Nombrar temas de empleabilidad o emprendimiento es, instantáneamente, relacionarlo con hojas de vida, perfiles profesionales y diplomas, dejando por fuera, quizá, algo más valioso, como lo es el ejercicio de saber responder quiénes somos y para qué somos buenos. Pregunta que rara vez nos hacemos y que, con frecuencia, no contestamos con honestidad.
Nombrar temas de empleabilidad o emprendimiento es, instantáneamente, relacionarlo con hojas de vida, perfiles profesionales y diplomas, dejando por fuera, quizá, algo más valioso, como lo es el ejercicio de saber responder quiénes somos y para qué somos buenos. Pregunta que rara vez nos hacemos y que, con frecuencia, no contestamos con honestidad.
En los procesos que he acompañado —en inclusión financiera, emprendimiento y empleabilidad, con mujeres, jóvenes o migrantes— siempre me encuentro con la misma respuesta: “No sé qué poner, no sé qué decir de mí, no sé para qué soy bueno o buena”. Nos cuesta reconocernos. Y aclaro: no es porque no tengamos habilidades, sino porque no estamos acostumbrados a mirar hacia adentro.
Pienso en Willy, un joven venezolano que llegó a Colombia con la idea de que no tenía mucho que ofrecer, porque, por la situación de su país, no logró terminar la universidad; razón por la que no tiene un “título”. Ya trabajaba desde su computador, con una empresa del exterior. Sabía inglés, pero no lo reconocía como una habilidad. Un día, en medio de una conversación, le pregunté qué disfrutaba hacer, en qué se sentía útil. Y así surgió la idea de dar clases.
Su primera clase fue con un niño, para reforzarle sus estudios después del colegio. No solo le enseñó, lo hizo con tanta paciencia y dedicación que lo sorprendió incluso a él. El niño entendía, se reía, aprendía. Su mamá le agradeció muchísimo, porque al niño le costaba concentrarse. Entonces, Will no solo hablaba inglés, sabía enseñar.
Esa historia me confirmó, una vez más, que nuestra carta de presentación no es una hoja y ya. Es nuestra historia, nuestras habilidades. Es lo que nos representa y lo que nos permite decir: esto soy. Y por eso, antes de postularnos a un empleo o emprender un negocio, lo primero es escribir esa carta para nosotros mismos.
Aunque es importante mirar hacia adentro, también es valioso escuchar a los demás. Preguntar con humildad: ¿qué ves en mí? ¿Qué crees que hago bien? A veces, otros ven talentos que nosotros no nos hemos permitido reconocer.
En empleabilidad, este ejercicio funciona no solo para responder una entrevista, sino para tomar decisiones coherentes con lo que somos. ¿En cuántas ocasiones nos hemos “vendido” diciendo lo que creemos que quieren oír, pero no lo que realmente nos define? Entre más honestidad haya en tu carta de presentación, más posibilidades tendrás de conectar con oportunidades reales y sostenibles.
Con el emprendimiento, esto se vuelve aún más importante. Crear un negocio no es solo dar vida a una idea, es una extensión de una parte de ti. ¿Qué sabes hacer? ¿Qué puedes ofrecer al mundo? ¿Qué te hace diferente? Un emprendimiento con alma proviene de alguien que se conoce, que entiende su propósito y que construye desde ahí.
Por eso insisto: no te definas solo por lo que dice tu hoja de vida. Ciertamente, hay habilidades silenciosas, invisibles, pero de gran valor. Cocinar, escribir, organizar, liderar, cuidar, hablar en público, interpretar, enseñar, inspirar.
Te invito a escribir tu carta. No para una empresa. Para ti. Haz una lista de lo que sabes hacer, de lo que disfrutas, de lo que dicen que haces bien y de eso que te gustaría mejorar. Escríbela desde la verdad, desde el amor propio, desde tu historia.
Cuando sabes en qué eres bueno o buena, sabes a dónde vas. Y ese, sin duda, es el lugar ideal para comenzar todo lo que está por venir.
