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Recordar: tristezas y alegrías

Quien diga que no le tiene miedo a la muerte es un embustero, es como el que dice que jamás ha dicho una mentira. ¡Embusterazos!

Recordar: tristezas y alegrías

Recordar: tristezas y alegrías

Por: José M.

@el_pilon

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Quien diga que no le tiene miedo a la muerte es un embustero, es como el que dice que jamás ha dicho una mentira. ¡Embusterazos!

Todos los días recibo la ingrata noticia del deceso de un familiar o de un amigo, con una familia tan larga, casi 80 tíos y la mayoría prolíficos, es lógico que la parca nos visite con mucha frecuencia; hace pocos días le tocó el turno a mi primo hermano Hugues Rodríguez Martínez, desde hace muchos años residente en Bogotá, con 92 encima y manteníamos una estrecha relación familiar; él prestó sus servicios al país como miembro de la Armada Nacional donde ascendió a las más altas dignidades y ya es uno menos del pequeño grupo familiar que tengo en Bogotá y a quien visitaba y con quien departía en elegantes restaurantes, con exquisitas comidas, pero lo más importante era su fluida y amena charla, sus sabios consejos y su quejadera del dolor en las rodillas del cual se reía y burlaba. Quedamos pendientes de un paseo a Villavicencio a donde con frecuencia me invitaba y desde aquí le envío a sus hijos, nietos y hermanos un fuerte y fraternal abrazo de solidaridad.

Recuerdo la prematura desaparición de mi querido primo hermano y tocayo José Manuel y su hermano Rodrigo Oñate Martínez, del gran Sabino, Norka y Martha Rodríguez Martínez, de Chu Oñate, de José Ignacio “Nacho” Cantillo, Alejandro Echeverry, Ricardo Baquero, Marcos Martínez, Arsenia Martínez, Amilkar, Yeyo, Carlitos y Javier Liñán Aponte, Fabiola Martínez, Armando, Leonel y Elvira Daza Martínez y, para cerrar, Leonel Aroca Martínez, faltando muchos entre ellas, Ana Rodríguez Martínez, que fue la nieta mayor y hoy tendría 96 años y, para mí, el más recordado, pues no fue mi primo hermano sino un hermano, José Manuel Aponte Romero, junto con sus hermanos Franklin y Ubaldino y faltaría y quedaría inconcluso sino menciono a mis hermanos Rolando, pedazo de mi alma, y su hija Mile, a quienes recuerdo, no con tristeza, sino con alegría, a José María, mi hermano Chema y a la “Cacica Urumitera” mi otra hermana Mireya.

Para qué hablar de mis papás y de mi hijo Makor, no puedo porque me pongo a llorar y las lágrimas me derrotan, caso contrario me sucede con mis suegros Hernando Morón y la señora Margoth, a quienes recuerdo con mucha nostalgia, pero también con alegría y no escribiré de mis tíos porque no hay espacio y deseo hacer referencia a algunos amigos que ya partieron y cada día los extraño más:  Alais Habib, “El Chichito”, cómo me hace falta todos los días, mis compadres César Quintero, Julio García, Vicentico Paso, Carlitos Dangond, Jaime y Andresito Felizzola, Darío Cuadrado, Efraín Dangond, Gonzalo Lacouture, Chin y Tito Acosta, Alcides Pareja y Fabio Dangond y mi compadre Teobaldo Olmedo, todos en Villanueva; y aquí en el Valle, mis compadres El Cuco Medina y Egberto Gutiérrez, José “Iche” Romero, mi latonero, El Turco Yalil, Poncho Calderón, Mane Núñez, Marcos Pérez, El Chileno, Yayo Gámez y Luquitas Gnecco, a quien recuerdo con mucha deferencia y cariño por los servicios que mutuamente nos prestamos, al Popo y Jesús Daza, al Quinqui, Monca y Hugues, el famoso Trío Malanga, con quienes tantas serenatas le di a Mercy, al igual que con Lucho en Los Inseparables.

Recuerdo con inmenso cariño y respeto a Manuel Germán Cuello, Pepe Castro, Jorge Dangond, Alfonso Araújo Cotes y Toño Murgas, pues ellos me ayudaron mucho, así como a Perfecta Murgas, María Calderón y Alfonso Murgas, seres ejemplares que me dieron la mano cuando más la necesitaba.

Antes de ayer, le tocó el turno a Rubén Orozco y ayer a Galo Torres, mis compañeros de toda la vida, cómo me ha dolido y ya tengo muy pocos amigos en Villanueva con quien hablar o visitar, me quedan mi querido primo Luquitas Dangond, mi compadre Mañiño y lógicamente lo que más me motiva a ir es mi hermana adorada Doris y su esposo el Chijo Celedón y le pido a Dios que los conserve por largos años.

Se termina este relato, pero gocé y sufrí recordando a tantos amigos y familiares que ya nos brincaron adelante.

Por: José Manuel Aponte Martínez.

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