Un espacio para noquear las adversidades en un entorno recóndito rodeado por un flagelo amenazante, en donde hay que convivir a merced de delincuentes o el mal inherente del consumo de alucinógenos.
Puños con sueños de esperanza, golpes que quieren olvidar un pasado y presente en medio de las drogas o la delincuencia. Un espacio para noquear las adversidades en un entorno recóndito rodeado por un flagelo amenazante, en donde hay que convivir a merced de delincuentes o el mal inherente del consumo de alucinógenos.
Foco de violencia y fortín de pequeños grupos delincuenciales, encargados de sembrar el pánico en un lugar áspero que no disimula la pobreza extrema, en la invasión Brisas de la Popa retoña la esperanza de un mejor vivir a punta de golpes con sed de revancha social.
Un frondoso árbol de caucho amortigua el eco cada puñetazo. A medida que el sol se oculta para darle la bienvenida a una nueva noche, decenas de jóvenes quieren conectar un gancho de victoria para enviar a la lona a los depredadores que desequilibran el entorno social de una zona de riesgo en Valledupar. Allí las drogas y los atracos están perdiendo, prácticamente, la batalla.
Un polideportivo vestido de ‘elefante blanco’, consumido por la maleza y eclipsado por la inseguridad, se convirtió en refugio de consumidores, que poco a poco se van alejando ante el espacio boxístico que disimuladamente combaten los flagelos sombríos que le abren espacios al miedo silencioso.
En Brisas de la Popa se levanta el polvorín como aliado del pálido verano; allí están sus habitantes nublados en la lejanía de sus calles empedradas, las mismas por donde recorre la esperanza de un mejor mañana.
EL PILÓN se internó en el corazón de un lugar impetuoso en donde las miradas extrañas de algunos reflejaban un miedo enajenado a una zozobra latente. A lo lejos un improvisado escenario le daba la bienvenida a los rastreadores de una noticia positiva, en medio de los riesgos que se asoman en cada esquina.
Labor social
Víctor Ochoa, una gloria del boxeo cesarense lidera esta iniciativa que busca “evitar que muchos caigan en las drogas o sacar a aquellos que ya están en el mundo lóbrego de la delincuencia”.
Un improvisado ring sostenido por agrietadas maderas se convirtió en la esperanza de 2.500 familias de la invasión Brisas de la Popa. Es el pretexto para enseñar valores y contribuir al mejoramiento de la calidad de vida en el recóndito lugar.
Dayron Gómez es uno de los 60 boxeadores que iniciaron este proceso. Mientras el sudor recorre por su cuello después de una agotadora jornada de entrenamientos en donde un saco roto mitiga golpes de esperanza, el practicante habla de su nueva vida.
“Yo tenía muchos problemas en la casa porque andaba en malos pasos; acá son escasas las oportunidades de trabajar, gracias a Dios y al profesor Víctor Ochoa encontramos una forma de hacer deporte y abrir caminos para que no haya más delincuencia ni atracos, cuando ven que estamos haciendo deporte, los delincuentes se van alejando poco a poco”, aseguró el joven que no supera los 20 años.
Los trabajos
Víctor Ochoa enseña al pie de la letra lo que aprendió en los cuadriláteros de antaño.
Transmite sin tapujos aquellos conocimientos básicos para formar personas y luego deportistas. “Acá tenemos un polideportivo que hace dos años está en el olvido. Y mientras los niños juegan, muchos jóvenes consumen drogas en los alrededores del escenario. Sin embargo, desde que montamos el ring las cosas han mejorado y los atracos han disminuido. Aquí era común las riñas y atracos con pico de botella, para nadie es un secreto que este lugar es peligroso, pero hemos avanzado a través de este mecanismo, muchos de los delincuentes se acercan para entrenar y yo les respondo que primero deben tener un mejor comportamiento y después los recibo, no puedo mezclar las frutas buenas con las podridas”, dijo el hombre moreno y corpulento, el mismo que un día representó a su departamento y Colombia en competencias internacionales.
“Lo que queremos es que haya inversión social en esta zona subnormal. Ese es el punto de partida para hacerle frente a la proliferación de la delincuencia. Aquí los muchachos entrenan gratis y es lamentable que toquen la puerta de la Liga de Boxeo del Cesar y tengan que pagar 30 mil pesos de inscripción y diez mil por cada día que asistan al gimnasio. Ya tenemos dos muchachos que viven en Brisas de la Popa listos para pelear profesional y eso es un adelanto en este proceso”, dijo el exboxeador, oriundo del corregimiento de Mariangola.
Casas construidas en bahareque o madera, habitadas por desplazados y personas que viven en extrema pobreza, hacen parte del entorno sociológico de un lugar que siempre es noticia por los constantes homicidios, atracos o riñas.
Según datos estadísticos entregados por la Liga de boxeo del Cesar, más de diez pugilistas emigraron a otras regiones en busca de mejores oportunidades, sin embargo, en Brisas de la Popa piensan en grande y cuya cuota inicial está diseñada en un improvisado cuadrilátero, testigo de decenas de sueños a punta de golpes, pero también con la ilusión de noquear al síndrome maligno de la delincuencia y los focos de alucinógenos que fomentan el derramamiento de sangre a punta de un revólver o una filosa navaja, como cómplices de la desdicha, teñida en una realidad que muchas veces termina con la muerte.
