A la marquesa María Josefa Isabel de Hoyos y Mier se le fue apagando la vida sin que lograra escapar de su mundo de desmoronada grandeza, hasta su última hora, un día de septiembre de 1848, entre los truenos y fucilazos de una terrible noche de huracán. De su recuerdo quedó flotando en la memoria de muchos, un cuerpo menudo vestido de finas sedas rematado en cuello y mangas de caprichosos encajes, unos ojos hermosos que cautivaron a los oficiales de Morillo.