Entender nuestra identidad en Cristo es absolutamente esencial para vivir una vida plena y de realización.
“Vosotros sois la luz del mundo”. San Mateo 5,14
Esta es una de las más grandes encomiendas que Jesús entregó a sus discípulos. Ya ellos no tendrían que esforzarse en buscar la luz fuera de ellos mismos; puesto que, en ese nuevo paradigma, ellos eran la luz.
Esto nos introduce en la cuestión entre buscar y pretender ser alguien o reconocer que somos alguien y actuar como tal. Así mismo, ser cristiano no es cosa de conseguir algo, sino es cosa de ser alguien. Ser cristiano no es solamente una persona que obtiene perdón, que va al cielo, que tiene al Espíritu Santo, que tiene una nueva naturaleza.
El cristiano es, en términos de nuestra más profunda identidad, un hijo de Dios, una obra maestra divina, un hijo de luz, un ciudadano del cielo. Recibir y creer esa declaración de Jesús, nos hace entender que no se trata de lo que recibimos, sino de lo que somos. No es lo que hagamos como cristianos lo que determina quienes somos; sino que, nuestra identidad de quienes somos determinará nuestro quehacer y nuestro vivir.
Queridos amigos: Entender nuestra identidad en Cristo es absolutamente esencial para vivir una vida plena y de realización. Nadie puede comportarse consecuentemente en forma inconsecuente con la manera en que se percibe a sí mismo. Si pensamos que no tenemos recursos para vivir una vida de victoria, probablemente viviremos en derrota constante. Pero, si nos vemos como hijos de Dios que todo lo podemos, puesto que Cristo es nuestra fortaleza; entonces, empezaremos a vivir en victoria y libertad como él vivió. La segunda verdad más importante de nuestras vidas, después de conocer a Dios, es saber quiénes somos en Cristo.
En mis años de trabajo ministerial con personas, he encontrado que la mayor causa de frustración interior, además de las carencias, insuficiencias y conflictos, es no saber quienes somos en Cristo. Esto nos hace vivir una vida de ignorancia y separación como si él no existiera o no tiene nada que ver conmigo. Estas personas no conocen su herencia espiritual, cuestionan la salvación y el amor de Dios. No tienen respuesta para la pregunta básica de la vida: ¿Quién soy?
Por supuesto que, el ganador es el enemigo de nuestras almas, quien está interesado en que no nos veamos vivos y activos, con ganas y con valor para disfrutar aquello que Dios compró para nosotros en la Cruz. Cuando el tentador vino a Jesús después de su ayuno atacó justamente eso, le dijo: “Si eres hijo de Dios…”. Y lo que siempre atacará en nosotros será lo mismo. Pretenderá desestabilizarnos y hacernos creer que no somos nada delante de Dios. Vidas sin valor y sin sentido.
Recuerda, nada podrá dañar nuestra posición en Cristo; pero, si el enemigo logra engañarnos y hacernos creer la mentira que dice que somos inaceptables para Dios y que nunca llegaremos a alcanzar la felicidad y realización plena; entonces, viviremos como si no tuviéramos posición ni identidad en Cristo.
Que Dios nos ayude a vernos como Dios mismo nos ve y así disfrutar de ese inmerecido lugar de honor; que, aunque a nosotros no nos ha costado nada, a él le costó todo en la Cruz. Feliz semana de recordación
Entender nuestra identidad en Cristo es absolutamente esencial para vivir una vida plena y de realización.
“Vosotros sois la luz del mundo”. San Mateo 5,14
Esta es una de las más grandes encomiendas que Jesús entregó a sus discípulos. Ya ellos no tendrían que esforzarse en buscar la luz fuera de ellos mismos; puesto que, en ese nuevo paradigma, ellos eran la luz.
Esto nos introduce en la cuestión entre buscar y pretender ser alguien o reconocer que somos alguien y actuar como tal. Así mismo, ser cristiano no es cosa de conseguir algo, sino es cosa de ser alguien. Ser cristiano no es solamente una persona que obtiene perdón, que va al cielo, que tiene al Espíritu Santo, que tiene una nueva naturaleza.
El cristiano es, en términos de nuestra más profunda identidad, un hijo de Dios, una obra maestra divina, un hijo de luz, un ciudadano del cielo. Recibir y creer esa declaración de Jesús, nos hace entender que no se trata de lo que recibimos, sino de lo que somos. No es lo que hagamos como cristianos lo que determina quienes somos; sino que, nuestra identidad de quienes somos determinará nuestro quehacer y nuestro vivir.
Queridos amigos: Entender nuestra identidad en Cristo es absolutamente esencial para vivir una vida plena y de realización. Nadie puede comportarse consecuentemente en forma inconsecuente con la manera en que se percibe a sí mismo. Si pensamos que no tenemos recursos para vivir una vida de victoria, probablemente viviremos en derrota constante. Pero, si nos vemos como hijos de Dios que todo lo podemos, puesto que Cristo es nuestra fortaleza; entonces, empezaremos a vivir en victoria y libertad como él vivió. La segunda verdad más importante de nuestras vidas, después de conocer a Dios, es saber quiénes somos en Cristo.
En mis años de trabajo ministerial con personas, he encontrado que la mayor causa de frustración interior, además de las carencias, insuficiencias y conflictos, es no saber quienes somos en Cristo. Esto nos hace vivir una vida de ignorancia y separación como si él no existiera o no tiene nada que ver conmigo. Estas personas no conocen su herencia espiritual, cuestionan la salvación y el amor de Dios. No tienen respuesta para la pregunta básica de la vida: ¿Quién soy?
Por supuesto que, el ganador es el enemigo de nuestras almas, quien está interesado en que no nos veamos vivos y activos, con ganas y con valor para disfrutar aquello que Dios compró para nosotros en la Cruz. Cuando el tentador vino a Jesús después de su ayuno atacó justamente eso, le dijo: “Si eres hijo de Dios…”. Y lo que siempre atacará en nosotros será lo mismo. Pretenderá desestabilizarnos y hacernos creer que no somos nada delante de Dios. Vidas sin valor y sin sentido.
Recuerda, nada podrá dañar nuestra posición en Cristo; pero, si el enemigo logra engañarnos y hacernos creer la mentira que dice que somos inaceptables para Dios y que nunca llegaremos a alcanzar la felicidad y realización plena; entonces, viviremos como si no tuviéramos posición ni identidad en Cristo.
Que Dios nos ayude a vernos como Dios mismo nos ve y así disfrutar de ese inmerecido lugar de honor; que, aunque a nosotros no nos ha costado nada, a él le costó todo en la Cruz. Feliz semana de recordación