Algunas cadenas musicales del país, desde hace mucho tiempo, nos derrotaron la nostalgia decembrina, pues desde abril comienzan con la bulla de que ya se está acabando el año, y esa vaina con tanta anticipación en los hogares costeños tiene unos daños morales y sentimentales irreversibles que entre psicólogos, psiquiatras y sociólogos nos pueden explicar mejor, pero en algunos casos, ya diciembre nos da igual, que sea en marzo o en agosto. Esa vaina de los recuerdos se perdió. ¡Ya nadie llora a fin de año!
Hoy, los esquineros de siempre, esa gente de tiendas y largas conversaciones, inclusive inútiles pero sabrosas, están casi extintos. De las pocas que quedan, andan despistadas o políticamente prevenidas, por no decir enfermas o ideologizadas, si cabe el término. Si hablas de Gustavo, los mayores dicen que el General Rojas Pinilla es lo mejor para esta región; incluso los molinos de agua que instaló en la siempre olvidada Guajira, aún respirando óxido, funcionan.
Para otros, algo ilustrados, la poesía de Gustavo Adolfo Bécquer sigue erizando sentimientos, y se esgajan a entonar: “volverán las oscuras golondrinas a tu ventana”, y otros a declamar: “Los suspiros son aire y van al aire, las lágrimas son agua y van al mar, dime mujer, cuando el amor se olvida… ¿Sabes tú a dónde va?”. Con la versión de Willy Colón, da sentimientos, pero no alcanza para llorar a moco tendido.
Ni para hablarles de Gustavo Petro: ese prurito incomoda, acalora, vibra, despierta, ama y odia al tiempo, entonces es mejor dejarlo quieto. Y, volviendo a la música, aparece algún paisa aguardientero que dice que la mejor canción decembrina es “La araña picó a Gustavo porque le agarraba el rabo”, esa cancioncilla pendeja que nada hace ante “El Arcoíris” de Escalona, que incluye golondrinas bécquerianas para rematar.
Mejor regresemos al Gustavo nuestro, al Gutiérrez de siempre, ese que le cae bien a todo el mundo y, como no pesa, nunca le cae pesado a nadie; ese poeta natural y sencillo que, con algunas décadas de puro vallenato con su voz, nos recuerda el viejo Valle que se nos fue, aquellos que con sus casitas de palma donde quedó un adiós, o aquel “Pueblo oscuro” de sus años infantiles, inclusive el Gustavo Revolucionario que, ante la indiferencia de tantos sufrimientos, gritó: ¡Y el rico no dice na!
El Flaco de Oro, como también le llamamos, es tal vez el vallenato más sencillo y noble que tenemos. Nunca anda en malquerencias ni peleas con sus colegas, ni siquiera con sus críticos, que, aunque pocos, también debe tenerlos. Nadie aguanta que el corazón trate de salirse del pecho escuchando “La espina” y “Confidencia”, y eso para no cantar “Así fue mi querer”, “Camino largo”, “Tanto que te canto” o “Sencilla y cariñosa”, para no entrar en altos momentos que invitan e incitan a vinos, traguitos cortos, entonando el camino largo que, en la voz de Diomedes, cualquier tarjeta de crédito queda agotada de por vida.
Claro que Gustavo tiene todo el reconocimiento nacional y local; en el más pequeño poblado de nuestra provincia tiene seguidores fijos, inalterables, gente que no se cambia ni acepta otros versos distintos a los de él. Ojalá, en estos meses terminados en “bre”, sea la oportunidad, una y mil veces, para darle mil abrazos al viento en nombre del gran poeta de nuestros sentimientos, que su vieja guitarra traiga algunos acordes, que su acordeón piano registre en cualquier rincón una melodía para ausentar tantas guerras ardiendo, y por arder que los políticos mundiales atizan sin clemencia, mientras los vallenatos seguimos felices el camino de Gustavo. Ese es el camino, amigos: largo, la poesía siempre ganará.
Por: Edgardo Mendoza
Tiro de chorro












