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Crónica - 26 mayo, 2024

‘Te esperaré’, la historia de Omar Geles y su ‘Mona linda’

La distancia era fatal, Liliana, en Londres, y Omar Geles en el Valle, por eso las llamadas que él hacía eran eternas, porque eran tres o cuatro horas hablando. Era tan famoso en el lugar que ya las muchachas de Telecom, cuando lo veían entrar, se rumoraban: “Llegó el Eveready”.

Omar Geles junto a Liliana Carrillo en medio de la graduación de uno de sus hijos. Foto: Tomada de redes sociales.
Omar Geles junto a Liliana Carrillo en medio de la graduación de uno de sus hijos. Foto: Tomada de redes sociales.
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Un 15 de febrero de 1967 nació Omar Geles, uno de los más grandes compositores del género del vallenato, el mismo que emplumó y le crecieron sus alas de ángel en la Capital Mundial del Vallenato y luego el mundo lo conocería como “el Diablito”. Ese mismo, que aprendió a tocar el acordeón solo por razones del destino, porque el padre cuando se marchó de la casa, para nunca volver, dejó uno que había comprado de segunda para que su hijo “Juancho” aprendiera a tocar, pero, como todos saben, él nunca aprendió y el pequeñito de la casa sí lo hizo, y se le metió el vallenato en su alma.

En el año de 1980, Omar Geles, quien ya hacía pareja musical con Miguel Morales; en sus inicios de su carrera como acordeonero, fue contratado por un gran líder político del municipio de Codazzi, Cesar, Tomás Ovalle Lopéz, quien era el presidente de las fiestas patronales del barrio San José. Con él, firmaron un contrato por el valor de treinta mil pesos. Cuenta el ‘Negro’ Ovalle, como es conocido en la región, que los músicos llegaron temprano por la tarde, aunque la KZ se realizaría en horas de la noche. El “negro Ovalle” los invitó a cenar en un prestigioso restaurante y asaderos del municipio, donde minutos más tarde llegaría el ganadero, agricultor y aficionado a los gallos finos, Álvaro Roque, quien adoraba la musica de acordeón. De inmediato el “negro” lo socializó con los músicos y Roque, les prometió qué los acompañaría en la noche. Efectivamente en horas de la noche fue uno de los primeros que asistió a la KZ, vestido de blanco, desde los zapatos hasta el sombrero; con su carriel de cuero al hombro que nunca dejaba ¡ni para ir al baño! Y dicen sus amigos más cercanos, que ahí cargaba “el perro prieto” de seis dientes, de 38 centímetros cada uno, el que lo libraba de todo mal.

Álvaro Roque se hizo muy amigo de Omar Geles y lo contrató para una parranda de cumpleaños en casa de Jairo Carrillo, un empresario y prestigioso ganadero, que se radicó en la ciudad de Santa Marta, pero tenía sus fincas ganaderas en Codazzi y en las Sabanas de Minguillo (Cesar) y otros negocios con los “gringos”, en la serranía del Perijá. Los músicos llegaron temprano como de costumbre e iniciaron la parranda en un quiosco. En la fiesta estaba una señorita menudita, de cabello mono y un escultural cuerpo de sirena, bien cuidada, de un caminar sensual, con una estampa de reina por naturaleza y una sonrisa que al “negro Geles” lo envolvió con la misma fuerza que una anaconda toma a su presa, para luego tragársela sin ninguna piedad.

Omar, empezó a botar candela con su acordeón, toda la parranda fue sin quitarle el ojo a la hermosa dama. Ella de vez en cuando lo recompensaba con una sonrisa y el acordeonero se esmeraba más por hacer sonar su instrumento con todas sus fuerzas. Esa linda niña era la hija de Jairo Carrillo, la consentida de la casa, la pechichona, la que cuidaba más que toda la riqueza de la familia, la muñequita de porcelana, la que el papá, cuando estaba avanzado en tragos se la sentaba en sus piernas y la mimaba como niña recién nacida; hasta el punto que ella se llenaba de pena y salía corriendo del lugar. Pero lo que no mueve un acordeón, no lo mueve nadie. Después de varias parrandas en la misma casa, Omar Geles logró conquistar a la monita, sin que sus padres sospecharan del romance de su nena, como la llamaban ellos.

