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Columnista - 2 julio, 2011

Roberto Arenas

Por: Antonio Hernández Gamarra1 Con la desaparición de Roberto Arenas Bonilla, acaecida el lunes pasado en Bogotá, nuestro país perdió a una inteligencia lúcida, dedicada por décadas a estudiar y a tratar de transformar la realidad colombiana en procura del bienestar de nuestros compatriotas. Convencido de la necesidad de investigar nuestros problemas económicos, sociales y […]

Por: Antonio Hernández Gamarra1

Con la desaparición de Roberto Arenas Bonilla, acaecida el lunes pasado en Bogotá, nuestro país perdió a una inteligencia lúcida, dedicada por décadas a estudiar y a tratar de transformar la realidad colombiana en procura del bienestar de nuestros compatriotas.

Convencido de la necesidad de investigar nuestros problemas económicos, sociales y políticos como medio para “encausar el país por una ruta más cierta y justa¨, Arenas Bonilla fue — a mediados de los años sesenta del siglo XX– el mentor y primer director del Centro de Investigaciones para el Desarrollo (CID) de la Universidad Nacional, en donde practicó su convencimiento y llevó a cabo un  programa de postgrados que moldeó la formación académica y profesional de una generación de economistas que más tarde tuvo influencia decisiva en la enseñanza de la economía en el país, y que se ha desempeñado con brillo en muy variados campos de la vida nacional.

Convencido, igualmente, de la necesidad de planear en forma apropiada nuestro devenir como nación, como director del Departamento Nacional de Planeación (DNP) a principios de los años setenta, Arenas Bonilla apoyó con entusiasmo la formulación y ejecución del Plan de las Cuatro Estrategias. Esfuerzo analítico, y propuesta de política, que, a partir de la distinción entre el crecimiento, el desarrollo y el bienestar, buscó señalarles a los colombianos que este último debe ser el objetivo de toda política pública. Esa búsqueda de un estado de bienestar ampliamente generalizado lo consideraba necesario para satisfacer las necesidades materiales, pero también para alcanzar la satisfacción vital y  “un nivel de cultura política que garantice que la población esté al corriente de sus derechos y de sus responsabilidades ciudadanas, condición necesaria para la indispensable estabilidad  de la política”.

Luego de su paso por el DNP, y por el Ministerio de Gobierno, prosiguió Arenas Bonilla su quehacer académico con la fundación, en 1975, del Instituto de Estudios Colombianos (IEC), en el cual emprendió un análisis sobre el uso que el país había hecho de sus recursos desde 1950 y lo que debería ser un mejor uso de ellos en el último cuarto del siglo XX.

De mucha importancia fue también que el IEC organizara un seminario para estudiar el texto de William Mc Greevey sobre la historia económica de Colombia. A ese evento concurrieron, entre otros, Indalecio Liévano Aguirre, Luis Ospina Vásquez, Hermes Tovar, Frank Safford, David Bushnell y Malcolm Deas. Debate que más tarde se convirtió en el libro Historia Económica de Colombia: un Debate en Marcha. Si subrayo la presencia de algunos de quienes concurrieron al seminario es para poner de presente el interés de Arenas en debatir, con el mayor rigor posible,  nuevos paradigmas sobre nuestra historia, pero sobre todo para ejemplificar su espíritu pluralista y tolerante, a la hora de analizar y debatir la realidad colombiana.

Actitud vital que Arenas Bonilla mantuvo también en ejercicio de la política cuando, junto con Carlos Lleras y Dario Echandía, lideró el movimiento llamado Democratización Liberal. Allí procuró vacunar al liberalismo contra las prácticas del clientelismo, postura de toda una vida que reiteró hace exactamente un año cuando señaló : ¨la democracia colombiana necesita partidos políticos sólidos y bien organizados, cuyos miembros actúen con responsabilidad y transparencia, y no se dediquen a conseguir el poder para satisfacer ambiciones burocráticas y presupuestales”.

Razón tuvo Otto Morales Benítez cuando, en el sepelio de Arenas, dijo que su vida debería iluminar a las futuras generaciones, pues ciertamente en su ejercicio académico y en su desempeño político, Roberto Arenas Bonilla fue un ciudadano ejemplar.

