Centenares de vendedores ambulantes circulan por toda la ciudad. Aún se desconoce su cifra exacta. El rebusque llevó a que esta fuera una alternativa para muchos que no tenían trabajo. La Secretaría de Gobierno aclara que no hay persecución a los vendedores ni sus productos pero sí era necesario controlar la contaminación auditiva.
Pareciera un grito de guerra o un saludo, pero es una invitación a la compra. Los más grandes pensadores y generadores de opinión de todo el mundo y de Colombia, comparten la premisa de que la época que se vive actualmente y las condiciones a que el planeta ha quedado sometido por la presencia de la covid-19, dividieron la historia.
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Colombia y su economía han sufrido un fuerte embate y son muchos los renglones que han sido llamados a la reactivación. Pero hay uno en particular que en la ciudad de Valledupar desde que se decretó el confinamiento obligatorio, cierre de negocios, factorías, dependencias oficiales y demás, nunca paró: son los vendedores ambulantes de todo tipo de verduras, frutas y tubérculos, entre otros.
Ellos en sus carros de mulas, vehículos (viejos Renault 4 o 12, entre otros), carretas, bicicarretas, bicicletas o simplemente caminando, se recorren toda la ciudad con sus singulares formas sonoras de llamar la atención: el grito “!oye te llevo el plátano, 20 guineos por dos mil pesos, el tomate, la cebolla¡” o con el característico: “!oyeeee papaaaaaa¡”, este último en el que hablan del producto que venden pero de manera ambigua también saludan al comprador. Algunos ya tienen la grabación de su ‘catálogo’ en memorias USB.
No hay un censo pero se puede decir que son centenares porque no hay sectores vedados. Suelen encontrarse en el centro, en las zonas humildes del sur de Valledupar, en los barrios de clase media y por supuesto en el norte de la ciudad donde ya hasta tienen una clientela.
No dejes de leer: ¡Vendedores ambulantes no paran!
Una competencia sana que llamó la atención de las autoridades cuando algunas personas denunciaron que el uso de sus megáfonos se convirtió en una molestia que interfería con la tranquilidad, pero que ante todo perturbaba el teletrabajo en especial de los medios radiales y de televisión porque sus voces filtraban las grabaciones y era motivo de risas y elementos distractores en la virtualidad educativa.
“Se convirtieron en ‘los chistes del salón’, porque en plena clase el profe explicando y de pronto el grito: ‘¡oyeeeeee papaaaaaa!’, ahí todos soltábamos las risas y el profe se mareaba”, explicó un estudiante de 11 grado. Pero por encima de todo eso está la ley impartida por las autoridades. Y la ley… pero de la subsistencia.
A pie y como un verdadero bulldozer, José empuja con todas sus fuerzas una carreta en la que lleva para la venta aguacates, cebollas, cebollín, papas, plátanos y piñas, entre otros productos que sin exagerar son atractivos a la vista. Es venezolano, prefirió quedarse y resistir en Colombia antes “que volver con Maduro”.
“Esto me tocó, soy chef de cocina, yo trabajaba en un sitio de comidas de la ciudad. Pero no me podía quedar parado, aquel negocio cerró y yo de todas maneras tenía que llevar la comida a la casa y con esto subsisto”, aseguró.
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No tiene la intención de quebrantar la ley, hasta hace poco se enteró que el uso del megáfono lo prohibió el municipio de Valledupar a través de su Secretaría de Gobierno. “Nosotros no lo usamos por maldad. Simplemente tenemos la necesidad de trabajar y es más fácil que estar gritando y gritando”. Por eso al lado de su socio de labores vocea sus productos o usa el megáfono en un volumen bajo que no molesta a nadie.
Inicia su jornada desde bien temprano aprovechando la frescura de la mañana. “Y le damos hasta las tres de la tarde más o menos porque a esa hora el sol se pone muy caliente y la temperatura es fuerte; descansamos un rato y volvemos a caminar otra vez a las cinco, ahí es un poco ya más suave y trabajamos hasta las siete”, precisó el vendedor para quien un día bueno representa en ganancias entre 25 y 30 mil pesos.
El secretario de gobierno de Valledupar, Luis Galvis Núñez se refirió a los operativos de control realizados en esta capital debido a las quejas de la ciudadanía por el uso de los megáfonos.