Ellos se ennoviaron y se veían a escondidas de su familia, pero no hay secreto que dure cien años ni cocinera que lo resista. La señora que en las parrandas hacía los asados y los sancochos, un día se dio cuenta que la niña Lili, se estaba dando un beso con el acordeonero, el que había aprovechado un descuido y con la excusa de ir a tomarse un vaso de agua en la cocina, coincidió con Liliana Carrillo, y le dio un beso largo, como para que le alcanzara hasta el lunes. La mujer se sorprendió y se detuvo para que la pareja no alcanzara a notar su presencia, pero terminada la fiesta y cuando ya estaban recogiendo todo el reguero de la parranda, la señora le contó con pelos y señales todo lo que sus ojos habían visto, a la madre de Liliana. La madre enfurecida de inmediato le comunica a su esposo y él, al día siguiente llama a Liliana para corregir su comportamiento. Después de hablarle; le prohibieron la relación, con la justificación que Omar Geles, era un simple músico y que ella estaba para aspiraciones más grandes. La joven corrió a su cuarto y se quedó ahí sin salir por varios días, solo dejaba entrar a la niña del aseo, la que aprovechaban para que le entregara la comida.

Como el amor de los enamorados era más fuerte que la distancia del Valle a Santa Marta, sus padres tomaron una decisión más radical y mandaron a Liliana a estudiar a Londres, con el fin que se olvidara del músico que no merecía el amor de su hija según sus padres.

Todo ese enredo, rompió las relaciones de Jairo Carrillo y los músicos, porque no fueron contratados más para las parrandas, pero Omar, como pudo, obtuvo el número telefónico de donde vivía Liliana en Londres, y la llamaba todos los jueves hasta el punto que si no tenía plata; pedía para hacer la llamada. Era tanta la tristeza de él que la ‘vieja Hilda’, había momentos que lo encontraba llorando en el patio de la casa. Ella le preguntaba: “Por qué estás llorando”, y él le respondía que no estaba llorando, que era un sucio que le había caído en los ojos, un cuento triste que la “Vieja Hilda” no se lo creía.

Omar tenía que expulsar todo ese sentimiento reprimido por la partida de su “Mona Linda” y qué mejor forma de hacerlo si no por medio de un canto, pero lo difícil era que él, era acordeonero pero no compositor.

La distancia era fatal, Liliana, en Londres, y Omar Geles en el Valle, por eso las llamadas que él hacía eran eternas, porque eran tres o cuatro horas hablando. Era tan famoso en el lugar que ya las muchachas de Telecom, cuando lo veían entrar, se rumoraban: “Llegó el Eveready”. Yo no sé si era porque duraba mucho tiempo metido en las cabinas o por el gato negro del imagotipo que publicitaba la marca de las pilas rojas, pero ya lo conocían de lejos. En una de esas llamadas, Liliana, le describe la ciudad de Londres diciendo: “Es una ciudad hermosa, tiene una torre con un reloj de cuatro caras, está aún en la misma extensión como la fundaron los romanos, más o menos una milla cuadrada, es fresca, a orillas del río Támesis”. “¡Ah!” -dijo Omar Geles- ¡es igualita al Valle! Que está pegada al río Guatapurí.

Ella a miles de kilómetros, por el teléfono, soltó la risa; luego paró un poco y le dijo: “Algo así mi rey lindo”. Omar Geles no era compositor, pero cada vez que salía de TELECOM, iba triste y chiflando melodía, siempre una diferente todos los jueves. Ese jueves chifló una hermosa que le causó admiración ¡y no se le olvidó! Ni porque en el trayecto a su casa se encontró con el líder político, concejal de Valledupar, llamado Aldo Quintero, quien lo quería llevar a las fiestas patronales de la Virgen de la Candelaria, el dos de febrero, en el corregimiento de Los Venados Cesar. Después de arreglar el toque de Los Venados, Omar Geles llegó a la casa y se dispuso a ponerle letra al chiflido, se sentó en la terraza con un cuaderno Norma, de cincuenta hojas, donde la “vieja Hilda” anotaba las medidas de sus clientes, para hacerle la ropa con exactitud. Pero después de varios intentos y de escribir algunos versos que no le gustaron, el traqueteo de la vieja máquina de coser de su madre, no lo dejaban concentrarse y tiró el cuaderno y el lápiz encima de los cortes de telas.

