Cuando asistimos a reuniones para analizar ciertas problemáticas, es usual que los versados hagan diagnósticos de las características de las situaciones y sus posibles soluciones; pero generalmente, nos quedamos en el análisis, en la retórica de las promesas, porque “en Colombia somos especialistas en ponernos de acuerdo, para no hacer lo que hay que hacer”.
Varias han sido las reuniones de la Mesa del Árbol, lideradas por El Pilón, con asistencia de ambientalistas, representantes de la Administración municipal y de Corpocesar, delegados de Afinia, Aseo del Norte y Universidad del Área Andina. El representante de Afinia, cuando se le cuestiona sobre las podas y la recolección de los residuos, siempre dice lo mismo: “Nuestras podas no son estéticas, son técnicas. Lo que buscamos es prevenir los riesgos eléctricos, quitar las ramas para evitar el contacto con las líneas eléctricas, y que el árbol quede estabilizado”.
Pero si esa gestión de Afinia la lidera un ingeniero ambiental, lo lógico es que las podas sean técnicas y estéticas. Que la escultura natural de los árboles no pierdan la belleza, y no queden como si un vendaval los hubiese arrasado. Y que además, hagan la recolección de los residuos apenas termine el proceso.
Es deber de las instituciones gubernamentales fortalecer los mecanismos de educación ambiental con la comunidad. El arbolado de las ciudades es un recurso importante para mejorar la calidad de vida de sus habitantes, ya que contribuye en gran manera en la mitigación y adaptación al cambio climático, a través de los beneficios y servicios ecosistémicos que presta; por eso hay que realizar acciones para conservar y mantener los existentes, tratar a tiempo los árboles enfermos, ampliar la cobertura arbórea y robustecer los mecanismos de pedagogía ambiental.
Afortunados los que viven rodeados de árboles. Valledupar es una bella ciudad, tierra sagrada para los árboles de mangos, de robles, de olivos, y también para especies nativas como campanos, algarrobillos, corazonfinos, cañaguates, entre otras. Todavía algunas casas en Valledupar son adornadas por la frescura vegetal de corales, rosas, helechos, palmeras, trinitarias, azucenas, claveles y gramas; pero en ocasiones, cuando cambian de propietarios, transforman el oasis del jardín en esteras de cemento.
He sido testigo de un experto jardinero, que por las calles de mi barrio venía los fines de semana a hacer su trabajo; ahora, con voz ambientalista y consternado en los andenes, silba el dolor vegetal por la ausencia de jardines.
Solemos escuchar campañas institucionales que promueven la cultura ciudadana, y leyes en defensa y respeto por la vida; pero no nos hemos puesto de acuerdo para ser verdaderos ciudadanos de la civilidad y la armonía de vivir y compartir la belleza de la naturaleza, la esperanza de hacer el bien y recibir las bendiciones de Dios. Como epílogo, un poema: ‘El colibrí y la rosa’: El colibrí no se detiene en el ojo de la espina/ Nunca abre sus alas a la piedra encendida del relámpago/ Su pico no afila el oscuro metal de la venganza/ Siempre vuelve, con los colores de su canto, a los labios de la rosa’.
Por José Atuesta Mindiola











