Entre las recientes fiestas decembrinas, el CPV, Círculo de Periodistas de Valledupar, celebró su ceremonia Noche de los Mejores, donde se destacan los trabajos de los comunicadores sociales de cada año. Un hecho incentivador, donde también participan estudiantes, esos nuevos locos que gastan su tiempo en el periodismo, una profesión que se aprende por intuición y estudiando otras materias como español, inglés, historia, economía y sociología, por ejemplo. Lo demás son herramientas digitales, con sus cambios diarios; la humanidad, con sus ritmos repetitivos de siglos. Pero bueno, un mundo sin locos nuevos no funciona.
El evento como tal quedó bonito. Rafael Escalona y su equipo se lucieron, con la queja de siempre: que los vinos se sirvan desde el principio, porque se torna aburrido ver tantas caras hablando paja en esas mesas, la mayoría estrenando vestidos —en el caso femenino—; los hombres, con sus viejas y aburridoras guayaberas amarillentas de tantos años. Pero como el protocolo los obliga, ellos, como mansos borregos, cumplen. Y, por supuesto, esa moda pendeja dizque homenaje a los viejos caribeños. Algunos ignoran que la usaban los viejos campesinos cubanos para echar guayabas silvestres en sus recorridos por el monte. El colega Fernando Flores llevó una con ocho bolsillos. ¡Por Dios!
Como todo evento respetable y rescatable, la moda se impone. En años anteriores, expertas del gremio y un grupo de la comunidad diversa del periodismo —que, a propósito, sigue creciendo— se encargaban de calificarlos a los asistentes. Hoy, la Inteligencia Artificial (IA) fue la herramienta utilizada para tal fin. He aquí los resultados.
Lo primero que mostró la IA fue la ausencia de veteranas del gremio, todas por achaques de salud: la querida Melitza Quintero, líos de rodillas; María José Rumbo, dedo gordo del pie derecho; Mildreth Zapata, viajes al exterior cada semana; la Capi Griselda Gómez, con dolores estomacales, al parecer por muchos fríjoles fortificados, aún en investigación por su entidad; las sanjuaneras Ana Cecilia Fuentes y Ruth llegaron orondas y despistadas al día siguiente; las hermanas Mosquera, invitadas por la vicepresidenta a otra fiesta.
Mientras eso ocurría, la gran Albita Quintero lucía un vestido a rayas rectas, como las nietas de faraones egipcios. Ximena Becerra descartó azul con olas del bravo mar Pacífico, que llamó atenciones visuales. Al lado derecho, Perla Marina Escalona no ahorró dinero para lucir una blusa carbonera con una pesada falda color pistacho nuevo, que la casa alquiladora recomendó como furor manzana verde chilena, la novedad de la primavera 2026. Y ahí, a pocos pasos, Domélica Ocampo, eterna contratista de alimentos y bebidas del gremio, cargaba con sus quinientos kilos de peso y un vestido blanco con alas azules de gaviotas como adorno. Muy pesada, pero sonriente toda la noche.
Al lado derecho apareció Sandra Machado, de atrevido bombacho color gris ratón que, para sus años, causó sensaciones. Al lado, Liliana Vanegas, como toda profe, destacó por su sobriedad: regia, modesta, caro vestido. De esa misma cohorte apareció Damaris Rojas, de exclusivo vestido capuchino con ciruelas pasas licuadas que salvó la noche. Sigue Nubia Rosa Mejía Parra: destacó su falda noches sin luceros, blusa sencilla de regular precio y caras zapatillas, pero de color equivocado para el evento. Se cambió de mesa varias veces buscando, como siempre, mejores estratos de compañía; no soporta mucho la chusma y menos a un mes de pensionarse por el Estado.
Sammy Sarabia, La Filarmónica, junto a Karelis Rodríguez, ambas treintañeras, miraban de reojo a las nuevas niñas del gremio. Sin tanto trapo encima, lucieron elegantonas y discretas. Muy cercana estaba Lina Paolo Fuenmayor, la guajira, con vestido armónico de bailar chichamaya, aplaudido por sus colegas su premio como si fuera un Pulitzer. A su lado, Mary Mestre mostró una espalda maravillosa con amplio vestido teñido de azul como agua bomberil. A su lado apareció Lucy Serrano con un vestido verde esmeralda prestado y cabello tinturado de ardilla nueva, que hacía contraluz a los fotógrafos. Cerró el grupo Kelly Cervantes con su rojo carmesí que, a decir verdad, mejoró respecto a años anteriores.
