Cuando acudimos a acompañar a un amigo o familiar a la despedida de un ser querido, con ocasión del llamado divino de la muerte, nos reencontramos en el sitio dispuesto para ello con otros amigos, familiares y conocidos que no veíamos desde hace mucho. Hasta nos olvidamos del lugar y surge de manera espontánea el recuerdo de anécdotas y chistes que reviven la memoria de viejos tiempos que con nostalgia asoman en el reencuentro inesperado.
Suenan carcajadas imprudentes y censuradas, reflejo irónico de aquella amena reunión, dentro de las circunstancias que la convocan. El comentario infaltable: que debemos reunirnos de nuevo o vernos, más seguido en otro escenario. Que no hay que esperar otro velorio para coincidir y volverse a ver, y poder recordar tiempos pasados que, a veces, sirven como bálsamos ante la situación que nos encontremos, estemos bien o no.
La vida nos da oportunidades, pero para quienes creen en el tiempo, nunca hay tiempo para aprovecharlo como debe ser. ¡Qué ironía! La fugacidad de nuestra existencia no la analizamos sino cuando se detiene ante nuestros ojos, que muchas veces ven solo lo que queremos ver, cuando conscientes los cerramos ante la luz de la realidad que nos encandila.
Por eso, no debemos echar en saco roto palabras espontáneas que expresamos cuando nos reencontramos en los velorios y mal llamados sepelios, pues, como dicen los curas, este tipo de eventos debería denominarse “Homenajes”. Y esas palabras, producto del reencuentro ocasionado por el destino, que expresan deseos de reencuentros, esta vez alegres, irónicamente, ante la tristeza del momento, debemos ponerlas en práctica. No esperemos otro muerto que nos sirva de excusa para afianzar la amistad, o ¿no es mejor procurar reunirnos pensando que quizás el próximo reencuentro sea alrededor del ataúd de alguno de nosotros?
Las ideas creemos que surgen de la nada, pero no es así, mis apreciados lectores. Las circunstancias en que nos movemos y desarrollamos nuestras vidas nos proporcionan el argumento para confeccionarlas. Tal vez suene como casualidad la conversación sobre algún tema, tal vez creamos que es casualidad encontrarnos con alguien, pero no, la vida es una senda con miles de ramificaciones que confluyen en ella sin percibirlas, camino de caminantes que procuramos, a veces sin saberlo, llegar a una meta que desconocemos, aunque muchas veces andamos sin saber a dónde vamos. Y en ese camino nos encontramos amigos de verdad, que tal vez se han apartado porque alguna vez tomamos otra de esas ramificaciones para andar nuestro propio camino. Tal vez sea así, o tal vez no.
La Muerte no es intermitente, aunque el escritor José Saramago, en una de sus novelas, la tituló así. Una maravilla absurda, sin duda, donde se desarrolla una adorable historia de amor que hasta nos puede hacer simpatizar con la Muerte. Tal vez los escritores creamos lugares y mundos donde lo inexplicable se vuelve normal y lo fantástico parece real, pero no creo que la Muerte decida suspender su trabajo letal y la gente deje de morir. No habrá euforia colectiva celebrando semejante abominación, porque si llegare a suceder solo enfrentaremos desesperación y caos, pues, aunque las personas ya no mueran, eso no significa que el tiempo se haya detenido. Aprovechémoslo, queridos lectores. Reunámonos de vez en cuando, para que nuestro destino como humanos se complazca entre abrazos de verdadera alegría al reencontrarnos, aunque sea alguna vez y no con ocasión de la Muerte.
Por: Jairo Mejía.