“El confinamiento ha generado que las personas estén en casa, que se haga teletrabajo, que los estudiantes realicen sus actividades académicas desde casa y, aquella actividad de venta ambulante de verduras y frutas que anteriormente se realizaba voz a voz, fue reemplazada por el uso de elementos que amplifican y perturban esa tranquilidad de los hogares, como los megáfonos que han sido decomisados a los vendedores”, indicó.
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Como una saeta don Dagoberto se desplaza por el norte de Valledupar en una bicicleta a la que le ha adaptado una parrilla trasera donde acomoda una cava de icopor que le permite mantener refrigerados los pescados que ofrece a la clientela de los barrios de esta zona de la ciudad. Él no tiene problemas con la autoridad, su sonora voz alerta a sus compradores.
“Yo no era vendedor de pescado pero obligado lo estoy haciendo porque no hay nada que llevar para la casa y la única manera de lograr el sustento es vendiendo estos pescados. Trabajaba en construcción, como todo paró salimos todos de la empresa y con razón, si la empresa no tiene cómo pagar, a nosotros nos tocó irnos a la casa pero ahora estoy en la calle”.
Dagoberto trabaja en compañía de uno de sus hijos. “Si nos ganamos $60 mil, son 30 y 30; si nos ganamos $70 mil son 35 y 35 porque él tiene su casa y yo la mía”, aclaró el sexagenario.
Así lo confirma Moisés Sánchez quien desde que inició la pandemia se ha dedicado en compañía de su hermano a ‘patonear’ toda la ciudad empujando una carretilla atiborrada de aguacates, limones, patillas, piñas y pomelos, lo que hace que su fuerte sea la fruta.
La convicción de que su trabajo lo hace bien, deja entrever un carácter y una tozudez en sus venta las que hace a “físico pulmón” porque no utiliza megáfono. “Hay días en que las ventas están bien y hay días en los que se hace poco, pero lo que sí le digo es que hay que echar es ‘palante’, la familia espera. En cuanto al tema de los megáfonos eso no tiene nada que ver con nosotros todo es a ‘puro canto’”, dice con gesto de picardía.
Para estos dos hermanos en un día bueno se pueden ganar $300 mil, pero en uno malo solo alcanzan a recuperar los $100 mil que invirtieron.
Edgardo se recorre la ciudad a bordo de un carro de mula. Ahí lleva los plátanos, la yuca, el guineo, la mazorca y todo tipo de frutas y verduras que abastecen los barrios. En su parco hablar se refirió a la medida del no uso del megáfono: “Suave con el megáfono. Hay que apagarlo o utilizarlo bajito porque con toda esa ‘bullaranga’ la gente se quejó y nos tiró a la Policía y los están decomisando. Que despertábamos a los ‘pelaítos’, que salíamos en la radio, en fin, es mejor cogerla suave y evitarse problemas y seguir vendiendo lo poquito que se puede”, concluyó.
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En ese punto, el secretario de Gobierno explicó una salvedad. “Estos operativos que estamos realizando con el inspector de Espacio Público y en compañía de la Policía, porque entre otras cosas ese escándalo en las calles está tipificado en el Código de Policía, no van en contra de la actividad del vendedor como tal ni de sus productos, porque al final ellos tienen derecho al trabajo y ayudan al abastecimiento en los barrios, llevando estos mercados a las puertas de las casas, pero sí se hacía necesario que controláramos la contaminación auditiva”, enfatizó.
Los vendedores pagan arriendo, aseguran, pero no se refieren a los cánones arrendatarios de vivienda a los que están sometidos más del 70 % de los vallenatos. Se refieren a los gastos que le genera su operación. “Yo pago $5 mil por el uso diario de la carretilla, igual le toca a mi hermano, a un primo a la gran mayoría de los que estamos en este negocio y los de los carro de mula pagan $50 mil o $60 mil. El que tiene carretilla propia es un empresario”, dijo con sarcasmo un vendedor que prefirió no suministrar su nombre.
Y aún hay más, el megáfono pieza de toda la polémica también es arrendado. A algunos le cobran $3 mil, a otros $5 mil lo que varía de acuerdo a la potencia del sonido que emita. Sin duda otra oportunidad de negocio escondida dentro de esta economía.
