Es tal el grado de polarización, que hasta celebramos la muerte de nuestros contradictores, a decir de un párrafo de puño y letra del periodista barranquillero Alberto Salcedo Ramos, en alusión a María Fernanda Cabal, tras ironizar con el último adiós al nobel de literatura colombiano, Gabriel García Márquez.
Es tal el grado de polarización, que hasta celebramos la muerte de nuestros contradictores, a decir de un párrafo de puño y letra del periodista barranquillero Alberto Salcedo Ramos, en alusión a María Fernanda Cabal, tras ironizar con el último adiós al nobel de literatura colombiano, Gabriel García Márquez.
¿Qué clase de ponzoña tiene usted en el corazón? ¿A qué escuela fue, que aprendió tan bien el alfabeto del odio y tan mal el de la ortografía? Porque su sintaxis, el uso de los signos gramaticales y su masacre contra las tildes son tan alarmantes como su posición extremista, la increpó el comunicador.
El dolor ajeno jamás debe causar placer, así no haya el menor asomo de hiperestesia o extrema sensibilidad. Pero, “aquellos que te desean lo peor, tienen que soportar que te ocurra lo mejor”, un consuelo amargo para mentes enfermas. “No hay peor fracaso que alegrarse de la muerte de aquel hombre que no pudiste vencer en vida”, ripostó en su momento el líder de la revolución cubana, Fidel Castro.
“Para tener enemigos no hace falta declarar una guerra, basta con decir lo que se piensa”, y ese es el precio de pensar diferente: el libre discernimiento en un universo de criterios disímiles. Lo recordaba Martin Luther King, ministro y activista bautista estadounidense, quien se convirtió en el portavoz y líder más visible del movimiento por los derechos civiles desde 1955 hasta su asesinato en 1968. Pero como está escrito acertadamente: “la memoria es la forma digna de combatir la muerte”.
Todo el mundo se cree depositario de la verdad, y el atajo más fácil es agredirnos verbalmente o incluso matarnos en una vorágine de intolerancia y contradicciones, amparados en una verdad absoluta y obcecada que raya con la temeridad de los cuadrúpedos: “No seáis como el caballo, o como el mulo, sin entendimiento, que han de ser sujetados con cabestro y con freno”, reza el pasaje bíblico en Salmos 32:9.
Es más edificante obrar con sensatez y detenernos en el decálogo de enseñanzas desapasionadas: ¡Tal vez tú tengas la razón, quizás la tenga yo, pero es posible que los dos estemos equivocados!
Solemos radicalizarnos en opiniones temerarias con el ánimo de polarizar y hacer aflorar los cinco enemigos intrínsecos de la condición humana: la ambición, la avaricia, la envidia, la ira y el orgullo.
La riqueza de un país está en sus diferencias, en sus matices, en sus muchos colores. No tenemos que agredirnos por pensar distinto, reflexiona el congresista barranquillero Agmeth Escaf, de ascendencia libanesa.
La polarización se da la mano con el fanatismo, la ignorancia y la intolerancia. Y ello explica por qué la humanidad no ha salido de la prehistoria y recurre permanentemente a la guerra, literal, como lo hacía notar el recién fallecido expresidente de Uruguay, José “Pepe” Mujica.
El fascismo, que dirime las diferencias con violencia, ha sido un estigma diabólico, un engendro miserable, a semejanza del plan macabro de las viejas dictaduras que aplicaban el encierro, destierro o entierro como forma de lucha contra sus contradictores.
Es inadmisible el pregón de los gremios y empresarios que satanizan el incremento salarial con el trasnochado discurso de que genera inflación y desempleo, cuando ocurre todo lo contrario, como lo demuestran las modernas corrientes económicas al marcar distancia del “capitalismo salvaje”, que mata a seres humanos con hambre y guerra y envenena la naturaleza.
Desafortunadamente, el pincel no utiliza el mismo rasero ideológico para colorear el lienzo de la política. Y no nos echemos mentiras, porque el corazón nunca es neutral, como comprobamos si nos internamos en el pensamiento del británico Anthony Shaftesbury.
“Todo el mundo intenta utilizarse para sus propios intereses y todo acto o proyecto está motivado por la voluntad de poder”, fundamentó Nietzsche, filósofo alemán, lo que puede servir de colofón y contexto a la sazón de un pluralismo ideológico que no comparte el sectarismo político.
Esa es la naturaleza humana. Cada quien ensarta pa’ su bejuco y guisa en su propia olla, con actores de izquierda, derecha, centro y otras ideologías que se disputan el poder en medio de sofismas de distracción y artilugios cuando se trata de pelear un escaño corporativo.
A unos les parecerá sensato tu comentario, pero a otros una locura, de acuerdo con la ideología o militancia partidista, grupos significativos de ciudadanos u otras estructuras electorales. Pero bienvenido el pluralismo ideológico, porque como lo refrendaba el papa Francisco -aunque queda su legado-: “Las maravillas florecen de las diferencias”. Una reflexión que se convierte en antítesis de un mundo ideologizado.
Por: Miguel Aroca Yepes.
