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Columnista - 24 agosto, 2017

El sabor de la distancia

Nina Marín nació en Riohacha, pero hace más de quince años que habita en Valledupar. Está casada con el ingeniero ambiental Óscar Alvarado, que no solo es su compañero de aventuras, sino también su polo a tierra. Tiene dos hijos: “Mí Julio de siete años y mi Osquita de un año y siete meses”, afirma […]

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Nina Marín nació en Riohacha, pero hace más de quince años que habita en Valledupar. Está casada con el ingeniero ambiental Óscar Alvarado, que no solo es su compañero de aventuras, sino también su polo a tierra.

Tiene dos hijos: “Mí Julio de siete años y mi Osquita de un año y siete meses”, afirma mientras sus ojos verdes brillan como un sol de verano. Estudió abogacía en la UPC, hizo una especialización en Derecho Administrativo en la Santo Tomas y litigó durante tres años con algo de éxito: “Estás loca”, ahora le dicen algunos amigos abogados.

Sin embargo, Nina realmente está feliz porque pudo escaparse del laberinto de las leyes, al que entró solo para complacer a su mamá. Hoy se dedica a cumplir su sueño de niña: ser una artista. Su creatividad, su sonrisa rutilante y el apoyo de su esposo son las herramientas que usa para vencer la desilusión. Sí, Nina hizo del cine su forma de respirar, su vida. Se ha preocupado por formarse: realizó estudios de Arte Dramático y de Dirección y Producción de Cine y Televisión. Más allá de la escasez de recursos técnicos y a veces humanos, ha hecho nueve cortometrajes y dos filminutos.

—Nina, ¿cómo fueron tus primeros contactos con el séptimo arte?

—Descubrí el cine cuando era niña, gracias a mi papá y a mi hermano Carlos Javier, quienes eran unos verdaderos cinéfilos. Recuerdo que los fines de semana veíamos películas hasta que amanecía, nuestros directores predilectos eran Alfred Hitchcock y Steven Spielberg… Cuando estaba estudiando Derecho en la UPC, hice parte del grupo de teatro La Carreta, ahí comencé a dar mis primeros pasos en las artes escénicas. Ya en el 2004 hice ‘Angelina’, un corto (inédito) inspirado en la obra de teatro ‘La Ceremonia’.

—¿Cuáles han sido tus trabajos más reconocidos?

—‘Manuel, un pedazo de felicidad’, que alcanzó varios premios, entre los que se encuentran: Chip Dorado en el Salón Audiovisual de Barranquilla (2016) y mejor Colombia en Shorts en Cartagena (2015). Asimismo, ‘Elemento’ que fue ganador en FesticineKID18 en Cartagena (2016) y en el Festival de Cine en las Montañas en la categoría de Cortometraje Género Ficción (2016).

—¿Es difícil hacer cine en Valledupar?

—No —responde de forma enfática, pero sin dejar de sonreír—. Yo no pienso en el dinero a la hora de hacer mis trabajos ni en la falta de recursos técnicos, sino que someto mi proceso creativo al día a día y a lo que hay. Utilizo las herramientas que tengo a la mano: mis amigos, nuestras historias, el paisaje local…

—¿Cómo ves el movimiento del cine en la ciudad?

—A pesar de las dificultades, hay una intención de hacer cosas. Estamos en una etapa de despertar, de hacerse sentir. Existen varios referentes: Andrés Felipe Sotomayor, Juan José Castillejo, Carlos Cabas, Rey Sagbini, David David Celedón y, por supuesto, Ciro Guerra.

—¿Cuándo darás el salto al largometraje?

—Estoy trabajando en eso. Se trata de ‘Dinosaurio de papel’, una película que narrará varias historias con un tema en común: la paz desde el punto de vista de la mujer.

El último trabajo de Nina es el corto documental ‘Lo que la distancia no borra: Latinoamérica y la nostalgia’. Es una recopilación de los recuerdos y los suspiros de varios latinos que viven en Miami (voces de México, Guatemala, Nicaragua, Cuba, Venezuela, Perú, Brasil y Colombia). Muestra unos ojos que musitan los olores del ayer, unas lágrimas que saben a patria y un agua que separa, pero que también da esperanza. El filme parafrasea de alguna manera al eterno retorno de Nietzsche: el ser humano siempre conserva la intención de volver. Sí, a veces el principio resulta siendo el mismo final.