Esa noche de premios y empates quedará en la historia: no hubo tercer lugar, sí empate. Tan fácil que es decir cuarto puesto, a sabiendas de que no hay quinto malo.
La juvenil Andrea Guerra, ganadora absoluta de la noche, lució un vestido de sirena sencillo y elegante, con esos salarios del medio algo desencantadores, pero mejor que nada. Faltó María Elisa Dangond, cuyo porte de dama inocente y elegancia es referencia, tanto que las damas Lúquez y Galvis la consultan. María Eloisa Araujo estrenó un vestido humo tabaco verdoso que causó miradas ardientes, mientras Camila Villazón se fajó con cincuenta kilos de flores fucsias, moradas, lilas y rosadas que hicieron bulla. Elba Bonett, con falda fuego escarlata, dio la talla y efervescencia en ciertos corazones que la siguen; su premio es bien ganado. Y pare de contar. Daniela Aramendiz se fajó con sirenazo color tiburón, entre verde y azul ciénaga, con hebilla del siglo XVI que fue una locura.
La gran jefa cultural del municipio ni se inmutó en saludar periodistas; su viaje a Turquía aún la tiene algo mareadita y hablando sin parar de cultura turca. Con un vestido zanahoria con jugo de limón, pasó su noche tranquila. Sobra decir que buena funcionaria sí es. Muy cerca a su mesa de poder estuvo Alejandra Vence: cargó un vestido bosque tropical seco, hecho a su medida, que la IA aseguró fue lo mejorcito de la velada. Sharic Ovalle estuvo algo floja, pero presentable. Luz Fernanda Angarita hizo hasta para vender con una blusa acampanada que dejó mil comentarios, no todos a su favor, mientras Celina Riquett se jaló un verde botella vieja; pero su risa conquistadora la hace agradable.
De los hombres, un desastre total. Nada que ver. Ni Ubaldo Anaya, con asesora a la pata, asistió en viejas abarcas tres puntá de los Corraleros de Majagual, sin dejar dudas; su consorte, eso sí, estuvo maravillosamente vestida. Algo preventivo que toca agradecerle al CPV fue su salud preventiva, representada en dos uniformes de enfermería superior de la UPC, en nombre de Melissa Granados y Lefty Polo, que recordaron a los adultos mayores tomarse sus medicamentos en el lugar. Qué bien por ellas; qué mal por la moda.
Lucho Barreto, viejo zorro del oficio, le puso un nombre tan largo a su crónica que la RAE anda en su búsqueda, igual que los modistos actuales. Ni qué decir de Leonardo Armenta, con una camisa de su hermano Everardo, cara pero algo ancha para Leo, tanto que su esposa se lo llevó temprano a casa. En moda, nada hizo Alex Acuña: la misma ropa con la que va a diario a la Asamblea y al Concejo. Su premio de periodista del año no se lo dijeron antes para mejorar. En las mismas anda Rafael Escalona, actual presidente: elegante en la calle y, donde debe mostrar casta, va con ropa de pueblo.
Ni hablar de Aquiles Hernández, Franco Gómez, Monito Ustariz y otros del Club Bololó: por andar dizque siguiendo protocolos parecían bollos limpios, salvo Edgar de Hoz, impecable, bien planchado, zapatos brillantes, junto a su amiga y compañera de estudios del siglo pasado, que repitió vestido —dato suministrado por Liceth Mendoza Cataño—, veterana abogada que, sin pensarlo mucho, se armó con un traje color plata, brea y cobre a chorros, como pavimento nuevo. Tal vez alguna ingeniera de vías la asesoró. Eso no se hace.
Pero fue una noche fresca, bonita y bien hecha. Faltaron perfumes: en su mayoría usaron olores de revistas callejeras; sin oler mal, pudieron impactar con aromas de caché. La vida pasa. Miles de días bonitos nos recibirán en 2026, mientras los viejos modistos se revuelcan en las tumbas del olvido. Felices cabañuelas, ojalá de amores.










