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Columnista - 1 abril, 2020

No nos alcanza el tiempo

El otro día me llamó, desde Codazzi, mi hermano Alejandro “Papito” Cotes Zuleta para saludarme. Me preguntó: ¿por dónde estás?, yo le respondí con la verdad: “acabo de llegar a la cocina a hacer el almuerzo, vengo del cuarto”.

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El otro día me llamó, desde Codazzi, mi hermano Alejandro “Papito” Cotes Zuleta para saludarme. Me preguntó: ¿por dónde estás?, yo le respondí con la verdad: “acabo de llegar a la cocina a hacer el almuerzo, vengo del cuarto”.

Mi hermano se echó a reír. Le expliqué que dos horas antes había estado en el patio cogiendo unos limones y había regado el palo de guanábana (en seis años, solo ha echado dos guanábanas), también había regado las matas de guineo que me regaló hace cinco años mi queridísimo amigo y médico, Internista manaurero, “Toño” Araque y finalmente recompuse la tierra en donde mantengo en cosecha (diaria) Culantro, Toronjil, Yerba Buena, entre otras.

Le dije que ahora con la cuarentena me la pasaba de un lado a otro. Unas veces estaba en la sala y luego me iba para mi alcoba al segundo piso, de ahí salía para la puerta de la calle con mi esposa y uno de mis hijos y nos sentábamos horas. También hablamos de lejos con nuestros vecinos y de vez en cuando voy a la tienda que está a unos 15 metros de distancia.

Se me olvidaba: también voy al baño y en varias ocasiones (para envidia de mi hijo José David) me he bañado en la alberca del patio.  

También salimos para el comedor y después yo me meto en mi oficina a tratar de seguir escribiendo mi nuevo libro “La Vieja Sara y el sobrino Simón”. Igualmente me paso horas en el computador dando clases virtuales a mis estudiantes de la Universidad Popular del Cesar. Además, hemos cogido costumbre (mi esposa y yo) de hacer video llamadas para ver a nuestro primer nieto (un año) Camilo Andrés Cotes Jaraba quien vive en Medellín con sus padres José David y Liseth.  

Pues bien. Charlamos un buen rato, “Papito”, hermano menor que yo, es chusco en su charla, buen conversador. Hablamos de la epidemia del Covid-19 y sus lamentaciones.

Manifestó que, en Codazzi, a pesar que se cumple en un 50 por ciento aproximadamente el aislamiento, la gente está más tranquila que en Valledupar. No hay ese afán ni temor por el virus. Es decir, la gente está como despreocupada y pareciera que en Codazzi se vive en otro mundo.  Así pasa en los corregimientos y veredas no solo del Cesar y La Guajira, es en todo el país. Hay pueblos en donde el Covid-19 no es una amenaza.

En fin, esta pandemia nos ha cambiado el rumbo, nos separa de unos (de los amigos y familiares) y nos une en el hogar. Y contrario a lo que muchos pensamos, ahora que tenemos tanto tiempo, el tiempo no nos alcanza.

Se hace de noche enseguida. Uno recorre la casa varias veces, se lava las manos 10 y 15 veces y lo más importante, a pesar del daño que nos ha causado el Codiv-19, nos ha ayudado a recuperar los valores, la naturaleza y la entereza. Pero, insisto, no nos queda tiempo para hacer tantas cosas y surge la pregunta del millón: ¿Qué hacíamos antes?, ¿por qué estábamos tan ocupados? El mundo nos está cambiando.

Hasta la próxima semana.

Correo: [email protected]  

Columnista
1 abril, 2020

No nos alcanza el tiempo

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Aquilino Cotes Zuleta

El otro día me llamó, desde Codazzi, mi hermano Alejandro “Papito” Cotes Zuleta para saludarme. Me preguntó: ¿por dónde estás?, yo le respondí con la verdad: “acabo de llegar a la cocina a hacer el almuerzo, vengo del cuarto”.


El otro día me llamó, desde Codazzi, mi hermano Alejandro “Papito” Cotes Zuleta para saludarme. Me preguntó: ¿por dónde estás?, yo le respondí con la verdad: “acabo de llegar a la cocina a hacer el almuerzo, vengo del cuarto”.

Mi hermano se echó a reír. Le expliqué que dos horas antes había estado en el patio cogiendo unos limones y había regado el palo de guanábana (en seis años, solo ha echado dos guanábanas), también había regado las matas de guineo que me regaló hace cinco años mi queridísimo amigo y médico, Internista manaurero, “Toño” Araque y finalmente recompuse la tierra en donde mantengo en cosecha (diaria) Culantro, Toronjil, Yerba Buena, entre otras.

Le dije que ahora con la cuarentena me la pasaba de un lado a otro. Unas veces estaba en la sala y luego me iba para mi alcoba al segundo piso, de ahí salía para la puerta de la calle con mi esposa y uno de mis hijos y nos sentábamos horas. También hablamos de lejos con nuestros vecinos y de vez en cuando voy a la tienda que está a unos 15 metros de distancia.

Se me olvidaba: también voy al baño y en varias ocasiones (para envidia de mi hijo José David) me he bañado en la alberca del patio.  

También salimos para el comedor y después yo me meto en mi oficina a tratar de seguir escribiendo mi nuevo libro “La Vieja Sara y el sobrino Simón”. Igualmente me paso horas en el computador dando clases virtuales a mis estudiantes de la Universidad Popular del Cesar. Además, hemos cogido costumbre (mi esposa y yo) de hacer video llamadas para ver a nuestro primer nieto (un año) Camilo Andrés Cotes Jaraba quien vive en Medellín con sus padres José David y Liseth.  

Pues bien. Charlamos un buen rato, “Papito”, hermano menor que yo, es chusco en su charla, buen conversador. Hablamos de la epidemia del Covid-19 y sus lamentaciones.

Manifestó que, en Codazzi, a pesar que se cumple en un 50 por ciento aproximadamente el aislamiento, la gente está más tranquila que en Valledupar. No hay ese afán ni temor por el virus. Es decir, la gente está como despreocupada y pareciera que en Codazzi se vive en otro mundo.  Así pasa en los corregimientos y veredas no solo del Cesar y La Guajira, es en todo el país. Hay pueblos en donde el Covid-19 no es una amenaza.

En fin, esta pandemia nos ha cambiado el rumbo, nos separa de unos (de los amigos y familiares) y nos une en el hogar. Y contrario a lo que muchos pensamos, ahora que tenemos tanto tiempo, el tiempo no nos alcanza.

Se hace de noche enseguida. Uno recorre la casa varias veces, se lava las manos 10 y 15 veces y lo más importante, a pesar del daño que nos ha causado el Codiv-19, nos ha ayudado a recuperar los valores, la naturaleza y la entereza. Pero, insisto, no nos queda tiempo para hacer tantas cosas y surge la pregunta del millón: ¿Qué hacíamos antes?, ¿por qué estábamos tan ocupados? El mundo nos está cambiando.

Hasta la próxima semana.

Correo: [email protected]