Muy pronto inicia la reubicación de vendedores ambulantes y estacionarios al nuevo espacio comercial en Valledupar. Celebro que la administración actual haya decidido terminar las obras que encontró en marcha. Sin embargo, es necesario decir que, aunque los gremios fueron invitados a la foto de la primera piedra, no participaron en la planeación técnica, el momento determinante donde se define si un proyecto tiene mayor probabilidad de ser viable o condenado a repetir errores del pasado.
Quienes estudiamos el comportamiento del comercio popular sabemos que la venta ambulante no funciona bajo la lógica de un centro comercial cerrado. Su naturaleza depende del flujo espontáneo, la compra por impulso, la cercanía directa con el transeúnte y el contacto inmediato con el entorno urbano. Cambiar ese ecosistema es cambiar el negocio.
La historia de Valledupar lo ha demostrado en varias ocasiones. La Galería Popular prometía ordenar el comercio informal, pero la mayoría de los beneficiarios iniciales regresaron a la calle porque el formato no coincidía con su actividad económica. Lo mismo ocurrió con los fruteros del estadio trasladados al pabellón junto al de pescado, el lugar terminó convertido en bodega y ellos retomaron su dinámica original. No fue un acto de rebeldía, el diseño no era compatible con su realidad comercial. Por eso digo con respeto, pero con franqueza, ojalá me equivoque.
La Ley 1988 permite administrar el espacio público de manera planificada, autorizando ventas ambulantes reguladas en zonas que no afecten la movilidad peatonal ni vehicular, que no bloqueen frentes de negocios establecidos y que utilicen mobiliario uniforme y digno. Es decir, existen modelos modernos, legales y funcionales para integrar a los vendedores sin expulsarlos ni encerrarlos en formatos que no responden a su naturaleza económica.
Entiendo las expectativas de quienes serán trasladados. Todos soñamos con estabilidad y con ser propietarios del lugar donde trabajamos. Pero el problema no es el deseo, sino la desconexión entre el diseño y la actividad económica real. Si el espacio no cumple las condiciones comerciales mínimas, el riesgo de abandono será alto, tal como ocurrió en experiencias anteriores.
Existe un uso que sí encajaba naturalmente en la infraestructura construida, la reubicación del comercio del ‘Bolichito’, sector que por sentencia debe trasladarse. Ese sector sí opera mediante compras planeadas y servicios específicos, mucho más compatibles con un centro comercial “Centro Comercial del Automóvil” o “Centro Comercial El Bolichito”.
Reitero, no me opongo a las obras. Por el contrario, quiero que funcionen y perduren en el tiempo. Pero las decisiones urbanas deben ser coherentes con la lógica económica del territorio. Para lograrlo, aún estamos a tiempo de ajustar, incluir a los gremios, flexibilizar el diseño hacia formatos abiertos o híbridos y utilizar la Ley 1988 para ordenar el espacio público sin desconocer la dignidad del vendedor.
Por: Ricardo Reyes.
Presidente de la Junta Directiva de Fenalco-Cesar.





