En la cola del patio de su casa, ubicada en el barrio Los Caciques de Valledupar, tiene su taller de acordeones el maestro Ovidio Enrique Granados Durán, cuyas paredes están adornadas por los recuerdos fotográficos que le han traído alegrías y también tristezas a su familia.
Por Juan Rincón Vanegas
En la cola del patio de su casa, ubicada en el barrio Los Caciques de Valledupar, tiene su taller de acordeones el maestro Ovidio Enrique Granados Durán, cuyas paredes están adornadas por los recuerdos fotográficos que le han traído alegrías y también tristezas a su familia, como la desaparición inesperada de su hijo Eudes, a quien no se cansa de añorar.
No más se le indica que la entrevista basará sobre el oficio que desempeña desde hace 45 años, el viejo ‘Villo’ se pone en acción, en menos de lo que canta un gallo abre un acordeón y empieza a dar una clase sobre sus elementos ocultos y el trabajo que desempeña para que suene bien.
Mientras que en la sala su esposa Nidia Antonia Córdoba Cantillo, estaba poniéndose al día con las noticias de la prensa, él está sentado como siempre al frente de una mesa llena de instrumentos y herramientas. Dice que “este arte lo aprendí viendo en el caserío de Caracolicito al viejo Ismael Rudas Jaramillo. Me la pasaba todo el día en esa tarea, la idea era aprender porque yo había dañado un acordeón que me había regalado mi papá, todo por conocer lo que llevaba por dentro, y que después no pude arreglar. Eso sí, aprendí rapidito y la goma no se me ha pasado porque de eso vivo”.
Después de esa explicación, sobre la entrada al ‘corazón’ de los acordeones, indica que “cuando partía un pito no me gustaba tocarlo y entonces venía la reparación. Antes, para arreglar un pito uno se demoraba casi un día, ahora se hace en menos de una hora. Todo ha cambiado en ese sentido”.
Consultado sobre el precio que cobra por el arreglo de un pito, manifiesta que 10 mil pesos, en cambio, cuando el acordeón llega nuevo y tiene que adaptarlo, o sea que suenen más los pitos y los bajos, el trabajo vale 60 mil pesos. “Les aplico el secreto y quedan bien. Los únicos que saben ese secreto son mis hijos, especialmente Ovidio Raúl, quien sin duda será mi sucesor”.
A Ovidio Granados le gusta es trabajar, cuando no lo hace se la pasa con sueño, pero cuando llegan sus amigos acordeoneros, como él los llama, para no utilizar la palabra clientes, se pone feliz y de buen genio.
Contando esas historias se acordó de un acordeonero que le mandó a poner a tono su instrumento y no le gustó el arreglo. “Ese era mucho acordeonero chambón. No le gustó para nada lo que le hice al acordeón. No digo el nombre porque es capaz de darme un ‘masca yuca’, pero lo peor es que no pude dejárselo como estaba y entonces acudió a otro músico que me defendió”.
Cuando hace referencia a la calidad de los acordeones, opina que el ‘Rey Vallenato’ es inferior al ‘Tres Corona’. “Ese es el chacho y no tiene comparación”.
Bendito mes de abril
El desfile de acordeoneros por la casa de ‘Villo’ Granados desde que el calendario marca el mes de abril es inmenso. “Todos quieren que les ponga su instrumento diez puntos para el próximo Festival Vallenato, entonces se me acrecienta el trabajo, pero de esa manera contribuyo con la fiesta más grande que tiene Valledupar y en la que nuestra familia tiene sus acciones”.
Quiere seguir hablando, pero le suena el celular, es una llamada donde le anuncian que va en camino un acordeón para que lo esculque por dentro y le dé el tono exacto para que suenen mejor los paseos, merengues, sones y puyas. Finaliza la llamada con un “acá lo espero” y continúa su relato: “en 1968 participé en el primer Festival Vallenato, quedé de segundo detrás de Alejo Durán; después regresé en 1975 y volví a ocupar el segundo puesto, ese año ganó Julio de la Ossa; y en 1983 fue el último año quedando nuevamente de segundo, siendo el Rey Vallenato, Julio Rojas”.
Manifiesta de manera jocosa que se retiró del Festival ‘ensegundado’. Después vinieron los triunfos de sus hijos Hugo Carlos, Juan José y el año pasado de su hermano Almes, brindándole la alegría que él no pudo tener.
