De los mayores males que le ha ocurrido a nuestra democracia fue la degeneración de las tendencias políticas que terminaron personalizadas en cabeza de dos caudillos que, a pesar que son polos opuestos, terminan siendo idénticos, en su actuar y la forma como conciben el poder, pero con un ingrediente común, utilizan la polarización política como arma principal en su proselitismo.
El espectro político (izquierda-derecha) tiene sus orígenes en la Revolución francesa con la toma de la Bastilla y la organización del parlamento (los que estuviesen de acuerdo con la continuidad de la monarquía se sentarían a la derecha, y los que fuesen partidarios del fin de esta y la instauración de una democracia y el surgimiento de la república se sentarían a la izquierda); desde entonces y hasta principios de este siglo, la derecha representaba, además del apoyo a los sistemas monárquicos, la protección de los valores, la defensa de la iglesia como rector espiritual y la autoridad como epicentro del gobierno vs. la rebeldía de los que se consideraban oprimidos, obreros, esclavos y la clase trabajadora y popular que exigía igualdad, libertad y un Estado que satisficiera las necesidades básicas con cargo a los impuestos; por otro lado, mientras los primeros creían en la propiedad privada como agente generador de riqueza y bienestar, los segundos propendían a que el Estado repartiera la riqueza entre los más necesitados.
Pero llegaron los tiempos modernos y esa concepción de derecha-izquierda terminó disminuida y prostituida debido a la enorme ignorancia de la mayoría de los partidarios de ambas tendencias políticas, al menos en Colombia una gran mayoría terminó idolatrando y siguiendo a fe ciegas las ideas y los postulados del expresidente Álvaro Uribe Vélez a quien se le reconoce, además de un extraordinario liderazgo político, sigue gozando de simpatía entre sus seguidores y con una enorme influencia en la política colombiana; y por otro lado está el presidente Gustavo Petro quien después de más de 40 años de actividad política haciendo una oposición férrea a los gobiernos de derecha logra la presidencia con un discurso de cambio y transformación del Estado aplicando la Constitución del 91 en pleno, pero que solo era un discurso.
Pero el país político se descuadernó, cada uno de los caudillos terminó infectado por el bicho del poder y fueron cometiendo pecados a lo largo de sus carreras y durante el ejercicio de presidente, el uno durante dos periodos y casi tres, y el otro enfermo en todo sentido, juega a ser el mesías que salvará no solo al país sino al planeta mismo, pero nuevamente con otra cosa en común, una horda de fanáticos que terminó, no abrazando sus ideas o lo que representan, sino un culto personal que ya sabemos en que termina (basta mirar para donde el vecino).
No hay discusión política ni económica a la luz de las corrientes filosóficas que engendran los partidos, no hay argumentos (muy contados) para debatir las decisiones o las acciones que adelanta el gobierno, en su momento las de Álvaro Uribe, después las de Iván Duque y hoy las de Gustavo Petro, todo se caricaturizó al punto de atacar a la persona que encarna al líder político incluso pisoteando la dignidad presidencial y de jefe de Estado, todo incluso por culpa de ellos mismos.
Nadie se escapa, nada de lo que diga o haga el caudillo es susceptible de crítica ni de disenso. Se les perdona absolutamente todo, se les otorgó una especie de áurea divina que enceguece al parroquiano, pero también al estudiado y en nombre del “ismo” (uribismo – petrismo). Lo que esperamos de una discusión política en altura, con argumentos serios y planteando soluciones de alto impacto en lo económico, en lo social, en lo tributario, en las relaciones internacionales, termina en un mercado de verduleras incluso con ofensas que rayan en la vulgaridad.
La derecha representa algo más que el simple hecho de odiar a Petro e idolatrar a Uribe porque cuando desaparezca el expresidente quedará sin rumbo y sin guía porque no se construyó alrededor de las ideas sino a las de una persona, y la izquierda, que perdió para siempre la senda de los que motivaron la Revolución francesa, se volvió tan pequeña que terminó basando su esencia en odiar a Uribe y llamarlo “paraco”, en ese hueco caímos.
Por: Eloy Gutiérrez Anaya.











