Dentro del comercio informal que reina en Valledupar hay historias de vida, de personas que aportan a la economía local, esa que no llega a las ventanillas de impuestos.
Eran las 10 de la mañana y un misterioso visitante golpeó a las puertas de la escuela. Su vestido completamente negro, la barba que cubría su rostro y su gesto sereno ausente de sonrisas aumentó el nerviosismo de un pequeño grupo de niños que, casi con el corazón en la mano, aguardaban desde hacía algún tiempo aquel encuentro.