Caminando hacia la cocina sin detener la marcha, destapó un caldero y con la boca medio llena le dijo a la “vieja Hilda”: “Mamá, ¿usted sabía que Londres es igualita al valle?”. Sí -dijo la “vieja Hilda” sin detener la marcha de la máquina de coser-, y Guacoche, se parece a París, solo falta que hagan casas del lado derecho del río Cesar, para que el río quede en el centro de todo, como el río Sena, y listo.

Él soltó la risa, destapó una tinaja que conservaba su madre desde el traslado de Mahates, Bolívar, a Valledupar y con el cucharón sacó agua, la vació en un vaso de peltre, se la tomó y luego entró al cuarto y cogió el acordeón. Acompañado de su instrumento, cantó sus primeros versos que le salían de lo más profundo de su alma recordando a su “Mona Linda”, abrió su acordeón y ya tocando la melodía del silbido, cantó parte de la letra: “Y si esta es la verdad porque voy a negarla, que estoy enamorado de unos ojos bellos, primera vez que me entrego con toda el alma, y no puedo ocultarlo es verdad que te quiero”.

La canción la terminó y es una de sus mejores canciones, algo raro para ser la primera que escribía en su vida, pero lo que nace del amor, con amor se hace.

Omar graba su primer LP (De verdad verdad) en 1985, al lado de Miguel Morales, dónde su mayor éxito fue la canción “Tú”, de la autoría del maestro Hernando Marín Lacouture. Pero ya tenía lista su canción que titularía “Te esperaré”, la cual fue grabada en el año de 1986, en su segundo LP (Especiales), con su agrupación Los Diablitos, donde “Te esperaré” sería el éxito y la musa de ese canto fue la mujer que luego de tanta espera se convirtió en su primera esposa y con la cual tuvo dos hijos (Omar Yesid y José Jorge Geles Carrillo) la misma a la que le hizo muchas canciones, su “Mona linda” Liliana Carrillo, esa que partió de este mundo un año antes que él, un 30 de mayo de 2023, víctima de un cáncer que se la arrebató a sus dos hijos y a su familia.

Por: Jaider Alfonso Gutiérrez Vega.

Crónica
26 mayo, 2024

‘Te esperaré’, la historia de Omar Geles y su ‘Mona linda’

La distancia era fatal, Liliana, en Londres, y Omar Geles en el Valle, por eso las llamadas que él hacía eran eternas, porque eran tres o cuatro horas hablando. Era tan famoso en el lugar que ya las muchachas de Telecom, cuando lo veían entrar, se rumoraban: “Llegó el Eveready”.


Omar Geles junto a Liliana Carrillo en medio de la graduación de uno de sus hijos. Foto: Tomada de redes sociales.
Omar Geles junto a Liliana Carrillo en medio de la graduación de uno de sus hijos. Foto: Tomada de redes sociales.
Boton Wpp

Un 15 de febrero de 1967 nació Omar Geles, uno de los más grandes compositores del género del vallenato, el mismo que emplumó y le crecieron sus alas de ángel en la Capital Mundial del Vallenato y luego el mundo lo conocería como “el Diablito”. Ese mismo, que aprendió a tocar el acordeón solo por razones del destino, porque el padre cuando se marchó de la casa, para nunca volver, dejó uno que había comprado de segunda para que su hijo “Juancho” aprendiera a tocar, pero, como todos saben, él nunca aprendió y el pequeñito de la casa sí lo hizo, y se le metió el vallenato en su alma.

En el año de 1980, Omar Geles, quien ya hacía pareja musical con Miguel Morales; en sus inicios de su carrera como acordeonero, fue contratado por un gran líder político del municipio de Codazzi, Cesar, Tomás Ovalle Lopéz, quien era el presidente de las fiestas patronales del barrio San José. Con él, firmaron un contrato por el valor de treinta mil pesos. Cuenta el ‘Negro’ Ovalle, como es conocido en la región, que los músicos llegaron temprano por la tarde, aunque la KZ se realizaría en horas de la noche. El “negro Ovalle” los invitó a cenar en un prestigioso restaurante y asaderos del municipio, donde minutos más tarde llegaría el ganadero, agricultor y aficionado a los gallos finos, Álvaro Roque, quien adoraba la musica de acordeón. De inmediato el “negro” lo socializó con los músicos y Roque, les prometió qué los acompañaría en la noche. Efectivamente en horas de la noche fue uno de los primeros que asistió a la KZ, vestido de blanco, desde los zapatos hasta el sombrero; con su carriel de cuero al hombro que nunca dejaba ¡ni para ir al baño! Y dicen sus amigos más cercanos, que ahí cargaba “el perro prieto” de seis dientes, de 38 centímetros cada uno, el que lo libraba de todo mal.

