contagiada que solo mal nos hará si permitimos que nos llenen nuestras almas del mal que padecen.      

Por: Jairo Mejía.

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