Es tal el grado de polarización, que hasta celebramos la muerte de nuestros contradictores, a decir de un párrafo de puño y letra del periodista barranquillero Alberto Salcedo Ramos, en alusión a María Fernanda Cabal, tras ironizar con el último adiós al nobel de literatura colombiano, Gabriel García Márquez.
Es tal el grado de polarización, que hasta celebramos la muerte de nuestros contradictores, a decir de un párrafo de puño y letra del periodista barranquillero Alberto Salcedo Ramos, en alusión a María Fernanda Cabal, tras ironizar con el último adiós al nobel de literatura colombiano, Gabriel García Márquez.
¿Qué clase de ponzoña tiene usted en el corazón? ¿A qué escuela fue, que aprendió tan bien el alfabeto del odio y tan mal el de la ortografía? Porque su sintaxis, el uso de los signos gramaticales y su masacre contra las tildes son tan alarmantes como su posición extremista, la increpó el comunicador.
El dolor ajeno jamás debe causar placer, así no haya el menor asomo de hiperestesia o extrema sensibilidad. Pero, “aquellos que te desean lo peor, tienen que soportar que te ocurra lo mejor”, un consuelo amargo para mentes enfermas. “No hay peor fracaso que alegrarse de la muerte de aquel hombre que no pudiste vencer en vida”, ripostó en su momento el líder de la revolución cubana, Fidel Castro.
“Para tener enemigos no hace falta declarar una guerra, basta con decir lo que se piensa”, y ese es el precio de pensar diferente: el libre discernimiento en un universo de criterios disímiles. Lo recordaba Martin Luther King, ministro y activista bautista estadounidense, quien se convirtió en el portavoz y líder más visible del movimiento por los derechos civiles desde 1955 hasta su asesinato en 1968. Pero como está escrito acertadamente: “la memoria es la forma digna de combatir la muerte”.
Todo el mundo se cree depositario de la verdad, y el atajo más fácil es agredirnos verbalmente o incluso matarnos en una vorágine de intolerancia y contradicciones, amparados en una verdad absoluta y obcecada que raya con la temeridad de los cuadrúpedos: “No seáis como el caballo, o como el mulo, sin entendimiento, que han de ser sujetados con cabestro y con freno”, reza el pasaje bíblico en Salmos 32:9.
Es más edificante obrar con sensatez y detenernos en el decálogo de enseñanzas desapasionadas: ¡Tal vez tú tengas la razón, quizás la tenga yo, pero es posible que los dos estemos equivocados!
Solemos radicalizarnos en opiniones temerarias con el ánimo de polarizar y hacer aflorar los cinco enemigos intrínsecos de la condición humana: la ambición, la avaricia, la envidia, la ira y el orgullo.
La riqueza de un país está en sus diferencias, en sus matices, en sus muchos colores. No tenemos que agredirnos por pensar distinto, reflexiona el congresista barranquillero Agmeth Escaf, de ascendencia libanesa.
La polarización se da la mano con el fanatismo, la ignorancia y la intolerancia. Y ello explica por qué la humanidad no ha salido de la prehistoria y recurre permanentemente a la guerra, literal, como lo hacía notar el recién fallecido expresidente de Uruguay, José “Pepe” Mujica.
El fascismo, que dirime las diferencias con violencia, ha sido un estigma diabólico, un engendro miserable, a semejanza del plan macabro de las viejas dictaduras que aplicaban el encierro, destierro o entierro como forma de lucha contra sus contradictores.
Es inadmisible el pregón de los gremios y empresarios que satanizan el incremento salarial con el trasnochado discurso de que genera inflación y desempleo, cuando ocurre todo lo contrario, como lo demuestran las modernas corrientes económicas al marcar distancia del “capitalismo salvaje”, que mata a seres humanos con hambre y guerra y envenena la naturaleza.
Desafortunadamente, el pincel no utiliza el mismo rasero ideológico para colorear el lienzo de la política. Y no nos echemos mentiras, porque el corazón nunca es neutral, como comprobamos si nos internamos en el pensamiento del británico Anthony Shaftesbury.
“Todo el mundo intenta utilizarse para sus propios intereses y todo acto o proyecto está motivado por la voluntad de poder”, fundamentó Nietzsche, filósofo alemán, lo que puede servir de colofón y contexto a la sazón de un pluralismo ideológico que no comparte el sectarismo político.
Esa es la naturaleza humana. Cada quien ensarta pa’ su bejuco y guisa en su propia olla, con actores de izquierda, derecha, centro y otras ideologías que se disputan el poder en medio de sofismas de distracción y artilugios cuando se trata de pelear un escaño corporativo.
A unos les parecerá sensato tu comentario, pero a otros una locura, de acuerdo con la ideología o militancia partidista, grupos significativos de ciudadanos u otras estructuras electorales. Pero bienvenido el pluralismo ideológico, porque como lo refrendaba el papa Francisco -aunque queda su legado-: “Las maravillas florecen de las diferencias”. Una reflexión que se convierte en antítesis de un mundo ideologizado.
Por: Miguel Aroca Yepes.