La revista Soho encargó hace algún tiempo al periodista Andres Felipe Solano una tarea bastante curiosa e interesante: debió irse a Medellín, de incógnito, a vivir seis meses estricta y rigurosamente con el ingreso de un salario mínimo que obtuvo como operario en una fábrica de confecciones. De todas sus tribulaciones como trabajador viviendo con […]
La revista Soho encargó hace algún tiempo al periodista Andres Felipe Solano una tarea bastante curiosa e interesante: debió irse a Medellín, de incógnito, a vivir seis meses estricta y rigurosamente con el ingreso de un salario mínimo que obtuvo como operario en una fábrica de confecciones.
De todas sus tribulaciones como trabajador viviendo con un salario mínimo, de sus afanosas cuentas para que el magro ingreso le permitiera subsistir, de cómo y dónde vivió esos seis meses en la capital antioqueña, Soriano levantó un minucioso diario que ahora ha sido publicado por la editorial TusQuets bajo la forma de libro, con el título de este artículo.
El tema del salario mínimo a menudo se trata con la fría asepsia de eruditos estudios económicos que analizan si se estimula o se golpea el desempleo con las alzas del salario mínimo. Sobre cuáles son los vínculos entre los aumentos de la inflación, la productividad y el salario mínimo. Sobre si debe haber un salario mínimo único a nivel nacional o si debe existir uno para las zonas rurales y otro para las urbanas. Sobre si éste debe calcularse con base a la inflación causada o a la proyectada. Sobre si debe buscarse consensos o adoptarse por decreto.
Ahora no más en la campaña política de los Estados Unidos, cómo tratar y ajustar el salario mínimo es uno de los grandes temas del debate. Y una revista tan conservadora como The Economist ha publicado recientemente un extenso estudio sobre el salario mínimo sosteniendo la tesis de que si no se desfasan sus ajustes sensiblemente de la inflación, puede ser un instrumento útil para luchar contra la exclusión y la desigualdad.
Pero no son frecuentes estudios como éste, de lo que pudiéramos llamar sociología económica, es decir, recoger testimonios humanos sobre algo tan sencillo pero a la vez tan trascendental como responder a la pregunta: ¿Cómo se subsiste con un salario mínimo en la Colombia de hoy?
La conclusión que se saca leyendo en ameno relato de Solano es que un salario mínimo escasamente le permite a una persona sola- como era el periodista- pues no se trataba de alguien casado ni con hijos, subsistir. Vivía en una pieza de uno de los barrios marginales de Medellín, el Santa Inés, que alguna vez fue el fortín de la tenebrosa banda de la Terraza; se le iba en el solo transporte casi el 20% de su salario; y cuando lo manejaba con esmero y juicio centavero le sobraba- no siempre- para tomarse un par de cervezas los fines de semana.
En el relato vemos aparecer los efectos macroeconómicos, por ejemplo de la revaluación, sobre la vida diaria de quienes viven del salario mínimo. En alguna ocasión, ante una brusca revaluación del peso (la aventura periodística de Solano se desarrolla en 2007, cuando estábamos en plena apreciación del peso) la empresa donde trabajaba el periodista, que exportaba confecciones, tuvo que demorar el pago a sus trabajadores por dos semana. En esas dos semanas Solano no pudo tomarse su cerveza dominical ni comprarse el helado que se permitía los sábados como gran distracción.
Leyendo este relato uno se pregunta apesadumbrado ¿cómo viven con un salario mínimo las parejas con hijos que reciben esta magra remuneración? ¿Cómo es el vínculo entre el salario mínimo y rebusque, o ingreso informal? Y sobre todo: ¿cómo hacen para sobrevivir los cerca de 30% de los asalariados de Colombia a quienes por fraude y evasión vergonzosa no se les paga ni siquiera el salario mínimo?
La revista Soho encargó hace algún tiempo al periodista Andres Felipe Solano una tarea bastante curiosa e interesante: debió irse a Medellín, de incógnito, a vivir seis meses estricta y rigurosamente con el ingreso de un salario mínimo que obtuvo como operario en una fábrica de confecciones. De todas sus tribulaciones como trabajador viviendo con […]
La revista Soho encargó hace algún tiempo al periodista Andres Felipe Solano una tarea bastante curiosa e interesante: debió irse a Medellín, de incógnito, a vivir seis meses estricta y rigurosamente con el ingreso de un salario mínimo que obtuvo como operario en una fábrica de confecciones.
De todas sus tribulaciones como trabajador viviendo con un salario mínimo, de sus afanosas cuentas para que el magro ingreso le permitiera subsistir, de cómo y dónde vivió esos seis meses en la capital antioqueña, Soriano levantó un minucioso diario que ahora ha sido publicado por la editorial TusQuets bajo la forma de libro, con el título de este artículo.
El tema del salario mínimo a menudo se trata con la fría asepsia de eruditos estudios económicos que analizan si se estimula o se golpea el desempleo con las alzas del salario mínimo. Sobre cuáles son los vínculos entre los aumentos de la inflación, la productividad y el salario mínimo. Sobre si debe haber un salario mínimo único a nivel nacional o si debe existir uno para las zonas rurales y otro para las urbanas. Sobre si éste debe calcularse con base a la inflación causada o a la proyectada. Sobre si debe buscarse consensos o adoptarse por decreto.
Ahora no más en la campaña política de los Estados Unidos, cómo tratar y ajustar el salario mínimo es uno de los grandes temas del debate. Y una revista tan conservadora como The Economist ha publicado recientemente un extenso estudio sobre el salario mínimo sosteniendo la tesis de que si no se desfasan sus ajustes sensiblemente de la inflación, puede ser un instrumento útil para luchar contra la exclusión y la desigualdad.
Pero no son frecuentes estudios como éste, de lo que pudiéramos llamar sociología económica, es decir, recoger testimonios humanos sobre algo tan sencillo pero a la vez tan trascendental como responder a la pregunta: ¿Cómo se subsiste con un salario mínimo en la Colombia de hoy?
La conclusión que se saca leyendo en ameno relato de Solano es que un salario mínimo escasamente le permite a una persona sola- como era el periodista- pues no se trataba de alguien casado ni con hijos, subsistir. Vivía en una pieza de uno de los barrios marginales de Medellín, el Santa Inés, que alguna vez fue el fortín de la tenebrosa banda de la Terraza; se le iba en el solo transporte casi el 20% de su salario; y cuando lo manejaba con esmero y juicio centavero le sobraba- no siempre- para tomarse un par de cervezas los fines de semana.
En el relato vemos aparecer los efectos macroeconómicos, por ejemplo de la revaluación, sobre la vida diaria de quienes viven del salario mínimo. En alguna ocasión, ante una brusca revaluación del peso (la aventura periodística de Solano se desarrolla en 2007, cuando estábamos en plena apreciación del peso) la empresa donde trabajaba el periodista, que exportaba confecciones, tuvo que demorar el pago a sus trabajadores por dos semana. En esas dos semanas Solano no pudo tomarse su cerveza dominical ni comprarse el helado que se permitía los sábados como gran distracción.
Leyendo este relato uno se pregunta apesadumbrado ¿cómo viven con un salario mínimo las parejas con hijos que reciben esta magra remuneración? ¿Cómo es el vínculo entre el salario mínimo y rebusque, o ingreso informal? Y sobre todo: ¿cómo hacen para sobrevivir los cerca de 30% de los asalariados de Colombia a quienes por fraude y evasión vergonzosa no se les paga ni siquiera el salario mínimo?