OPINIÓN

El sereno de abril

Aunque hace tiempo el Santo Ecce Homo y la Virgen del Rosario vigilan mis pasos desde una margarita, siempre vuelvo a ese lugar lleno de paz que me vio, una niña ser.

El sereno de abril

El sereno de abril

Por: valeria

@el_pilon

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Se aproximan las nubes llenas de lágrimas y un sentimiento en el alma que me hace buscar el Valle del Cesar. Querido amigo, cuando vengas de Valledupar y cruces la curva del puente Salguero, alcanzarás a visualizar un magnífico pueblo de un pasado triste y glorioso, y con la promesa de un gran destino que Dios le dio. Y de pronto, por allá, alcanzarás a ver a San José, y aún más cerca, un bello pueblo del Cesar que, si lo visitas, no lo vas a olvidar.

Hace tiempo que busco las palabras para expresar este sentimiento de melancolía, concepción y consuelo. ¡Cómo quisiera que los vallenatos volvieran a tener en sus letras el llanto de un pueblo! Pero, lastimosamente, hoy en día todos somos cómplices.

Vivo de ilusiones que me hacen creer que este invierno interminable acabará. Quisiera volver a vivir ciegamente el sentimiento de alegría en diciembre, porque nadie espera al que se ha ido, porque todos están acá. Es que nos ha tocado abandonar nuestra plaza porque no hay dónde poner nuestro talento a funcionar, y al mismo tiempo ver cómo caras nuevas llegan a sembrar en esta tierra prometida. El anhelo de esos hijos que se han ido es volver a vivir un festival de voces y canciones, sentir a San Francisco un 4 de octubre y ver desde el parque de la iglesia un sentimiento pacífico.

Aunque hace tiempo el Santo Ecce Homo y la Virgen del Rosario vigilan mis pasos desde una margarita, siempre vuelvo a ese lugar lleno de paz que me vio, una niña ser. Mis recuerdos de ese entonces no están llenos de acordeones, música y dinastías que le dieron nombre y auge a ese pueblo, porque a mí me tocó vivir el horror de un líquido ferviente que provocaba nubes que parecían anunciar un fuerte aguacero, pero eso solo era la señal de que los cimientos de una familia eran devorados por el fuego acaparador que provocaban las fuertes temperaturas al tener contacto con ese peligro.

Nunca vi ese cielo en la tierra mía, ni cómo el paisaje crece en lejanía, pero siempre traigo a mí las remembranzas de la vida que les tocó a mis abuelos. Vivieron chulavitas, juglares, clásicos del vallenato, partidos políticos tradicionales con sus líderes originales, el auge de la violencia en Colombia, la bonanza marimbera, el inicio de un festival vallenato, la bonanza del algodón, una Magdalena grande y la creación de un nuevo departamento.

Parece que en ese entonces el gusto por la política no era en octubre, sino un sentimiento de expresión que se veía reflejado en las obras que hacían miembros de la comunidad por ayudar a que esa pequeña provincia creciera. Y el nombre de esos amigos de los robles quedó inmortalizado en los recuerdos de un pueblo que tiene un desespero como estudiante cuando a su pueblo va, porque ese río trata de salvar sus aguas, buscando recorridos que sean menos dolorosos.

Si pudiera volver al pasado en confidencias, les diría a mis paisanos que no creyéramos ciegamente en nadie y, mucho menos, para legitimarlos en las urnas. Quiero robarle minutos a las horas para cambiar el colectivo que nos sigue teniendo en esta pena. Ojalá se pudiera ahogar el sufrimiento de este mal, pero ni una gota fría en esta tierra hay. Ya muchos sueños han muerto y, con ellos, el sentimiento de escuchar un canario cantando las letras de personas de ese caluroso pueblo, que han quemado el habla de muchos porque despertaron en medio de la neblina de esas mismas madrugadas donde tantas almojábanas salen a trabajar.

Si un día me ven entristecida es porque tengo alma de papel, y se ve arrugada ante tanta marcha que hacen en este municipio, solo porque para unos somos un billete de lotería que tiene que rendir cuentas cada cuatro veranos, porque lo que hay por acá son trinitarias del color de las mejillas.

Por Valeria Gnecco Correa

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