La literatura, en su forma más pura, no se restringe al canon escrito o al prestigio intelectual. También se expresa en las voces del pueblo, en ese relato oral que, mediante un lenguaje directo y emocional, logra capturar la esencia de la vida cotidiana con una fuerza que la erudición muchas veces no alcanza. Omar Geles, recientemente fallecido, no fue solo un cantante o compositor de vallenato: fue un poeta del pueblo, un cronista de amores y dolores cotidianos, un juglar moderno que supo convertir las emociones más íntimas en himnos colectivos.
Este año, en el Festival de la Leyenda Vallenata, su legado fue exaltado con un homenaje que no solo celebró su música, sino la profundidad lírica de su obra. En sus letras no solo hay rima, hay verdad. Geles, desde su intimidad, escuchaba el sentir del Caribe colombiano y escribía con el alma abierta. Lo que otros contaban con metáforas sofisticadas, él lo decía con la sencillez del que ha vivido lo que canta. Su obra es un ejemplo luminoso de cómo la música puede ser literatura, y de cómo el vallenato, tan arraigado a la cultura costeña, ha sabido ser testimonio y resistencia.
Fue Omar Geles quien, en sus composiciones, le puso el color blanco y negro al desamor, explicó el concepto más crudo y universal de la existencia con Los caminos de la vida, escribió la historia a dos voces de los amores frustrados de pueblo con Hoja en blanco, y convirtió cada sentimiento en una metáfora cotidiana que el pueblo hizo suya. En sus canciones, el amor es promesa, traición, esperanza; y el desamor, aprendizaje, duelo y memoria.
Tal vez uno de sus versos más válidos y representativos sea: “Los caminos de la vida no son como yo pensaba…”. Esa línea —sencilla pero contundente— permite que millones se reconozcan en sus letras. En ella caben la desilusión y el crecimiento, pero lo que más se destaca es su economía verbal: una capacidad de síntesis que solo alcanzan los grandes.
Omar Geles fue un poeta indiscutible. No necesitó de academias para escribir los versos más sinceros, para entender al pueblo y cantarlo sin misterios. Su consagración no vino de las aulas, sino de la emoción compartida, del eco de su voz sentida, que lo alojó —sin condición— en el corazón de millones. Porque la literatura, al fin y al cabo, no vive solo en libros y salones: también habita en las parrandas, en las esquinas y rincones, en cada verso que arrulla pasiones, en rimas que cuentan verdades, en los sones, las canciones… y en todas nuestras emociones.
En cada barrio del Caribe hay una historia de amor que empezó —o terminó— con una canción de Omar Geles sonando en un radio viejo. Sus letras siguen vivas en la voz quebrada del que canta en una parranda, en el rasgueo melancólico de una guitarra que acompaña silencios, y en el vaivén del fuelle de un acordeón que, al desplegar su lamento, reconoce su grandeza en cada interpretación.
Geles es, y será, una de las plumas más auténticas del Caribe colombiano. Su obra merece ser leída —además de escuchada— como una manifestación legítima de la literatura popular. Porque en cada canción dejó algo más que música: dejó su manera de entender la vida. Estoy seguro de que, si escribimos sus canciones en un librito y las traducimos a varios idiomas, Geles estaría a la altura de cualquier escritor universal, de talla internacional. Porque en la sencillez de sus versos está la complejidad de varios de los problemas más trascendentales del ser humano.
Por: Pablo Hernández Iguarán.