Columnista
2 julio, 2011

Roberto Arenas

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Antonio Hernandez Gamarra

Por: Antonio Hernández Gamarra1 Con la desaparición de Roberto Arenas Bonilla, acaecida el lunes pasado en Bogotá, nuestro país perdió a una inteligencia lúcida, dedicada por décadas a estudiar y a tratar de transformar la realidad colombiana en procura del bienestar de nuestros compatriotas. Convencido de la necesidad de investigar nuestros problemas económicos, sociales y […]


Por: Antonio Hernández Gamarra1

Con la desaparición de Roberto Arenas Bonilla, acaecida el lunes pasado en Bogotá, nuestro país perdió a una inteligencia lúcida, dedicada por décadas a estudiar y a tratar de transformar la realidad colombiana en procura del bienestar de nuestros compatriotas.

Convencido de la necesidad de investigar nuestros problemas económicos, sociales y políticos como medio para “encausar el país por una ruta más cierta y justa¨, Arenas Bonilla fue — a mediados de los años sesenta del siglo XX– el mentor y primer director del Centro de Investigaciones para el Desarrollo (CID) de la Universidad Nacional, en donde practicó su convencimiento y llevó a cabo un  programa de postgrados que moldeó la formación académica y profesional de una generación de economistas que más tarde tuvo influencia decisiva en la enseñanza de la economía en el país, y que se ha desempeñado con brillo en muy variados campos de la vida nacional.

Convencido, igualmente, de la necesidad de planear en forma apropiada nuestro devenir como nación, como director del Departamento Nacional de Planeación (DNP) a principios de los años setenta, Arenas Bonilla apoyó con entusiasmo la formulación y ejecución del Plan de las Cuatro Estrategias. Esfuerzo analítico, y propuesta de política, que, a partir de la distinción entre el crecimiento, el desarrollo y el bienestar, buscó señalarles a los colombianos que este último debe ser el objetivo de toda política pública. Esa búsqueda de un estado de bienestar ampliamente generalizado lo consideraba necesario para satisfacer las necesidades materiales, pero también para alcanzar la satisfacción vital y  “un nivel de cultura política que garantice que la población esté al corriente de sus derechos y de sus responsabilidades ciudadanas, condición necesaria para la indispensable estabilidad  de la política”.

Luego de su paso por el DNP, y por el Ministerio de Gobierno, prosiguió Arenas Bonilla su quehacer académico con la fundación, en 1975, del Instituto de Estudios Colombianos (IEC), en el cual emprendió un análisis sobre el uso que el país había hecho de sus recursos desde 1950 y lo que debería ser un mejor uso de ellos en el último cuarto del siglo XX.

De mucha importancia fue también que el IEC organizara un seminario para estudiar el texto de William Mc Greevey sobre la historia económica de Colombia. A ese evento concurrieron, entre otros, Indalecio Liévano Aguirre, Luis Ospina Vásquez, Hermes Tovar, Frank Safford, David Bushnell y Malcolm Deas. Debate que más tarde se convirtió en el libro Historia Económica de Colombia: un Debate en Marcha. Si subrayo la presencia de algunos de quienes concurrieron al seminario es para poner de presente el interés de Arenas en debatir, con el mayor rigor posible,  nuevos paradigmas sobre nuestra historia, pero sobre todo para ejemplificar su espíritu pluralista y tolerante, a la hora de analizar y debatir la realidad colombiana.

Actitud vital que Arenas Bonilla mantuvo también en ejercicio de la política cuando, junto con Carlos Lleras y Dario Echandía, lideró el movimiento llamado Democratización Liberal. Allí procuró vacunar al liberalismo contra las prácticas del clientelismo, postura de toda una vida que reiteró hace exactamente un año cuando señaló : ¨la democracia colombiana necesita partidos políticos sólidos y bien organizados, cuyos miembros actúen con responsabilidad y transparencia, y no se dediquen a conseguir el poder para satisfacer ambiciones burocráticas y presupuestales”.

Razón tuvo Otto Morales Benítez cuando, en el sepelio de Arenas, dijo que su vida debería iluminar a las futuras generaciones, pues ciertamente en su ejercicio académico y en su desempeño político, Roberto Arenas Bonilla fue un ciudadano ejemplar.