Álvaro Roque se hizo muy amigo de Omar Geles y lo contrató para una parranda de cumpleaños en casa de Jairo Carrillo, un empresario y prestigioso ganadero, que se radicó en la ciudad de Santa Marta, pero tenía sus fincas ganaderas en Codazzi y en las Sabanas de Minguillo (Cesar) y otros negocios con los “gringos”, en la serranía del Perijá. Los músicos llegaron temprano como de costumbre e iniciaron la parranda en un quiosco. En la fiesta estaba una señorita menudita, de cabello mono y un escultural cuerpo de sirena, bien cuidada, de un caminar sensual, con una estampa de reina por naturaleza y una sonrisa que al “negro Geles” lo envolvió con la misma fuerza que una anaconda toma a su presa, para luego tragársela sin ninguna piedad.

Omar, empezó a botar candela con su acordeón, toda la parranda fue sin quitarle el ojo a la hermosa dama. Ella de vez en cuando lo recompensaba con una sonrisa y el acordeonero se esmeraba más por hacer sonar su instrumento con todas sus fuerzas. Esa linda niña era la hija de Jairo Carrillo, la consentida de la casa, la pechichona, la que cuidaba más que toda la riqueza de la familia, la muñequita de porcelana, la que el papá, cuando estaba avanzado en tragos se la sentaba en sus piernas y la mimaba como niña recién nacida; hasta el punto que ella se llenaba de pena y salía corriendo del lugar. Pero lo que no mueve un acordeón, no lo mueve nadie. Después de varias parrandas en la misma casa, Omar Geles logró conquistar a la monita, sin que sus padres sospecharan del romance de su nena, como la llamaban ellos.

Ellos se ennoviaron y se veían a escondidas de su familia, pero no hay secreto que dure cien años ni cocinera que lo resista. La señora que en las parrandas hacía los asados y los sancochos, un día se dio cuenta que la niña Lili, se estaba dando un beso con el acordeonero, el que había aprovechado un descuido y con la excusa de ir a tomarse un vaso de agua en la cocina, coincidió con Liliana Carrillo, y le dio un beso largo, como para que le alcanzara hasta el lunes. La mujer se sorprendió y se detuvo para que la pareja no alcanzara a notar su presencia, pero terminada la fiesta y cuando ya estaban recogiendo todo el reguero de la parranda, la señora le contó con pelos y señales todo lo que sus ojos habían visto, a la madre de Liliana. La madre enfurecida de inmediato le comunica a su esposo y él, al día siguiente llama a Liliana para corregir su comportamiento. Después de hablarle; le prohibieron la relación, con la justificación que Omar Geles, era un simple músico y que ella estaba para aspiraciones más grandes. La joven corrió a su cuarto y se quedó ahí sin salir por varios días, solo dejaba entrar a la niña del aseo, la que aprovechaban para que le entregara la comida.

Como el amor de los enamorados era más fuerte que la distancia del Valle a Santa Marta, sus padres tomaron una decisión más radical y mandaron a Liliana a estudiar a Londres, con el fin que se olvidara del músico que no merecía el amor de su hija según sus padres.

Todo ese enredo, rompió las relaciones de Jairo Carrillo y los músicos, porque no fueron contratados más para las parrandas, pero Omar, como pudo, obtuvo el número telefónico de donde vivía Liliana en Londres, y la llamaba todos los jueves hasta el punto que si no tenía plata; pedía para hacer la llamada. Era tanta la tristeza de él que la ‘vieja Hilda’, había momentos que lo encontraba llorando en el patio de la casa. Ella le preguntaba: “Por qué estás llorando”, y él le respondía que no estaba llorando, que era un sucio que le había caído en los ojos, un cuento triste que la “Vieja Hilda” no se lo creía.

Omar tenía que expulsar todo ese sentimiento reprimido por la partida de su “Mona Linda” y qué mejor forma de hacerlo si no por medio de un canto, pero lo difícil era que él, era acordeonero pero no compositor.