POR: JOSÉ URBANO CÉSPEDES
Centenares de vendedores ambulantes circulan por toda la ciudad. Aún se desconoce su cifra exacta. El rebusque llevó a que esta fuera una alternativa para muchos que no tenían trabajo. La Secretaría de Gobierno aclara que no hay persecución a los vendedores ni sus productos pero sí era necesario controlar la contaminación auditiva.
Pareciera un grito de guerra o un saludo, pero es una invitación a la compra. Los más grandes pensadores y generadores de opinión de todo el mundo y de Colombia, comparten la premisa de que la época que se vive actualmente y las condiciones a que el planeta ha quedado sometido por la presencia de la covid-19, dividieron la historia.
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Colombia y su economía han sufrido un fuerte embate y son muchos los renglones que han sido llamados a la reactivación. Pero hay uno en particular que en la ciudad de Valledupar desde que se decretó el confinamiento obligatorio, cierre de negocios, factorías, dependencias oficiales y demás, nunca paró: son los vendedores ambulantes de todo tipo de verduras, frutas y tubérculos, entre otros.
Ellos en sus carros de mulas, vehículos (viejos Renault 4 o 12, entre otros), carretas, bicicarretas, bicicletas o simplemente caminando, se recorren toda la ciudad con sus singulares formas sonoras de llamar la atención: el grito “!oye te llevo el plátano, 20 guineos por dos mil pesos, el tomate, la cebolla¡” o con el característico: “!oyeeee papaaaaaa¡”, este último en el que hablan del producto que venden pero de manera ambigua también saludan al comprador. Algunos ya tienen la grabación de su ‘catálogo’ en memorias USB.
No hay un censo pero se puede decir que son centenares porque no hay sectores vedados. Suelen encontrarse en el centro, en las zonas humildes del sur de Valledupar, en los barrios de clase media y por supuesto en el norte de la ciudad donde ya hasta tienen una clientela.
No dejes de leer: ¡Vendedores ambulantes no paran!
Una competencia sana que llamó la atención de las autoridades cuando algunas personas denunciaron que el uso de sus megáfonos se convirtió en una molestia que interfería con la tranquilidad, pero que ante todo perturbaba el teletrabajo en especial de los medios radiales y de televisión porque sus voces filtraban las grabaciones y era motivo de risas y elementos distractores en la virtualidad educativa.
“Se convirtieron en ‘los chistes del salón’, porque en plena clase el profe explicando y de pronto el grito: ‘¡oyeeeeee papaaaaaa!’, ahí todos soltábamos las risas y el profe se mareaba”, explicó un estudiante de 11 grado. Pero por encima de todo eso está la ley impartida por las autoridades. Y la ley… pero de la subsistencia.
A pie y como un verdadero bulldozer, José empuja con todas sus fuerzas una carreta en la que lleva para la venta aguacates, cebollas, cebollín, papas, plátanos y piñas, entre otros productos que sin exagerar son atractivos a la vista. Es venezolano, prefirió quedarse y resistir en Colombia antes “que volver con Maduro”.
“Esto me tocó, soy chef de cocina, yo trabajaba en un sitio de comidas de la ciudad. Pero no me podía quedar parado, aquel negocio cerró y yo de todas maneras tenía que llevar la comida a la casa y con esto subsisto”, aseguró.
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No tiene la intención de quebrantar la ley, hasta hace poco se enteró que el uso del megáfono lo prohibió el municipio de Valledupar a través de su Secretaría de Gobierno. “Nosotros no lo usamos por maldad. Simplemente tenemos la necesidad de trabajar y es más fácil que estar gritando y gritando”. Por eso al lado de su socio de labores vocea sus productos o usa el megáfono en un volumen bajo que no molesta a nadie.
Inicia su jornada desde bien temprano aprovechando la frescura de la mañana. “Y le damos hasta las tres de la tarde más o menos porque a esa hora el sol se pone muy caliente y la temperatura es fuerte; descansamos un rato y volvemos a caminar otra vez a las cinco, ahí es un poco ya más suave y trabajamos hasta las siete”, precisó el vendedor para quien un día bueno representa en ganancias entre 25 y 30 mil pesos.
El secretario de gobierno de Valledupar, Luis Galvis Núñez se refirió a los operativos de control realizados en esta capital debido a las quejas de la ciudadanía por el uso de los megáfonos.
