Llega diciembre con la alegría de la Navidad y con él, damos inicio al último capítulo del 2025. Llegamos al punto más alto del año, en el que nos detenemos a mirar desde esa cima, todo lo que se vivió durante este recorrido para llegar hasta aquí. Tal vez muchas adversidades y dificultades tuvieron que ser superadas, hayan sido emocionales, económicas o laborales; pero también se puede ver cuántos logros pudieron conseguirse. Es por eso que este mes trae consigo una carga emocional grande.
Los buñuelos, los pasteles, la natilla, las hayacas y los sancochos; pasan a ser los platos protagonistas de todos los hogares. Es en este mes donde aflora toda esa bondad que habita en la humanidad de las personas, la misma naturaleza humana que nos hace sentir compasión por los demás, por eso muchos comparten con los desvalidos un poco de las bendiciones que recibieron durante el año; ya sea un mercado, un juguete a un niño o cualquier otra forma de retribuirle a Dios y al universo, por medio del prójimo, el haber sido prósperos y bendecidos durante el año, porque Dios no abandona a nadie, el desamparado no ha nacido, es por eso que, a lo mejor, es en esta fecha cuando él toca el corazón de sus hijos.
En diciembre es cuando se hace valer ese trato histórico, irrompible e irrenunciable, entre padrinos y ahijados, por el aguinaldo, que más que un compromiso sacramental; es casi una sentencia vitalicia.
Diciembre tiene su mística, esta es tanta, que su presencia se puede sentir meses antes de su llegada por esa característica brisa matutina que a través de los años fue bautizada con su nombre: “La brisa de diciembre”. Es como ese ser que no podemos ver, pero que podemos sentir. Sus tardes no son comunes, son diferentes, porque esperan impacientes a que caiga la oscuridad de la noche para iluminarse de luces navideñas. Para esta época del año, el cielo se viste de un negro infinito que hace visible Las Pléyades, un cúmulo de estrellas con forma de un árbol de Navidad, y a la constelación de Orión, con sus Reyes Magos que adornan el cielo decembrino.
El vallenato, nuestra música autóctona, no ha sido indiferente a la época más bonita del año, ya que se han inmortalizado canciones que mueven las fibras de quienes las escuchan, por sus letras cargadas de nostalgia e historias, que nos hacen sentirlas y encarnarlas como propias. Diomedes Díaz adaptó de manera magistral “Las cuatro fiestas”, de Adolfo Echeverría y Nury Borrás; convirtiéndola en un himno, al igual que “Mensaje de Navidad”, de Rosendo Romero, porque hay personas que les da tristeza al llegar diciembre y hay personas que al llegar diciembre se ponen alegres. Jorge Oñate con su “Bonito diciembre” donde la gente canta, llora y grita, donde a los niños les dan su regalo, donde el amor reluce con sonrisas; Los Betos con “Bendito diciembre” lleno de guayabos, lleno de recuerdos; El Binomio de Oro con “Navidad”, con la triste realidad de que hay navidades tristes y navidades alegres. Y como estas, muchas otras canciones de nuestro folclor vallenato, que alegran a las familias en esta bonita época de unión e integración familiar.
Diciembre es polimorfo, tiene muchas caras; la de la alegría, la de la nostalgia, la del dolor. No hay dudas de que es una fecha que todos vivimos de diferentes maneras, porque siempre está sujeta a cómo haya sido el año de cada uno. A pesar de todo, siempre habrá razones para agradecer y mantener la esperanza. Solo resta compartir en armonía y disfrutar de lo que resta del año en familia, con buenos amigos y con un buen vallenato.
Por: Orlando Gregorio Moreno Manjarrez.











