Ya llegó el momento de regresar a Colombia después de casi 5 semanas de estadía en Europa e Israel. De hecho, escribo esta columna desde el remanso de paz que es mi apartamento en Bogotá.
Ya llegó el momento de regresar a Colombia después de casi 5 semanas de estadía en Europa e Israel. De hecho, escribo esta columna desde el remanso de paz que es mi apartamento en Bogotá.
Debía un datico de mi experiencia el sábado antepasado en el barrio cristiano de Jerusalén, el mismo en el que se encuentran la Vía Dolorosa -la misma del Viacrucis-, el Cenáculo -lugar donde ocurrió la última Cena- y el Santo Sepulcro. A esta experiencia sólo asistimos como 25 personas, aquellas que teníamos interés en visitar estos lugares santos para el mundo católico. Una vez adentro, después de haberme arrodillado frente al lugar donde fue crucificado Jesucristo, seguí empujado por la muchedumbre por todos los rincones del edificio, que termina siendo enorme. Una vez abajo, frente a la loza en la que se dice que fue puesto Jesús después de ser bajado de la cruz para limpiar su cuerpo y proceder a llevarlo al sepulcro, una de mis compañeras, Brenda -profesora mexicana-, gritó: “¡ahí está Peña Nieto, ese es Peña Nieto!” Yo me anticipé y le contesté “no, ese no puede ser”. Ella señalaba a un hombre que estaba arrodillado y besando la loza descrita. Pues una vez el señalado levantó la cabeza, resultó ser el mismísimo expresidente de México Enrique Peña Nieto. Yo estaba con algunos mexicanos que llegaron corriendo a saludarlo y él, amable y muy sonriente, les dio la mano a todos y escuchaba cómo uno de ellos, profesor mexicano del Instituto Politécnico Nacional, le reclamaba porque sus salarios eran bajos y él, siendo presidente, los había dejado peor. Hubo algo de incomodidad por los comentarios, de hecho Peña Nieto se ruborizó un poco, pero evitó que su equipo de seguridad interviniera. Yo interrumpí para decirle al expresidente mexicano que era colombiano pero esposo de mexicana, me sonrió, me estiró su mano y me dijo “bendiciones” y se fue.
Luego entre los mismos mexicanos hubo reclamos de unos a otros: los que se negaron a saludarlo, por corrupto decían, a los que lo habían saludado y peor aún, a quienes habían osado tomarse fotos con él. Yo sólo me reía de lo que nos había pasado en pleno Santo Sepulcro: saludar a Peña Nieto.
El final de mi travesía por Israel me permitió pernoctar en una tienda beduina, montar en camello, visitar el Mar Muerto, el Mar Rojo, me llevó a Eilat -ciudad ubicada más al sur del país-, para terminar en Netanya, al norte de Tel Aviv.
Los beduinos son bien particulares, tienen unas carpas enormes, en los oasis, donde albergan a visitantes en una infraestructura envidiable. Ellos poseen muchos camellos en los que, de a 2 personas, pudimos montarnos y recorrer el desierto bajo un inclemente sol. A mí me correspondió atrás, afortunadamente, porque estos animales se levantan primero usando sus patas traseras, por lo que uno se va hacia adelante. Caminan con ritmo, tranquilos, tienen un pelaje curioso, un olor intenso a sudor, interesante experiencia.
Luego visitamos el Mar Muerto, un lugar increíble. Este mar, que realmente es un lago, es el más salado del mundo, es caliente y está ubicado en el lugar más bajo del planeta: 430 metros bajo el nivel del mar. En el fondo se ve y siente la sal, su salinidad es 9 veces mayor a la de cualquier mar y por esto mismo sólo algunos microorganismos y algas han sobrevivido en él. Cuenta con unas carpas adentro para recibir sombra porque el agua misma es muy caliente. Y es tan denso que el cuerpo flota solo, uno va caminando despacio, porque el agua es pesada, y si se flexionan mucho las piernas, automáticamente se doblan del todo y suben a la superficie. Da risa, es una sensación bastante particular.
Afuera, en la playa, hay unos chorros espectaculares donde uno se refresca, porque no se debe hundir la cabeza en las aguas de ese lago. En vez de arena se recoge sal que se aglutina en grandes cristales, cada uno termina siendo una linda obra de arte. ¡Calor intenso por todas partes!
Les debo el final…
Mientras tanto, dolor inmenso nos ha generado la desaparición del Valledupar F.C. Aún tengo la camiseta verde y blanca que compré en el 2019. ¡Muy triste!
Por Jorge Eduardo Ávila.