“El confinamiento ha generado que las personas estén en casa, que se haga teletrabajo, que los estudiantes realicen sus actividades académicas desde casa y, aquella actividad de venta ambulante de verduras y frutas que anteriormente se realizaba voz a voz, fue reemplazada por el uso de elementos que amplifican y perturban esa tranquilidad de los hogares, como los megáfonos que han sido decomisados a los vendedores”, indicó.
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Como una saeta don Dagoberto se desplaza por el norte de Valledupar en una bicicleta a la que le ha adaptado una parrilla trasera donde acomoda una cava de icopor que le permite mantener refrigerados los pescados que ofrece a la clientela de los barrios de esta zona de la ciudad. Él no tiene problemas con la autoridad, su sonora voz alerta a sus compradores.
“Yo no era vendedor de pescado pero obligado lo estoy haciendo porque no hay nada que llevar para la casa y la única manera de lograr el sustento es vendiendo estos pescados. Trabajaba en construcción, como todo paró salimos todos de la empresa y con razón, si la empresa no tiene cómo pagar, a nosotros nos tocó irnos a la casa pero ahora estoy en la calle”.
Dagoberto trabaja en compañía de uno de sus hijos. “Si nos ganamos $60 mil, son 30 y 30; si nos ganamos $70 mil son 35 y 35 porque él tiene su casa y yo la mía”, aclaró el sexagenario.
Así lo confirma Moisés Sánchez quien desde que inició la pandemia se ha dedicado en compañía de su hermano a ‘patonear’ toda la ciudad empujando una carretilla atiborrada de aguacates, limones, patillas, piñas y pomelos, lo que hace que su fuerte sea la fruta.
La convicción de que su trabajo lo hace bien, deja entrever un carácter y una tozudez en sus venta las que hace a “físico pulmón” porque no utiliza megáfono. “Hay días en que las ventas están bien y hay días en los que se hace poco, pero lo que sí le digo es que hay que echar es ‘palante’, la familia espera. En cuanto al tema de los megáfonos eso no tiene nada que ver con nosotros todo es a ‘puro canto’”, dice con gesto de picardía.
Para estos dos hermanos en un día bueno se pueden ganar $300 mil, pero en uno malo solo alcanzan a recuperar los $100 mil que invirtieron.
Edgardo se recorre la ciudad a bordo de un carro de mula. Ahí lleva los plátanos, la yuca, el guineo, la mazorca y todo tipo de frutas y verduras que abastecen los barrios. En su parco hablar se refirió a la medida del no uso del megáfono: “Suave con el megáfono. Hay que apagarlo o utilizarlo bajito porque con toda esa ‘bullaranga’ la gente se quejó y nos tiró a la Policía y los están decomisando. Que despertábamos a los ‘pelaítos’, que salíamos en la radio, en fin, es mejor cogerla suave y evitarse problemas y seguir vendiendo lo poquito que se puede”, concluyó.
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En ese punto, el secretario de Gobierno explicó una salvedad. “Estos operativos que estamos realizando con el inspector de Espacio Público y en compañía de la Policía, porque entre otras cosas ese escándalo en las calles está tipificado en el Código de Policía, no van en contra de la actividad del vendedor como tal ni de sus productos, porque al final ellos tienen derecho al trabajo y ayudan al abastecimiento en los barrios, llevando estos mercados a las puertas de las casas, pero sí se hacía necesario que controláramos la contaminación auditiva”, enfatizó.
Los vendedores pagan arriendo, aseguran, pero no se refieren a los cánones arrendatarios de vivienda a los que están sometidos más del 70 % de los vallenatos. Se refieren a los gastos que le genera su operación. “Yo pago $5 mil por el uso diario de la carretilla, igual le toca a mi hermano, a un primo a la gran mayoría de los que estamos en este negocio y los de los carro de mula pagan $50 mil o $60 mil. El que tiene carretilla propia es un empresario”, dijo con sarcasmo un vendedor que prefirió no suministrar su nombre.
Y aún hay más, el megáfono pieza de toda la polémica también es arrendado. A algunos le cobran $3 mil, a otros $5 mil lo que varía de acuerdo a la potencia del sonido que emita. Sin duda otra oportunidad de negocio escondida dentro de esta economía.
POR: JOSÉ URBANO CÉSPEDES