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Columnista - 29 noviembre, 2021

Tener casa propia

Desde pequeño recuerdo que para mis papás tener casa propia era una meta importante. Mi mamá corrió con la suerte de encontrarse con un soltero, por allá en 1974, que ya tenía apartamento propio -lo estaba pagando al banco-, carro -que también estaba pagándole al banco- y un buen trabajo en la Federación de Cafeteros. […]

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Desde pequeño recuerdo que para mis papás tener casa propia era una meta importante. Mi mamá corrió con la suerte de encontrarse con un soltero, por allá en 1974, que ya tenía apartamento propio -lo estaba pagando al banco-, carro -que también estaba pagándole al banco- y un buen trabajo en la Federación de Cafeteros. Ese buen partido era mi papá. Ellos se casaron en 1975 y al año siguiente tuve la suerte de nacer. De la Clínica Palermo de Bogotá pasé a vivir a ese apartamento de mi papá, en Los Héroes, al frente del monumento de Simón Bolívar que los de la Primera Línea destrozaron sin piedad hace algunos meses y que ya fue demolido por la Alcaldía de la capital.

Poco tiempo después mis papás compraron otro apartamento, en El Campín, mucho más cómodo y grande y se alquiló el de Los Héroes. Un par de años más tarde nos fuimos a vivir más al norte, a El Bosque, un conjunto residencial que se estrenó en 1980; alquilamos el de El Campín también. Obviamente los bancos nos permitían eso, comprar, invertir, crecer, al igual que el trabajo de mi papá que le generaba la caja para estar al día con sus créditos. Siempre fue importante para mis papás tener algo propio, crecí oyendo a mi mamá decir: “…De donde nadie lo saque a uno”. En 1986, mi papá se quebró y lo perdimos todo, quedamos a merced de las inmobiliarias y de los arrendadores y debimos trastearnos varias veces, qué pesadilla. Otro gallo iba a cantar desde entonces…

Esas últimas vivencias me permitieron comprender, de primera mano, la importancia de tener casa propia. No importa el lugar, ni el tamaño, ni el estrato, solo que sea propia, nuestra, que así sea con hipoteca, el nombre de uno aparezca en las escrituras. Así no tengamos con qué pagar los servicios públicos, ni la cuota de administración de los conjuntos residenciales, es clave que nos preocupemos por ahorrar para adquirir vivienda. 

Sí se puede pero hay que luchar y trabajar por eso. Nadie le regala a uno nada, pero hoy el Estado colombiano dispone de diversas modalidades de subsidios y hasta las Cajas de Compensación se vinculan también con ‘platica’ para hacer ese sueño realidad. Mucha gente que lo veía lejano y hasta imposible, se ha hecho a su vivienda aprovechando las tantas oportunidades de las que disponemos hoy.

Digan lo que digan comprar vivienda, invertir en finca raíz, es de los negocios más seguros que hay porque la garantía es real. En las ciudades de alta valorización el negocio es más rentable. Pero la tranquilidad que se tiene al tener vivienda no la paga nada ni nadie. Vale la pena hacerlo. Además, por la crisis económica generada por la pandemia y que aún no termina, los bancos ofrecen buenas tasas de financiación y plazos que exceden los 15 años de antaño. Aprovechen, si pueden comprarse su casa o su apartamento, inviertan y aseguren su vejez. Creanme que vale la pena.

Es ley de vida que llega el momento de envejecer, cuando uno se cansa por hacer poco. En ese momento dejamos de trabajar, nos enfrentamos a disfrutar del derecho a descansar pero si no se tiene casa propia, el tema se nos empieza a barajar. Ahí nos lamentamos, identificamos los errores cometidos pero que son ya hechos cumplidos; ya no hay capacidad de reacción, poco se podrá hacer. Puede que haya una pensión de jubilación, ojalá la haya, pero esta desaparecerá en un suspiro al pagar el arrendamiento al inicio de cada mes. No puede ser. No queremos enfrentar esa situación. Queremos llegar a ese momento habiendo cancelado las hipotecas del bien inmueble que nos albergará, tranquilamente, hasta que Dios decida que nuestro tiempo se acabó. Ese sueño es el que tengo para cada colombiano, para mis familiares y amigos, para la gente que conozco y para la que desconozco.

Organícese, sí se puede, si no tiene aún su casa, empiece a construir ese sueño desde ya; póngase esa meta. Si es juicioso, trabajador, si le ve sentido a ahorrar, pronto, ojalá antes de lo que usted mismo cree, estará escogiendo el que pronto será su hogar, su casa, su refugio, de donde “…nadie lo saque a uno”.

Vale la pena construir ese sueño, vale la pena pensar en la vejez; no para dejarle algo a los hijos sino para evitar, al máximo, que nos llegue a faltar algo en ese momento. Tener un techo no debe ser un sueño de pocos sino una realidad de todos. ¡Qué así sea!

Mientras tanto: “comprar” el certificado de vacunación es delito y da cárcel. ¿Quiere contagiarse allá de covid-19?

