Hoy, no sé por qué la recuerdo tanto. Han pasado treinta años desde cuando murió. Quiero comentar algo sobre ella para mis lectores. Comencé el día leyendo sus libros, sus frases lindas; nadie la recuerda y los jóvenes no habían nacido cuando ella se fue a pintar estrellas en el cielo. Desde los cuatro años […]
Hoy, no sé por qué la recuerdo tanto. Han pasado treinta años desde cuando murió. Quiero comentar algo sobre ella para mis lectores. Comencé el día leyendo sus libros, sus frases lindas; nadie la recuerda y los jóvenes no habían nacido cuando ella se fue a pintar estrellas en el cielo.
Desde los cuatro años tomaba las palabras y, como si fueran sus barras de plastilina, moldeaba las letras y hacía versos, escribía cuentos, y cuando se hablaba del Día del Idioma, ella era la figura central con sus poemas cargados de asombros. Era María de las Estrellas, la misma que escribió a los ocho años de edad, en unos de sus libros, ‘El mago en la mesa’: “… uno tiene un librito en la mente y allí está escrito todo. Entonces uno busca y busca en la mente y encuentra lo que tiene que decir. Hay veces que aparece una rosa entre el libro, uno la saca y se la da a una persona… Hay personas que dejan podrir sus rosas en las hojas del libro que no abren nunca…”.
La vida de María de las Estrellas, cortita, o como ella pensaba del vivir: “La vida no es así/ la vida resplandece/ hasta que se va”. Su vida inmensa en producción de palabras llenas de luz y de encantamiento, fue como si a su nombre, que ella misma se puso, le hubiera faltado una palabra: fugaz. Fue una estrella fugaz, que dejó una cuerda de luz en el firmamento de la que quizás se colgarán los sueños de los niños, y ¿por qué no de los adultos?, para balancearse mientras escuchan una estrofa de su poema ‘Recuerdos del futuro’: “¿Te acuerdas cuando los ángeles / tocaron sus trompetas / en el paraíso terrenal/ y nosotros estábamos dándole la vuelta a la manzana?”.
Conocí sobre María de las Estrellas por un libro, una novela corta, demencial: ‘La casa del ladrón desnudo’, no podía creer que una niña fuera la autora, de suerte que investigué y supe que a los doce años de edad se presentó ante Germán Arciniegas, decano de la Facultad de Literatura de la Universidad de los Andes y le pidió permiso para asistir a las clases, luego el maestro haría el prólogo de su libro y el pintor Jaime Rendón, la carátula, que el pintor Fernando Botero pintaría en París y que ella le dedicaría a Salvador Dalí su libro con el siguiente texto: “A Salvador con todas mis estrellas”.
Es muy poca la literatura que se encuentra sobre María de las Estrellas, sólo Beatriz Ferro y Jotamario Arbeláez se han dedicado, con gran amor, a escribir un poco de su vida que terminó a los catorce años, en un accidente de tránsito en Boyacá, mientras cumplía con un encargo de su papá, que después se volvió escándalo, sobre la famosa compra de la Custodia de las Clarisas de Tunja, noticia que se desgastó en los Medios y todavía no se ha esclarecido.
A esa pequeña gran escritora, que me llena de asombro, a la que los “sabios” de calificar a los escritores colombianos, no le han dado el lugar que merece, a la misma que es más conocida en el exterior, a la que ganó el premio internacional de novela, con ‘La Casa del ladrón desnudo’; a la que escribió: ‘Cuando esté grande no voy a hacer más poemas, porque de chiquita hice muchas cosas, cuando esté grande me convertiré en flor’. A ella hoy la recuerdo. Cuánto hubiera dado por sentarme a conversar con ella, quizás me habría regalado una estrella, o me diría: ‘No, mi mejor regalo para ti, son mis escritos’.
Hoy, no sé por qué la recuerdo tanto. Han pasado treinta años desde cuando murió. Quiero comentar algo sobre ella para mis lectores. Comencé el día leyendo sus libros, sus frases lindas; nadie la recuerda y los jóvenes no habían nacido cuando ella se fue a pintar estrellas en el cielo. Desde los cuatro años […]
Hoy, no sé por qué la recuerdo tanto. Han pasado treinta años desde cuando murió. Quiero comentar algo sobre ella para mis lectores. Comencé el día leyendo sus libros, sus frases lindas; nadie la recuerda y los jóvenes no habían nacido cuando ella se fue a pintar estrellas en el cielo.
Desde los cuatro años tomaba las palabras y, como si fueran sus barras de plastilina, moldeaba las letras y hacía versos, escribía cuentos, y cuando se hablaba del Día del Idioma, ella era la figura central con sus poemas cargados de asombros. Era María de las Estrellas, la misma que escribió a los ocho años de edad, en unos de sus libros, ‘El mago en la mesa’: “… uno tiene un librito en la mente y allí está escrito todo. Entonces uno busca y busca en la mente y encuentra lo que tiene que decir. Hay veces que aparece una rosa entre el libro, uno la saca y se la da a una persona… Hay personas que dejan podrir sus rosas en las hojas del libro que no abren nunca…”.
La vida de María de las Estrellas, cortita, o como ella pensaba del vivir: “La vida no es así/ la vida resplandece/ hasta que se va”. Su vida inmensa en producción de palabras llenas de luz y de encantamiento, fue como si a su nombre, que ella misma se puso, le hubiera faltado una palabra: fugaz. Fue una estrella fugaz, que dejó una cuerda de luz en el firmamento de la que quizás se colgarán los sueños de los niños, y ¿por qué no de los adultos?, para balancearse mientras escuchan una estrofa de su poema ‘Recuerdos del futuro’: “¿Te acuerdas cuando los ángeles / tocaron sus trompetas / en el paraíso terrenal/ y nosotros estábamos dándole la vuelta a la manzana?”.
Conocí sobre María de las Estrellas por un libro, una novela corta, demencial: ‘La casa del ladrón desnudo’, no podía creer que una niña fuera la autora, de suerte que investigué y supe que a los doce años de edad se presentó ante Germán Arciniegas, decano de la Facultad de Literatura de la Universidad de los Andes y le pidió permiso para asistir a las clases, luego el maestro haría el prólogo de su libro y el pintor Jaime Rendón, la carátula, que el pintor Fernando Botero pintaría en París y que ella le dedicaría a Salvador Dalí su libro con el siguiente texto: “A Salvador con todas mis estrellas”.
Es muy poca la literatura que se encuentra sobre María de las Estrellas, sólo Beatriz Ferro y Jotamario Arbeláez se han dedicado, con gran amor, a escribir un poco de su vida que terminó a los catorce años, en un accidente de tránsito en Boyacá, mientras cumplía con un encargo de su papá, que después se volvió escándalo, sobre la famosa compra de la Custodia de las Clarisas de Tunja, noticia que se desgastó en los Medios y todavía no se ha esclarecido.
A esa pequeña gran escritora, que me llena de asombro, a la que los “sabios” de calificar a los escritores colombianos, no le han dado el lugar que merece, a la misma que es más conocida en el exterior, a la que ganó el premio internacional de novela, con ‘La Casa del ladrón desnudo’; a la que escribió: ‘Cuando esté grande no voy a hacer más poemas, porque de chiquita hice muchas cosas, cuando esté grande me convertiré en flor’. A ella hoy la recuerdo. Cuánto hubiera dado por sentarme a conversar con ella, quizás me habría regalado una estrella, o me diría: ‘No, mi mejor regalo para ti, son mis escritos’.