Un espacio para noquear las adversidades en un entorno recóndito rodeado por un flagelo amenazante, en donde hay que convivir a merced de delincuentes o el mal inherente del consumo de alucinógenos.
Puños con sueños de esperanza, golpes que quieren olvidar un pasado y presente en medio de las drogas o la delincuencia. Un espacio para noquear las adversidades en un entorno recóndito rodeado por un flagelo amenazante, en donde hay que convivir a merced de delincuentes o el mal inherente del consumo de alucinógenos.
Foco de violencia y fortín de pequeños grupos delincuenciales, encargados de sembrar el pánico en un lugar áspero que no disimula la pobreza extrema, en la invasión Brisas de la Popa retoña la esperanza de un mejor vivir a punta de golpes con sed de revancha social.
Un frondoso árbol de caucho amortigua el eco cada puñetazo. A medida que el sol se oculta para darle la bienvenida a una nueva noche, decenas de jóvenes quieren conectar un gancho de victoria para enviar a la lona a los depredadores que desequilibran el entorno social de una zona de riesgo en Valledupar. Allí las drogas y los atracos están perdiendo, prácticamente, la batalla.
Un polideportivo vestido de ‘elefante blanco’, consumido por la maleza y eclipsado por la inseguridad, se convirtió en refugio de consumidores, que poco a poco se van alejando ante el espacio boxístico que disimuladamente combaten los flagelos sombríos que le abren espacios al miedo silencioso.
En Brisas de la Popa se levanta el polvorín como aliado del pálido verano; allí están sus habitantes nublados en la lejanía de sus calles empedradas, las mismas por donde recorre la esperanza de un mejor mañana.
EL PILÓN se internó en el corazón de un lugar impetuoso en donde las miradas extrañas de algunos reflejaban un miedo enajenado a una zozobra latente. A lo lejos un improvisado escenario le daba la bienvenida a los rastreadores de una noticia positiva, en medio de los riesgos que se asoman en cada esquina.
Labor social
Víctor Ochoa, una gloria del boxeo cesarense lidera esta iniciativa que busca “evitar que muchos caigan en las drogas o sacar a aquellos que ya están en el mundo lóbrego de la delincuencia”.
Un improvisado ring sostenido por agrietadas maderas se convirtió en la esperanza de 2.500 familias de la invasión Brisas de la Popa. Es el pretexto para enseñar valores y contribuir al mejoramiento de la calidad de vida en el recóndito lugar.
Dayron Gómez es uno de los 60 boxeadores que iniciaron este proceso. Mientras el sudor recorre por su cuello después de una agotadora jornada de entrenamientos en donde un saco roto mitiga golpes de esperanza, el practicante habla de su nueva vida.
“Yo tenía muchos problemas en la casa porque andaba en malos pasos; acá son escasas las oportunidades de trabajar, gracias a Dios y al profesor Víctor Ochoa encontramos una forma de hacer deporte y abrir caminos para que no haya más delincuencia ni atracos, cuando ven que estamos haciendo deporte, los delincuentes se van alejando poco a poco”, aseguró el joven que no supera los 20 años.
Los trabajos
Víctor Ochoa enseña al pie de la letra lo que aprendió en los cuadriláteros de antaño.
Transmite sin tapujos aquellos conocimientos básicos para formar personas y luego deportistas. “Acá tenemos un polideportivo que hace dos años está en el olvido. Y mientras los niños juegan, muchos jóvenes consumen drogas en los alrededores del escenario. Sin embargo, desde que montamos el ring las cosas han mejorado y los atracos han disminuido. Aquí era común las riñas y atracos con pico de botella, para nadie es un secreto que este lugar es peligroso, pero hemos avanzado a través de este mecanismo, muchos de los delincuentes se acercan para entrenar y yo les respondo que primero deben tener un mejor comportamiento y después los recibo, no puedo mezclar las frutas buenas con las podridas”, dijo el hombre moreno y corpulento, el mismo que un día representó a su departamento y Colombia en competencias internacionales.
“Lo que queremos es que haya inversión social en esta zona subnormal. Ese es el punto de partida para hacerle frente a la proliferación de la delincuencia. Aquí los muchachos entrenan gratis y es lamentable que toquen la puerta de la Liga de Boxeo del Cesar y tengan que pagar 30 mil pesos de inscripción y diez mil por cada día que asistan al gimnasio. Ya tenemos dos muchachos que viven en Brisas de la Popa listos para pelear profesional y eso es un adelanto en este proceso”, dijo el exboxeador, oriundo del corregimiento de Mariangola.
Casas construidas en bahareque o madera, habitadas por desplazados y personas que viven en extrema pobreza, hacen parte del entorno sociológico de un lugar que siempre es noticia por los constantes homicidios, atracos o riñas.
Según datos estadísticos entregados por la Liga de boxeo del Cesar, más de diez pugilistas emigraron a otras regiones en busca de mejores oportunidades, sin embargo, en Brisas de la Popa piensan en grande y cuya cuota inicial está diseñada en un improvisado cuadrilátero, testigo de decenas de sueños a punta de golpes, pero también con la ilusión de noquear al síndrome maligno de la delincuencia y los focos de alucinógenos que fomentan el derramamiento de sangre a punta de un revólver o una filosa navaja, como cómplices de la desdicha, teñida en una realidad que muchas veces termina con la muerte.