Por: Jorge Eduardo Ávila

Columnista
29 noviembre, 2021

Tener casa propia

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Jorge Eduardo Ávila

Desde pequeño recuerdo que para mis papás tener casa propia era una meta importante. Mi mamá corrió con la suerte de encontrarse con un soltero, por allá en 1974, que ya tenía apartamento propio -lo estaba pagando al banco-, carro -que también estaba pagándole al banco- y un buen trabajo en la Federación de Cafeteros. […]


Desde pequeño recuerdo que para mis papás tener casa propia era una meta importante. Mi mamá corrió con la suerte de encontrarse con un soltero, por allá en 1974, que ya tenía apartamento propio -lo estaba pagando al banco-, carro -que también estaba pagándole al banco- y un buen trabajo en la Federación de Cafeteros. Ese buen partido era mi papá. Ellos se casaron en 1975 y al año siguiente tuve la suerte de nacer. De la Clínica Palermo de Bogotá pasé a vivir a ese apartamento de mi papá, en Los Héroes, al frente del monumento de Simón Bolívar que los de la Primera Línea destrozaron sin piedad hace algunos meses y que ya fue demolido por la Alcaldía de la capital.

Poco tiempo después mis papás compraron otro apartamento, en El Campín, mucho más cómodo y grande y se alquiló el de Los Héroes. Un par de años más tarde nos fuimos a vivir más al norte, a El Bosque, un conjunto residencial que se estrenó en 1980; alquilamos el de El Campín también. Obviamente los bancos nos permitían eso, comprar, invertir, crecer, al igual que el trabajo de mi papá que le generaba la caja para estar al día con sus créditos. Siempre fue importante para mis papás tener algo propio, crecí oyendo a mi mamá decir: “…De donde nadie lo saque a uno”. En 1986, mi papá se quebró y lo perdimos todo, quedamos a merced de las inmobiliarias y de los arrendadores y debimos trastearnos varias veces, qué pesadilla. Otro gallo iba a cantar desde entonces…

Esas últimas vivencias me permitieron comprender, de primera mano, la importancia de tener casa propia. No importa el lugar, ni el tamaño, ni el estrato, solo que sea propia, nuestra, que así sea con hipoteca, el nombre de uno aparezca en las escrituras. Así no tengamos con qué pagar los servicios públicos, ni la cuota de administración de los conjuntos residenciales, es clave que nos preocupemos por ahorrar para adquirir vivienda. 

Sí se puede pero hay que luchar y trabajar por eso. Nadie le regala a uno nada, pero hoy el Estado colombiano dispone de diversas modalidades de subsidios y hasta las Cajas de Compensación se vinculan también con ‘platica’ para hacer ese sueño realidad. Mucha gente que lo veía lejano y hasta imposible, se ha hecho a su vivienda aprovechando las tantas oportunidades de las que disponemos hoy.

Digan lo que digan comprar vivienda, invertir en finca raíz, es de los negocios más seguros que hay porque la garantía es real. En las ciudades de alta valorización el negocio es más rentable. Pero la tranquilidad que se tiene al tener vivienda no la paga nada ni nadie. Vale la pena hacerlo. Además, por la crisis económica generada por la pandemia y que aún no termina, los bancos ofrecen buenas tasas de financiación y plazos que exceden los 15 años de antaño. Aprovechen, si pueden comprarse su casa o su apartamento, inviertan y aseguren su vejez. Creanme que vale la pena.

Es ley de vida que llega el momento de envejecer, cuando uno se cansa por hacer poco. En ese momento dejamos de trabajar, nos enfrentamos a disfrutar del derecho a descansar pero si no se tiene casa propia, el tema se nos empieza a barajar. Ahí nos lamentamos, identificamos los errores cometidos pero que son ya hechos cumplidos; ya no hay capacidad de reacción, poco se podrá hacer. Puede que haya una pensión de jubilación, ojalá la haya, pero esta desaparecerá en un suspiro al pagar el arrendamiento al inicio de cada mes. No puede ser. No queremos enfrentar esa situación. Queremos llegar a ese momento habiendo cancelado las hipotecas del bien inmueble que nos albergará, tranquilamente, hasta que Dios decida que nuestro tiempo se acabó. Ese sueño es el que tengo para cada colombiano, para mis familiares y amigos, para la gente que conozco y para la que desconozco.

Organícese, sí se puede, si no tiene aún su casa, empiece a construir ese sueño desde ya; póngase esa meta. Si es juicioso, trabajador, si le ve sentido a ahorrar, pronto, ojalá antes de lo que usted mismo cree, estará escogiendo el que pronto será su hogar, su casa, su refugio, de donde “…nadie lo saque a uno”.

Vale la pena construir ese sueño, vale la pena pensar en la vejez; no para dejarle algo a los hijos sino para evitar, al máximo, que nos llegue a faltar algo en ese momento. Tener un techo no debe ser un sueño de pocos sino una realidad de todos. ¡Qué así sea!

Mientras tanto: “comprar” el certificado de vacunación es delito y da cárcel. ¿Quiere contagiarse allá de covid-19?

Por: Jorge Eduardo Ávila