Familias europeas que se asentaron en Villanueva la convirtieron en una ciudad con aeropuerto, plaza de mercado —quizás con unas 10 mesas cada uno—, el pabellón de verduras, el de carne y el de pescado. Tuvo Villanueva parque recreativo con piscina olímpica, cancha de básquetbol, cancha de fútbol reglamentaria, federación de algodoneros, federación de cafeteros, cañales paneleros en los zanjones, dos colegios privados con servicio de internos —el colegio de las monjas y el del viejo Rafa—. Había en Villanueva trilladoras de maíz, fábricas de hielo y, con el tiempo, el Colegio Nacional Roque de Alba. Para mí (Luis Beltrán Dangond), el primer Telecom con discado para larga distancia lo tuvo Villanueva: el palacio de la alcaldía, matadero y puesto de salud; para esa época era expresión real del progreso.
Allí surgió Rafael Enrique Daza, autor de El huerfanito. Dicen que compuso La varita de San José y Candelaria andando de corredurías (hoy giras), pero de eso no hay pruebas. Surgieron en esa época Luis Berdecía y Rafael Sarmiento; eran músicos como mi papá y Emiliano. Tras ellos, el gran Julio Escobar, un músico poco recursivo, era mayor que Emilianito y que Norberto, mi hermano, pero estos dos eran arreglistas; Julio no era arreglista, era rutinario, pero su acordeón tenía un sabor tan vernáculo que el único que me lo hizo recordar fue Colacho Mendoza. En esa época, Julio era el mejor de Villanueva, porque hacía folclor con su acordeón. Hay desconocedores que dicen que Alejo Durán es un chambón; con Julio habría pasado igual.
Villanueva dio dos tenores de alto nivel: el Pinde y Daniel Celedón, hermanos. Escuchar uno interpretar Granada, de Agustín Lara, y O Sole Mio, del italiano Giovanni Capurro, en un patio de Villanueva, era algo maravilloso. Se murmuraba que Pinde era mejor que Daniel. Pinde murió joven; Daniel consiguió la fama.
Citaremos a “El Pirka”, Henry Frack, un baladista recursivo; sus adaptaciones del vallenato a baladas son geniales. Está Lázaro “Lacho” Mendoza (q. e. p. d.), bolerista, maraquero y ranchero de gran calidad; igual Poncho Celedón. El señor, padre de Jorge Celedón, era sin duda alguna mejor cantante que su hijo. Jesús Espejero, “Chuito”, poeta consumado, murió en ausencia del Parnaso colombiano. El Macho Acosta, excelente y habilidoso percusionista del timbal y la caja vallenata, pasó anónimo.
El Chombe Ospino, gran compositor, primo mío, comenzó con Hernando Marín, pero no siguió.
Por: Rosendo Romero Ospino.