Ovidio Granados, el Rey Vallenato por poco, como suele decir frecuentemente, hizo su incursión en la pasta sonora en tres ocasiones con Los Playoneros del Cesar y Diomedes Díaz, con quien grabó las canciones ‘Diana’ (Calixto Ochoa), ‘Las cosas del amor’ (Marciano Martínez) y ‘Palmina’ (Joaquín Betín). Recientemente participó en la producción musical ‘Granados, Dinastía de Reyes’, en unión de los músicos de su familia.
Los recuerdos
El viejo ‘Villo’, sigue metido en el campo de los recuerdos y dice que los mejores acordeoneros han sido Luís Enrique Martínez, Calixto Ochoa Campo y Alfredo Gutiérrez. Guarda silencio y entonces anota: “A mis hijos Hugo Carlos y Juan José, y a mi hermano Almes no los meto en la lista porque tocan más bonito y son unos tigres”.
Luego pasa a las canciones que más le gustan, hace un extenso recorderis y señala tres: ‘Lirio rojo’ (Calixto Ochoa), ‘Matildelina’ (Leandro Díaz) y ‘El cachaquito’ (Miguel Yaneth). Esta última nació en Mariangola, “el pueblo más bello del mundo que produce de todo”. Siguió hablando bellezas del pueblo que lo vio nacer hace 69 años y se siente orgulloso de ser el estandarte de la dinastía, de ser padre de 12 hijos y de tener 21 nietos, de los cuales dos, Hugo Carlos Granados Jr. y Jairo José Lobo Granados, son acordeoneros.
“Con esta cosecha de niños y jóvenes que vienen saliendo el folclor vallenato no tiene como acabarse, tienen un talento innato y la destreza necesaria para ser los grandes protagonistas de los próximos festivales vallenatos, no solo el que se hace con gran acierto en Valledupar, sino en muchos lugares de Colombia”.
El ‘Doctor’, o Técnico de Acordeones, lo del nombre, dice, es lo de menos, agradece haber sido tenido en cuenta en el reciente Encuentro Mundial de Música de Acordeón para rendirle un homenaje por su trabajo callado, pero que suena bien.
Ovidio Enrique Granados Durán se quedó en su casa, cuyo frente no tiene ningún letrero publicitario, sino que todos saben que el viejo ‘Villo’ tiene el secreto para darle el tono preciso a los acordeones, para que puedan sacarle las melodías que encantan y que le ponen la nota precisa al mundo vallenato.
En la cola del patio de su casa, ubicada en el barrio Los Caciques de Valledupar, tiene su taller de acordeones el maestro Ovidio Enrique Granados Durán, cuyas paredes están adornadas por los recuerdos fotográficos que le han traído alegrías y también tristezas a su familia.
Por Juan Rincón Vanegas
En la cola del patio de su casa, ubicada en el barrio Los Caciques de Valledupar, tiene su taller de acordeones el maestro Ovidio Enrique Granados Durán, cuyas paredes están adornadas por los recuerdos fotográficos que le han traído alegrías y también tristezas a su familia, como la desaparición inesperada de su hijo Eudes, a quien no se cansa de añorar.
No más se le indica que la entrevista basará sobre el oficio que desempeña desde hace 45 años, el viejo ‘Villo’ se pone en acción, en menos de lo que canta un gallo abre un acordeón y empieza a dar una clase sobre sus elementos ocultos y el trabajo que desempeña para que suene bien.
Mientras que en la sala su esposa Nidia Antonia Córdoba Cantillo, estaba poniéndose al día con las noticias de la prensa, él está sentado como siempre al frente de una mesa llena de instrumentos y herramientas. Dice que “este arte lo aprendí viendo en el caserío de Caracolicito al viejo Ismael Rudas Jaramillo. Me la pasaba todo el día en esa tarea, la idea era aprender porque yo había dañado un acordeón que me había regalado mi papá, todo por conocer lo que llevaba por dentro, y que después no pude arreglar. Eso sí, aprendí rapidito y la goma no se me ha pasado porque de eso vivo”.
Después de esa explicación, sobre la entrada al ‘corazón’ de los acordeones, indica que “cuando partía un pito no me gustaba tocarlo y entonces venía la reparación. Antes, para arreglar un pito uno se demoraba casi un día, ahora se hace en menos de una hora. Todo ha cambiado en ese sentido”.
Consultado sobre el precio que cobra por el arreglo de un pito, manifiesta que 10 mil pesos, en cambio, cuando el acordeón llega nuevo y tiene que adaptarlo, o sea que suenen más los pitos y los bajos, el trabajo vale 60 mil pesos. “Les aplico el secreto y quedan bien. Los únicos que saben ese secreto son mis hijos, especialmente Ovidio Raúl, quien sin duda será mi sucesor”.
