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Reflexiones sobre la escritura poética

La escritura ha sido comprendida, en la teoría literaria contemporánea, como un proceso que desborda la planificación consciente del discurso. Más allá de instrumento para ordenar ideas, escribir consiste en aceptar un grado de incertidumbre que acompaña al acto creativo desde su inicio.

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La escritura ha sido comprendida, en la teoría literaria contemporánea, como un proceso que desborda la planificación consciente del discurso. Más allá de instrumento para ordenar ideas, escribir consiste en aceptar un grado de incertidumbre que acompaña al acto creativo desde su inicio. Maurice Blanchot señala que escribir implica una forma de abandono: el escritor renuncia parcialmente al control para permitir que el lenguaje lo conduzca hacia zonas que no estaban previstas de antemano. En esa renuncia se produce una experiencia particular, cercana al extravío, pero también a la revelación. Desde esta perspectiva, la posibilidad de hacer de lo irreal algo real no responde a una huida de la experiencia concreta, sino a su resignificación. 

Paul Ricoeur sostiene que la literatura no se limita a representar la realidad, sino que la redescribe, ampliando sus horizontes de sentido mediante la imaginación creadora. En el ejercicio de escribir, esta redescripción se percibe como un desplazamiento hacia un submundo discursivo donde la realidad cotidiana reaparece transformada: lo vivido retorna como eco, como imagen, como pregunta que insiste.

Quien escribe se encuentra, inevitablemente, ante una doble interrogación: qué decir y cómo decirlo. Esta tensión, lejos de ser meramente técnica, compromete la relación del sujeto con el lenguaje y con su propia experiencia. Roman Jakobson afirma que, en la función poética, el mensaje se vuelve consciente de sí mismo, haciendo de la forma una dimensión inseparable del significado. En la práctica, esto implica que la escritura no solo comunica emociones, antes bien, las configura a medida que avanza, como si el sentido se revelara progresivamente en el propio acto de escribir.

La escritura poética comporta, además, un riesgo afectivo. Gaston Bachelard observa que la imaginación poética permite descender a regiones profundas de la vida interior, donde se articulan imágenes vinculadas al amor, el sufrimiento y la reconciliación con la memoria personal. Ese descenso no siempre ofrece respuestas claras, pero sí propicia una forma de comprensión sensible que difícilmente podría alcanzarse por otras vías. En ese sentido, escribir se asemeja a un salto: no se sabe con certeza qué se encontrará, pero se asume la necesidad de hacerlo.

Reflexionar en el recto creativo me ayuda a comprender que a la poesía también puede entendérsele como acto revelador al interior del creador. No se trata únicamente de expresar lo que ya se conoce, sino de descubrir aquello que solo se vuelve visible al ser nombrado. Octavio Paz afirma que el poema es simultáneamente creación y conocimiento, un espacio donde el poeta se reconoce a sí mismo mientras intenta decir el mundo. Quizá allí radique una de las razones por las que la escritura persiste como práctica vital: porque, aun sin ofrecer certezas definitivas, permite habitar la experiencia con mayor lucidez, aceptando que en la palabra se pierde algo, pero también se gana una forma de sentido.

En el cierre de este ciclo anual, la escritura adquiere también un valor de balance y de pausa. Volver sobre la palabra escrita permite releer no solo los textos, sino las experiencias que los hicieron posibles. Bajo este umbral temporal, escribir se convierte en una forma de ordenar lo vivido, de reconocer lo aprendido y de aceptar lo inconcluso. Y el ciclo se retoma y nos da la oportunidad de corregirnos y perfeccionarnos. Para ti, lector, deseo que también estas líneas te inviten a la reflexión y a iniciar nuevas etapas en tu proceso de crecimiento intelectual. 

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