La distancia era fatal, Liliana, en Londres, y Omar Geles en el Valle, por eso las llamadas que él hacía eran eternas, porque eran tres o cuatro horas hablando. Era tan famoso en el lugar que ya las muchachas de Telecom, cuando lo veían entrar, se rumoraban: “Llegó el Eveready”. Yo no sé si era porque duraba mucho tiempo metido en las cabinas o por el gato negro del imagotipo que publicitaba la marca de las pilas rojas, pero ya lo conocían de lejos. En una de esas llamadas, Liliana, le describe la ciudad de Londres diciendo: “Es una ciudad hermosa, tiene una torre con un reloj de cuatro caras, está aún en la misma extensión como la fundaron los romanos, más o menos una milla cuadrada, es fresca, a orillas del río Támesis”. “¡Ah!” -dijo Omar Geles- ¡es igualita al Valle! Que está pegada al río Guatapurí.

Ella a miles de kilómetros, por el teléfono, soltó la risa; luego paró un poco y le dijo: “Algo así mi rey lindo”. Omar Geles no era compositor, pero cada vez que salía de TELECOM, iba triste y chiflando melodía, siempre una diferente todos los jueves. Ese jueves chifló una hermosa que le causó admiración ¡y no se le olvidó! Ni porque en el trayecto a su casa se encontró con el líder político, concejal de Valledupar, llamado Aldo Quintero, quien lo quería llevar a las fiestas patronales de la Virgen de la Candelaria, el dos de febrero, en el corregimiento de Los Venados Cesar. Después de arreglar el toque de Los Venados, Omar Geles llegó a la casa y se dispuso a ponerle letra al chiflido, se sentó en la terraza con un cuaderno Norma, de cincuenta hojas, donde la “vieja Hilda” anotaba las medidas de sus clientes, para hacerle la ropa con exactitud. Pero después de varios intentos y de escribir algunos versos que no le gustaron, el traqueteo de la vieja máquina de coser de su madre, no lo dejaban concentrarse y tiró el cuaderno y el lápiz encima de los cortes de telas.

Caminando hacia la cocina sin detener la marcha, destapó un caldero y con la boca medio llena le dijo a la “vieja Hilda”: “Mamá, ¿usted sabía que Londres es igualita al valle?”. Sí -dijo la “vieja Hilda” sin detener la marcha de la máquina de coser-, y Guacoche, se parece a París, solo falta que hagan casas del lado derecho del río Cesar, para que el río quede en el centro de todo, como el río Sena, y listo.

Él soltó la risa, destapó una tinaja que conservaba su madre desde el traslado de Mahates, Bolívar, a Valledupar y con el cucharón sacó agua, la vació en un vaso de peltre, se la tomó y luego entró al cuarto y cogió el acordeón. Acompañado de su instrumento, cantó sus primeros versos que le salían de lo más profundo de su alma recordando a su “Mona Linda”, abrió su acordeón y ya tocando la melodía del silbido, cantó parte de la letra: “Y si esta es la verdad porque voy a negarla, que estoy enamorado de unos ojos bellos, primera vez que me entrego con toda el alma, y no puedo ocultarlo es verdad que te quiero”.

La canción la terminó y es una de sus mejores canciones, algo raro para ser la primera que escribía en su vida, pero lo que nace del amor, con amor se hace.

Omar graba su primer LP (De verdad verdad) en 1985, al lado de Miguel Morales, dónde su mayor éxito fue la canción “Tú”, de la autoría del maestro Hernando Marín Lacouture. Pero ya tenía lista su canción que titularía “Te esperaré”, la cual fue grabada en el año de 1986, en su segundo LP (Especiales), con su agrupación Los Diablitos, donde “Te esperaré” sería el éxito y la musa de ese canto fue la mujer que luego de tanta espera se convirtió en su primera esposa y con la cual tuvo dos hijos (Omar Yesid y José Jorge Geles Carrillo) la misma a la que le hizo muchas canciones, su “Mona linda” Liliana Carrillo, esa que partió de este mundo un año antes que él, un 30 de mayo de 2023, víctima de un cáncer que se la arrebató a sus dos hijos y a su familia.

Por: Jaider Alfonso Gutiérrez Vega.