COLUMNA

¿A dónde vamos como generación?

La baja participación en las elecciones de los Consejos de Juventud en Valledupar deja al descubierto una generación que reclama espacios, pero aún no termina de apropiarse de ellos. De más de 125.000 jóvenes habilitados para votar en la ciudad, solo 21.000 lo hicieron. Las cifras hablan por sí solas.

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La baja participación en las elecciones de los Consejos de Juventud en Valledupar deja al descubierto una generación que reclama espacios, pero aún no termina de apropiarse de ellos. De más de 125.000 jóvenes habilitados para votar en la ciudad, solo 21.000 lo hicieron. Las cifras hablan por sí solas.

Este domingo se llevaron a cabo las elecciones de los Consejos Municipales de Juventud (CMJ), un espacio creado para promover la participación, la incidencia y el liderazgo juvenil en la toma de decisiones públicas. Sin embargo, la baja participación fue preocupante. Los medios de comunicación alertaban sobre los pocos jóvenes que se acercaban a votar, y esto refleja algo que repito cada vez que tengo la oportunidad: no es que no se nos den los espacios, es que cuando los tenemos, no los aprovechamos.

Según los datos de la Registraduría Nacional, en las elecciones de los CMJ de 2025 votaron 1.501.311 jóvenes en todo el país, lo que representa aproximadamente el 12 % del total de habilitados. En el departamento del Cesar, la participación fue del 17,08 %, con 57.620 votantes, y en Valledupar se registró una de las cifras más altas entre las capitales del país: 16,72 %, con 21.076 jóvenes que acudieron a las urnas.

Es decir, más del 80 % de los jóvenes no participaron. Si bien hubo un leve avance frente a las elecciones anteriores, ¿qué hay detrás de estos números? Desigualdad, desinterés, falta de información y desconfianza en las instituciones.

Los CMJ surgieron como un mecanismo para que las juventudes tuvieran voz frente a las administraciones locales, para ejercer veeduría y construir políticas públicas desde la mirada joven. Pero, ¿qué tanto se ha cumplido ese propósito?

He conversado con jóvenes que hicieron parte de los Consejos en los últimos cuatro años, y la mayoría coincide en lo mismo: “no se hacía nada”. Muchos se desanimaron, otros desistieron y algunos terminaron sintiéndose utilizados. Lo que comenzó como un ejercicio de participación terminó transformándose en un espacio cooptado por estructuras políticas y avales que responden más a intereses partidistas que a los sueños de los jóvenes.

Además, el problema no es sólo político, también es estructural. Si ya es difícil para un joven con acceso a internet y redes sociales entender el proceso, ¿qué podemos esperar de quienes viven en zonas rurales, sin conectividad, sin transporte o sin información?  Muchos jóvenes ni siquiera sabían cómo funcionaban las elecciones, cuál era el horario o qué significaba realmente hacer parte de un Consejo Municipal de Juventud.

Pienso especialmente en los menores de edad, si en el hogar no se habla de ciudadanía, de incidencia o de lo público; si no se acompaña a los jóvenes en sus primeros pasos de movilización social, ¿cómo esperamos que comprendan la importancia de participar?  Por supuesto, felicito a los jóvenes que se organizaron bien, que entendieron la dinámica y lograron movilizarse, pero no puedo negar que también contaban con una estructura detrás.

Tanto así que los medios concentraron su atención en los mismos nombres y dinámicas políticas que tanto criticamos. Los titulares hablaban de los “partidos más votados”; como si los jóvenes fueran solo un utensilio para medir las estructuras políticas que dominan el escenario local.

Y ahí me pregunto, con tristeza, ¿de verdad estamos construyendo una transformación generacional o simplemente repitiendo los patrones que decimos rechazar? Porque sí, es agotador escuchar que “no hay espacios para la juventud”. No lo comparto, los espacios existen; lo que falta es apropiarnos de ellos, asumirlos con conciencia, compromiso y propósito.

Los Consejos de Juventud deberían ser un escenario para repensar el presente, proponer alternativas, ejercer veeduría y construir futuro, no una extensión de los políticos. Me duele ver a una generación tan capaz, tan sensible, tan brillante, resignándose o cediendo por apatía, desánimo o cansancio. La participación y el ejercicio democrático no son de cada cuatro años; son una decisión diaria de construir país.

Hoy escribo con tristeza, sí, pero también con el idealismo y la esperanza que no pienso abandonar. Sigo creyendo en una juventud que puede despertar, que puede asumir su papel, que puede transformar. Pero para hacerlo, necesitamos algo más que quejas, necesitamos principios, coherencia y acción.

Entonces, vuelvo a preguntarme, con la voz y el corazón de una mujer joven que cree en su país: ¿A dónde vamos como generación?

Por: Sara Montero Muleth

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