Con ese título, el escritor y poeta José Atuesta Mindiola (Mariangola–Valledupar) nos presenta su testimonio escrito de la cultura vallenata. Un libro de 200 páginas y dividido en dos capítulos: “Estética y tradición vallenatas” y “Personajes trabajadores de la cultura”. Atuesta hizo una rigurosa selección de artículos y reportajes publicados en periódicos y revistas; además […]
Con ese título, el escritor y poeta José Atuesta Mindiola (Mariangola–Valledupar) nos presenta su testimonio escrito de la cultura vallenata. Un libro de 200 páginas y dividido en dos capítulos: “Estética y tradición vallenatas” y “Personajes trabajadores de la cultura”. Atuesta hizo una rigurosa selección de artículos y reportajes publicados en periódicos y revistas; además de otro género, la décima, en donde mejor se ha expresado la sensibilidad de este escritor.
El resultado es una antología, con un propósito: convertir en manantial poético un anchuroso océano de cantos, tradiciones, mitos y leyendas de la cultura vallenata. Y así lo confiesa al lector: la poesía es la primera lengua materna del género humano. Hay espacio también para el sosiego reflexivo y entrevistas con varios trabajadores de la cultura vallenata.
Todo ello en el marco de un paisaje que el juglar Calixto Ochoa supo transformar en dilatadas sabanas de guayabales, lirios y rosas.
En este libro, cada artículo o reportaje sugiere una reflexión sobre la cultura en sus distintas variables. Allí están el compositor Rafael Escalona Martínez, el médico-escritor Manuel Zapata Olivella, y Gabriel García Márquez, quien anduvo por esos lugares en febril trabajo de campo, que años después le serviría de materia prima para su novela cumbre “Cien años de soledad”. Está también Luis Mizar Maestre (Valledupar, 1962 – 2015), la nota más alta en la lírica cesarense, como que fue el inventor de unos “Salmos Apócrifos”.
Y están también las décimas, en perfectas líneas octosílabas y consonante rima. Vale decir que en este género el poeta Atuesta ha recibido los mayores reconocimientos, dentro y fuera del país. En la décima, el cantor procura ir más allá de la improvisación o el repentismo, para poner en aliento poético vivencias e imaginarios de una ciudad, Valledupar, que, dicen, canta en cada esquina. Como lo atestigua esta décima, titulada “Acordeón”:
A Colombia el acordeón
vino cruzando los mares,
en manos de los juglares
camina por la región.
Y conquista el corazón
de cantos de vaquería,
se une con la poesía
en las noches de tambora
y se despierta la aurora
bañada de melodía.
En alguna ocasión sugerí, luego de ver bustos de compositores en lugares públicos, que Valledupar le hiciera un merecido homenaje a este infatigable trabajador de la cultura vallenata; o que algún funcionario público con poder de decisión, o empresario con visión, apadrinaran la idea de grabar en mármol algunos de estos decálogos líricos que cantan a la cultura y a la identidad de la provincia. O en su defecto, un busto al artista. Mientras eso es considerado, nos queda esta memoria escrita del laborioso aedo José Atuesta Mindiola. Su palabra es ya testigo y antorcha encendida del pensamiento… y el sentimiento vallenato.
Donaldo Mendoza
Con ese título, el escritor y poeta José Atuesta Mindiola (Mariangola–Valledupar) nos presenta su testimonio escrito de la cultura vallenata. Un libro de 200 páginas y dividido en dos capítulos: “Estética y tradición vallenatas” y “Personajes trabajadores de la cultura”. Atuesta hizo una rigurosa selección de artículos y reportajes publicados en periódicos y revistas; además […]
Con ese título, el escritor y poeta José Atuesta Mindiola (Mariangola–Valledupar) nos presenta su testimonio escrito de la cultura vallenata. Un libro de 200 páginas y dividido en dos capítulos: “Estética y tradición vallenatas” y “Personajes trabajadores de la cultura”. Atuesta hizo una rigurosa selección de artículos y reportajes publicados en periódicos y revistas; además de otro género, la décima, en donde mejor se ha expresado la sensibilidad de este escritor.
El resultado es una antología, con un propósito: convertir en manantial poético un anchuroso océano de cantos, tradiciones, mitos y leyendas de la cultura vallenata. Y así lo confiesa al lector: la poesía es la primera lengua materna del género humano. Hay espacio también para el sosiego reflexivo y entrevistas con varios trabajadores de la cultura vallenata.
Todo ello en el marco de un paisaje que el juglar Calixto Ochoa supo transformar en dilatadas sabanas de guayabales, lirios y rosas.
En este libro, cada artículo o reportaje sugiere una reflexión sobre la cultura en sus distintas variables. Allí están el compositor Rafael Escalona Martínez, el médico-escritor Manuel Zapata Olivella, y Gabriel García Márquez, quien anduvo por esos lugares en febril trabajo de campo, que años después le serviría de materia prima para su novela cumbre “Cien años de soledad”. Está también Luis Mizar Maestre (Valledupar, 1962 – 2015), la nota más alta en la lírica cesarense, como que fue el inventor de unos “Salmos Apócrifos”.
Y están también las décimas, en perfectas líneas octosílabas y consonante rima. Vale decir que en este género el poeta Atuesta ha recibido los mayores reconocimientos, dentro y fuera del país. En la décima, el cantor procura ir más allá de la improvisación o el repentismo, para poner en aliento poético vivencias e imaginarios de una ciudad, Valledupar, que, dicen, canta en cada esquina. Como lo atestigua esta décima, titulada “Acordeón”:
A Colombia el acordeón
vino cruzando los mares,
en manos de los juglares
camina por la región.
Y conquista el corazón
de cantos de vaquería,
se une con la poesía
en las noches de tambora
y se despierta la aurora
bañada de melodía.
En alguna ocasión sugerí, luego de ver bustos de compositores en lugares públicos, que Valledupar le hiciera un merecido homenaje a este infatigable trabajador de la cultura vallenata; o que algún funcionario público con poder de decisión, o empresario con visión, apadrinaran la idea de grabar en mármol algunos de estos decálogos líricos que cantan a la cultura y a la identidad de la provincia. O en su defecto, un busto al artista. Mientras eso es considerado, nos queda esta memoria escrita del laborioso aedo José Atuesta Mindiola. Su palabra es ya testigo y antorcha encendida del pensamiento… y el sentimiento vallenato.
Donaldo Mendoza