Luis Napoleón de Armas P.
Se busca un acuerdo de paz cuando existe una guerra, de lo contrario se denominaría de otra manera. Para llegar a un acuerdo sobre algún conflicto es necesario establecer una agenda que contenga los puntos mínimos de interés de las partes que, si están dispuestas a negociar, se espera que habrá un gana-gana y un pierde-pierde; de eso deben estar conscientes los negociadores, así que ambos, previamente, deben definir unos parámetros de discusión para saber hasta dónde pueden deslizar la clavija. En el caso de las conversaciones entre las FARC y el Gobierno Nacional, esta agenda ya ha sido consensuada, que, a mi modo de ver las cosas, es un logro. En esta agenda no veo insalvables, pese a la poca credibilidad de las FARC, pero a pesar de esto, deberíamos apoyar esa iniciativa, así se tengan temores por lo ocurrido en intentos anteriores. Para seres racionales, el diálogo siempre debe estar por encima de la violencia, así esta sea un negocio para algunos, tal vez para muchos. En una guerra los ascensos militares se catalizan, es fácil ver generales menores de cuarenta años. La guerra es un gran negocio, el tráfico de armas es incontrolable, se “guerrerizan” los presupuestos de la Nación y para otros tiene réditos políticos. Todos estos factores contribuyen a la ‘eternización’ del conflicto a expensas de las necesidades sociales. La paz tiene enemigos per se, gratuitos, porque les quita las banderas a los que tanto hablan de patria, pero que en el fondo no son más que viles patrioteros de barriada. Ahora, muchos están preocupados por las víctimas cuando éstas siempre han sido ignoradas; desde la conquista, hemos sido una región de víctimas y victimarios. Pero, ¿quiénes son estas? Son todos los militares, policías y civiles muertos, desaparecidos, mutilados, desplazados y despojados de su hábitat por todos los hombres armados; en general, las personas más vulnerables, a quienes nadie ha resarcido. Y, ¿quiénes son los victimarios? Todos los grupos ilegales enfrentados, incluso el Estado, así a muchos les parezca una herejía; hay que remontarse a las causas generatrices del conflicto. Otro argumento falaz son las lamentaciones plañideras de quienes se rasgan las vestiduras por las posibles concesiones políticas a los jefes de las FARC. Se quejan de que en la llamada negociación gobierno-paras no se dio este tipo de prerrogativas; no era necesario por dos razones: la primera, ellos ya tenían el 35% del congreso, vestidos de Everfit y unas instituciones cooptadas para la financiación de la guerra; dos, este fue un diálogo de yo con yo; solo los llamaron a calificar servicios; Yair Clein lo acaba de confirmar; nadie podrá desconocer el gran respaldo institucional que este grupo tenía. Hoy sufrimos las secuelas de esta desmovilización amañada; la delincuencia hizo escuela y aprendió a organizarse con ejércitos privados que hacen su propia guerra; antes eran simples bandas aisladas fáciles de combatir. En cambio, el aporte que le hicieron los desmovilizados y amnistiados del M-19 a la nueva carta política, en la Constituyente, es invaluable; a ninguno de ellos los he visto comiendo niños. Eso sí, hay que estar atentos sobre la forma de hacer la reinserción; 50 años de guerra le quitan los hábitos del trabajo a cualquiera. Y lo mínimo que podrían pedir las FARC son derechos políticos y es preferible verlos legislando que secuestrando y echando plomo; la civilidad y racionalidad política se imponen. Colombia necesita un remezón en su sistema electoral y en su estructura socioeconómica, sin disparar ni un tiro; cada vez somos más desiguales y corruptos.
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