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Se acabaron mis amigos; saldré a buscar amigos

Cada vez que alguno se va, cada día resta el afecto y reaparece la nostalgia. Se expande el dolor que me hace recordar a los grandes pensadores como Nietzsche cuando dice: la vida es sufrimiento, entonces bailemos.

Fausto Cotes, columnista de EL PILÓN.

Fausto Cotes, columnista de EL PILÓN.

Por: Fausto

@el_pilon

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Cada vez que alguno se va, cada día resta el afecto y reaparece la nostalgia. Se expande el dolor que me hace recordar a los grandes pensadores como Nietzsche cuando dice: la vida es sufrimiento, entonces bailemos. Pero ni aun así he podido bailar ante la partida de mi compadre Luis Uribe, el del trío Los Inseparables —aquel conjunto representativo dentro de las fiestas y parrandas vallenatas—, el músico en cuyos brazos se dormía la guitarra de los sensibles, que llenan las profundidades de los corazones asombrados ante la armonía de unas cuerdas cuyas notas repartía con fervor y entusiasmo por todas partes y que daban origen, ante conocidos y desconocidos, a lo que los verdaderos amigos llaman en forma bien entendida: amistad.

Hoy he dejado mis lágrimas sobre el rostro quieto de un amigo. Pero luego, al empezar a reoír sus interpretaciones y su bohemia, escancié el primer trago al compás de un par de guitarras y me transporté cincuenta años atrás para recomenzar a vivir, buscando la fórmula para no olvidar, convencido de que recordar es vivir.

Entre Apolo y Dioniso, o entre la razón y el placer de saber que la música es lo único que nos reconcilia con la vida, resumí en mi momento no la clásica tragedia de los griegos, sino la profunda añoranza por la provincia, mi provincia, en donde la verdadera amistad se mezcla y funde con el afecto. Y entonces, cuando alguien se va, nos duele mucho y es cuando la razón sentimental exclama: ¡se nos acaba la vida!

“Que se me acabe la vida en una copa de vino…”, decía José Alfredo Jiménez.

No solo se acaba la vida, se acaban las historias, los tiempos aquellos en donde el alma no sufría los enredos forzosos de la filosofía actual, que acabó con las emociones positivas y, aún aquellas que siendo negativas, refrescaban el alma bohemia que todo lo ve simple y sencillo, como el almidón antiguo para las ropas curtidas y ajadas por el destino.

Se mueren mis amigos. ¡Cómo me duele! Saldré a buscar nuevos amigos. Será una búsqueda difícil, porque encontrar a aquellos a quienes tanto quisimos, perdonamos y con quienes dormimos bajo su amparo en noches de bohemia y el calor de entonces, de aquellos tiempos de parrandas y dichas sucesivas, no será fácil. Mucho menos en este mundo ya convulsionado por el dolor permanente, el desprestigio y el interés de una indiferencia absoluta que todo lo mira por encima del hombro y por debajo de la solidaridad personal, con la mentira del afecto preconcebido.

Hoy quise buscar a los pocos amigos que me quedan y no pude encontrar a los que son. Así que tuve que compartir con mi soledad y llorar en silencio a mis muertos, y meditar sobre mi soledad con la quietud de la soledad.

No quisiera ser yo el último entre todos mis amigos para no tener que llorar solo y enjugarme con mis propias lágrimas.

Seguiré buscando amigos, por las calles solitarias, por los caminos sin rumbo, pero los buscaré bajo el peso de mis propias penas y de las penas de aquellos que compartieron con entusiasmo esos momentos que llamamos vida.

Decía mi padre cuando le pagaban la mesada: “No estoy entusiasmado con la cantidad de dinero que tengo —nunca tuvo nada—, sino con la forma como voy a repartirlo, que ojalá me alcanzare para servir a muchos”. Lo mismo pienso de mis amigos: no sé cómo voy a despedirlos, tengo muchos. ¿Será con las pocas lágrimas que me quedan?

La amistad es una necesidad cotidiana para renovar el espíritu, sobre todo en los años viejos. Entonces, saldré a buscar más amigos.

Por: Fausto Cotes N. 

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