Por: Sara Montero Muleth
Nombrar temas de empleabilidad o emprendimiento es, instantáneamente, relacionarlo con hojas de vida, perfiles profesionales y diplomas, dejando por fuera, quizá, algo más valioso, como lo es el ejercicio de saber responder quiénes somos y para qué somos buenos. Pregunta que rara vez nos hacemos y que, con frecuencia, no contestamos con honestidad.
Nombrar temas de empleabilidad o emprendimiento es, instantáneamente, relacionarlo con hojas de vida, perfiles profesionales y diplomas, dejando por fuera, quizá, algo más valioso, como lo es el ejercicio de saber responder quiénes somos y para qué somos buenos. Pregunta que rara vez nos hacemos y que, con frecuencia, no contestamos con honestidad.
En los procesos que he acompañado —en inclusión financiera, emprendimiento y empleabilidad, con mujeres, jóvenes o migrantes— siempre me encuentro con la misma respuesta: “No sé qué poner, no sé qué decir de mí, no sé para qué soy bueno o buena”. Nos cuesta reconocernos. Y aclaro: no es porque no tengamos habilidades, sino porque no estamos acostumbrados a mirar hacia adentro.
Pienso en Willy, un joven venezolano que llegó a Colombia con la idea de que no tenía mucho que ofrecer, porque, por la situación de su país, no logró terminar la universidad; razón por la que no tiene un “título”. Ya trabajaba desde su computador, con una empresa del exterior. Sabía inglés, pero no lo reconocía como una habilidad. Un día, en medio de una conversación, le pregunté qué disfrutaba hacer, en qué se sentía útil. Y así surgió la idea de dar clases.
Su primera clase fue con un niño, para reforzarle sus estudios después del colegio. No solo le enseñó, lo hizo con tanta paciencia y dedicación que lo sorprendió incluso a él. El niño entendía, se reía, aprendía. Su mamá le agradeció muchísimo, porque al niño le costaba concentrarse. Entonces, Will no solo hablaba inglés, sabía enseñar.
Esa historia me confirmó, una vez más, que nuestra carta de presentación no es una hoja y ya. Es nuestra historia, nuestras habilidades. Es lo que nos representa y lo que nos permite decir: esto soy. Y por eso, antes de postularnos a un empleo o emprender un negocio, lo primero es escribir esa carta para nosotros mismos.
Aunque es importante mirar hacia adentro, también es valioso escuchar a los demás. Preguntar con humildad: ¿qué ves en mí? ¿Qué crees que hago bien? A veces, otros ven talentos que nosotros no nos hemos permitido reconocer.
En empleabilidad, este ejercicio funciona no solo para responder una entrevista, sino para tomar decisiones coherentes con lo que somos. ¿En cuántas ocasiones nos hemos “vendido” diciendo lo que creemos que quieren oír, pero no lo que realmente nos define? Entre más honestidad haya en tu carta de presentación, más posibilidades tendrás de conectar con oportunidades reales y sostenibles.
Con el emprendimiento, esto se vuelve aún más importante. Crear un negocio no es solo dar vida a una idea, es una extensión de una parte de ti. ¿Qué sabes hacer? ¿Qué puedes ofrecer al mundo? ¿Qué te hace diferente? Un emprendimiento con alma proviene de alguien que se conoce, que entiende su propósito y que construye desde ahí.
Por eso insisto: no te definas solo por lo que dice tu hoja de vida. Ciertamente, hay habilidades silenciosas, invisibles, pero de gran valor. Cocinar, escribir, organizar, liderar, cuidar, hablar en público, interpretar, enseñar, inspirar.
Te invito a escribir tu carta. No para una empresa. Para ti. Haz una lista de lo que sabes hacer, de lo que disfrutas, de lo que dicen que haces bien y de eso que te gustaría mejorar. Escríbela desde la verdad, desde el amor propio, desde tu historia.
Cuando sabes en qué eres bueno o buena, sabes a dónde vas. Y ese, sin duda, es el lugar ideal para comenzar todo lo que está por venir.
Por: Sara Montero Muleth