@ccsilva86

Por Carlos César Silva

 

 

 

Columnista
24 agosto, 2017

El sabor de la distancia

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Carlos Cesar Silva

Nina Marín nació en Riohacha, pero hace más de quince años que habita en Valledupar. Está casada con el ingeniero ambiental Óscar Alvarado, que no solo es su compañero de aventuras, sino también su polo a tierra. Tiene dos hijos: “Mí Julio de siete años y mi Osquita de un año y siete meses”, afirma […]


Nina Marín nació en Riohacha, pero hace más de quince años que habita en Valledupar. Está casada con el ingeniero ambiental Óscar Alvarado, que no solo es su compañero de aventuras, sino también su polo a tierra.

Tiene dos hijos: “Mí Julio de siete años y mi Osquita de un año y siete meses”, afirma mientras sus ojos verdes brillan como un sol de verano. Estudió abogacía en la UPC, hizo una especialización en Derecho Administrativo en la Santo Tomas y litigó durante tres años con algo de éxito: “Estás loca”, ahora le dicen algunos amigos abogados.

Sin embargo, Nina realmente está feliz porque pudo escaparse del laberinto de las leyes, al que entró solo para complacer a su mamá. Hoy se dedica a cumplir su sueño de niña: ser una artista. Su creatividad, su sonrisa rutilante y el apoyo de su esposo son las herramientas que usa para vencer la desilusión. Sí, Nina hizo del cine su forma de respirar, su vida. Se ha preocupado por formarse: realizó estudios de Arte Dramático y de Dirección y Producción de Cine y Televisión. Más allá de la escasez de recursos técnicos y a veces humanos, ha hecho nueve cortometrajes y dos filminutos.

—Nina, ¿cómo fueron tus primeros contactos con el séptimo arte?

—Descubrí el cine cuando era niña, gracias a mi papá y a mi hermano Carlos Javier, quienes eran unos verdaderos cinéfilos. Recuerdo que los fines de semana veíamos películas hasta que amanecía, nuestros directores predilectos eran Alfred Hitchcock y Steven Spielberg… Cuando estaba estudiando Derecho en la UPC, hice parte del grupo de teatro La Carreta, ahí comencé a dar mis primeros pasos en las artes escénicas. Ya en el 2004 hice ‘Angelina’, un corto (inédito) inspirado en la obra de teatro ‘La Ceremonia’.

—¿Cuáles han sido tus trabajos más reconocidos?

—‘Manuel, un pedazo de felicidad’, que alcanzó varios premios, entre los que se encuentran: Chip Dorado en el Salón Audiovisual de Barranquilla (2016) y mejor Colombia en Shorts en Cartagena (2015). Asimismo, ‘Elemento’ que fue ganador en FesticineKID18 en Cartagena (2016) y en el Festival de Cine en las Montañas en la categoría de Cortometraje Género Ficción (2016).

—¿Es difícil hacer cine en Valledupar?

—No —responde de forma enfática, pero sin dejar de sonreír—. Yo no pienso en el dinero a la hora de hacer mis trabajos ni en la falta de recursos técnicos, sino que someto mi proceso creativo al día a día y a lo que hay. Utilizo las herramientas que tengo a la mano: mis amigos, nuestras historias, el paisaje local…

—¿Cómo ves el movimiento del cine en la ciudad?

—A pesar de las dificultades, hay una intención de hacer cosas. Estamos en una etapa de despertar, de hacerse sentir. Existen varios referentes: Andrés Felipe Sotomayor, Juan José Castillejo, Carlos Cabas, Rey Sagbini, David David Celedón y, por supuesto, Ciro Guerra.

—¿Cuándo darás el salto al largometraje?

—Estoy trabajando en eso. Se trata de ‘Dinosaurio de papel’, una película que narrará varias historias con un tema en común: la paz desde el punto de vista de la mujer.

El último trabajo de Nina es el corto documental ‘Lo que la distancia no borra: Latinoamérica y la nostalgia’. Es una recopilación de los recuerdos y los suspiros de varios latinos que viven en Miami (voces de México, Guatemala, Nicaragua, Cuba, Venezuela, Perú, Brasil y Colombia). Muestra unos ojos que musitan los olores del ayer, unas lágrimas que saben a patria y un agua que separa, pero que también da esperanza. El filme parafrasea de alguna manera al eterno retorno de Nietzsche: el ser humano siempre conserva la intención de volver. Sí, a veces el principio resulta siendo el mismo final.

@ccsilva86

Por Carlos César Silva