A Ovidio Granados le gusta es trabajar, cuando no lo hace se la pasa con sueño, pero cuando llegan sus amigos acordeoneros, como él los llama, para no utilizar la palabra clientes, se pone feliz y de buen genio.
Contando esas historias se acordó de un acordeonero que le mandó a poner a tono su instrumento y no le gustó el arreglo. “Ese era mucho acordeonero chambón. No le gustó para nada lo que le hice al acordeón. No digo el nombre porque es capaz de darme un ‘masca yuca’, pero lo peor es que no pude dejárselo como estaba y entonces acudió a otro músico que me defendió”.
Cuando hace referencia a la calidad de los acordeones, opina que el ‘Rey Vallenato’ es inferior al ‘Tres Corona’. “Ese es el chacho y no tiene comparación”.
Bendito mes de abril
El desfile de acordeoneros por la casa de ‘Villo’ Granados desde que el calendario marca el mes de abril es inmenso. “Todos quieren que les ponga su instrumento diez puntos para el próximo Festival Vallenato, entonces se me acrecienta el trabajo, pero de esa manera contribuyo con la fiesta más grande que tiene Valledupar y en la que nuestra familia tiene sus acciones”.
Quiere seguir hablando, pero le suena el celular, es una llamada donde le anuncian que va en camino un acordeón para que lo esculque por dentro y le dé el tono exacto para que suenen mejor los paseos, merengues, sones y puyas. Finaliza la llamada con un “acá lo espero” y continúa su relato: “en 1968 participé en el primer Festival Vallenato, quedé de segundo detrás de Alejo Durán; después regresé en 1975 y volví a ocupar el segundo puesto, ese año ganó Julio de la Ossa; y en 1983 fue el último año quedando nuevamente de segundo, siendo el Rey Vallenato, Julio Rojas”.
Manifiesta de manera jocosa que se retiró del Festival ‘ensegundado’. Después vinieron los triunfos de sus hijos Hugo Carlos, Juan José y el año pasado de su hermano Almes, brindándole la alegría que él no pudo tener.
Ovidio Granados, el Rey Vallenato por poco, como suele decir frecuentemente, hizo su incursión en la pasta sonora en tres ocasiones con Los Playoneros del Cesar y Diomedes Díaz, con quien grabó las canciones ‘Diana’ (Calixto Ochoa), ‘Las cosas del amor’ (Marciano Martínez) y ‘Palmina’ (Joaquín Betín). Recientemente participó en la producción musical ‘Granados, Dinastía de Reyes’, en unión de los músicos de su familia.
Los recuerdos
El viejo ‘Villo’, sigue metido en el campo de los recuerdos y dice que los mejores acordeoneros han sido Luís Enrique Martínez, Calixto Ochoa Campo y Alfredo Gutiérrez. Guarda silencio y entonces anota: “A mis hijos Hugo Carlos y Juan José, y a mi hermano Almes no los meto en la lista porque tocan más bonito y son unos tigres”.
Luego pasa a las canciones que más le gustan, hace un extenso recorderis y señala tres: ‘Lirio rojo’ (Calixto Ochoa), ‘Matildelina’ (Leandro Díaz) y ‘El cachaquito’ (Miguel Yaneth). Esta última nació en Mariangola, “el pueblo más bello del mundo que produce de todo”. Siguió hablando bellezas del pueblo que lo vio nacer hace 69 años y se siente orgulloso de ser el estandarte de la dinastía, de ser padre de 12 hijos y de tener 21 nietos, de los cuales dos, Hugo Carlos Granados Jr. y Jairo José Lobo Granados, son acordeoneros.
“Con esta cosecha de niños y jóvenes que vienen saliendo el folclor vallenato no tiene como acabarse, tienen un talento innato y la destreza necesaria para ser los grandes protagonistas de los próximos festivales vallenatos, no solo el que se hace con gran acierto en Valledupar, sino en muchos lugares de Colombia”.
El ‘Doctor’, o Técnico de Acordeones, lo del nombre, dice, es lo de menos, agradece haber sido tenido en cuenta en el reciente Encuentro Mundial de Música de Acordeón para rendirle un homenaje por su trabajo callado, pero que suena bien.
Ovidio Enrique Granados Durán se quedó en su casa, cuyo frente no tiene ningún letrero publicitario, sino que todos saben que el viejo ‘Villo’ tiene el secreto para darle el tono preciso a los acordeones, para que puedan sacarle las melodías que encantan y que le ponen la nota precisa al mundo vallenato.