Ya llegó el momento de regresar a Colombia después de casi 5 semanas de estadía en Europa e Israel. De hecho, escribo esta columna desde el remanso de paz que es mi apartamento en Bogotá.
Ya llegó el momento de regresar a Colombia después de casi 5 semanas de estadía en Europa e Israel. De hecho, escribo esta columna desde el remanso de paz que es mi apartamento en Bogotá.
Debía un datico de mi experiencia el sábado antepasado en el barrio cristiano de Jerusalén, el mismo en el que se encuentran la Vía Dolorosa -la misma del Viacrucis-, el Cenáculo -lugar donde ocurrió la última Cena- y el Santo Sepulcro. A esta experiencia sólo asistimos como 25 personas, aquellas que teníamos interés en visitar estos lugares santos para el mundo católico. Una vez adentro, después de haberme arrodillado frente al lugar donde fue crucificado Jesucristo, seguí empujado por la muchedumbre por todos los rincones del edificio, que termina siendo enorme. Una vez abajo, frente a la loza en la que se dice que fue puesto Jesús después de ser bajado de la cruz para limpiar su cuerpo y proceder a llevarlo al sepulcro, una de mis compañeras, Brenda -profesora mexicana-, gritó: “¡ahí está Peña Nieto, ese es Peña Nieto!” Yo me anticipé y le contesté “no, ese no puede ser”. Ella señalaba a un hombre que estaba arrodillado y besando la loza descrita. Pues una vez el señalado levantó la cabeza, resultó ser el mismísimo expresidente de México Enrique Peña Nieto. Yo estaba con algunos mexicanos que llegaron corriendo a saludarlo y él, amable y muy sonriente, les dio la mano a todos y escuchaba cómo uno de ellos, profesor mexicano del Instituto Politécnico Nacional, le reclamaba porque sus salarios eran bajos y él, siendo presidente, los había dejado peor. Hubo algo de incomodidad por los comentarios, de hecho Peña Nieto se ruborizó un poco, pero evitó que su equipo de seguridad interviniera. Yo interrumpí para decirle al expresidente mexicano que era colombiano pero esposo de mexicana, me sonrió, me estiró su mano y me dijo “bendiciones” y se fue.
Luego entre los mismos mexicanos hubo reclamos de unos a otros: los que se negaron a saludarlo, por corrupto decían, a los que lo habían saludado y peor aún, a quienes habían osado tomarse fotos con él. Yo sólo me reía de lo que nos había pasado en pleno Santo Sepulcro: saludar a Peña Nieto.
El final de mi travesía por Israel me permitió pernoctar en una tienda beduina, montar en camello, visitar el Mar Muerto, el Mar Rojo, me llevó a Eilat -ciudad ubicada más al sur del país-, para terminar en Netanya, al norte de Tel Aviv.
Los beduinos son bien particulares, tienen unas carpas enormes, en los oasis, donde albergan a visitantes en una infraestructura envidiable. Ellos poseen muchos camellos en los que, de a 2 personas, pudimos montarnos y recorrer el desierto bajo un inclemente sol. A mí me correspondió atrás, afortunadamente, porque estos animales se levantan primero usando sus patas traseras, por lo que uno se va hacia adelante. Caminan con ritmo, tranquilos, tienen un pelaje curioso, un olor intenso a sudor, interesante experiencia.
Luego visitamos el Mar Muerto, un lugar increíble. Este mar, que realmente es un lago, es el más salado del mundo, es caliente y está ubicado en el lugar más bajo del planeta: 430 metros bajo el nivel del mar. En el fondo se ve y siente la sal, su salinidad es 9 veces mayor a la de cualquier mar y por esto mismo sólo algunos microorganismos y algas han sobrevivido en él. Cuenta con unas carpas adentro para recibir sombra porque el agua misma es muy caliente. Y es tan denso que el cuerpo flota solo, uno va caminando despacio, porque el agua es pesada, y si se flexionan mucho las piernas, automáticamente se doblan del todo y suben a la superficie. Da risa, es una sensación bastante particular.
Afuera, en la playa, hay unos chorros espectaculares donde uno se refresca, porque no se debe hundir la cabeza en las aguas de ese lago. En vez de arena se recoge sal que se aglutina en grandes cristales, cada uno termina siendo una linda obra de arte. ¡Calor intenso por todas partes!
Les debo el final…
Mientras tanto, dolor inmenso nos ha generado la desaparición del Valledupar F.C. Aún tengo la camiseta verde y blanca que compré en el 2019. ¡Muy triste!
Por Jorge Eduardo Ávila.