Publicidad
Categorías
Categorías
Columnista - 23 abril, 2025

No hay peor ciego que aquel que no quiere ver

Sin duda alguna, las expresiones populares han sido pilares fundamentales en nuestra forma de comunicarnos a través de los siglos.

Boton Wpp

Sin duda alguna, las expresiones populares han sido pilares fundamentales en nuestra forma de comunicarnos a través de los siglos. Y una de esas expresiones a las que quiero hacer alusión hoy es “No hay peor ciego que aquel que no quiere ver”, empleada para señalar a aquellas personas que por diferentes motivos, ya sea por orgullo, negación o terquedad simplemente deciden ignorar y desconocer la realidad que los rodea, a pesar de tener tan claros los hechos que suceden delante de ellos, eligiendo no aceptarlos.

Algunos pueden atribuir tal comportamiento para referirse a la ignorancia voluntaria y aceptada, que muchas veces obstaculiza su propio crecimiento personal y una excusa para evadir e intentar dar solución a los problemas que están afuera. Esta frase con raíces antiguas ha trascendido fronteras adoptándose en diferentes idiomas y enquistándose en diversas culturas, de igual forma. Y aunque la frase varíe un poco en su forma, su significado siempre será el mismo: la dificultad de aceptar verdades incómodas. 

El escritor portugués, Nobel de Literatura, José Saramago, escribió un “Ensayo sobre la ceguera”, una novela alegórica que plantea una epidemia inexplicable de una ceguera blanca que se expande por toda la sociedad, revelando lo peor y lo más profundo del ser humano, expresándonos el núcleo filosófico de la frase: que la ceguera no es física, sino moral, ética y social. Nos advierte además, que vemos sin mirar, que existimos sin conciencia; que podemos tener una visión y, aun así, no vemos nada esencial. Nos enfrenta al concepto de una ceguera  que es la del egoísmo, la de la indiferencia, la de la la falta de empatía. 

Nos hace reflexionar además sobre la forma en que vivimos, en un mundo donde se ha dejado de ver rodeado de injusticias ignoradas, de sufrimientos normalizados y aceptados, de otras vidas ajenas que ya no nos importan.

Este libro, mis queridos lectores, es apasionante por la forma en que nos aborda a profundidad nuestra conciencia social, criticando la insensibilidad colectiva, retratando a una sociedad que camina a tientas, tropezando constantemente, no porque no pueda ver, sino porque ha renunciado a hacerlo. Hemos dejado de mirar desde hace mucho tiempo, por no decir siempre, con responsabilidad. No queremos ver a los otros, no queremos ver el dolor, mucho menos queremos ver la verdad y, por eso, cerramos los ojos, haciéndonos ciegos aunque el sol hiera nuestras pupilas sin contemplación y, entonces, caemos y caemos porque, como tontos a ciegas, preferimos -como ya dije- tropezar a conciencia.

Esta frase jamás pasará de moda, una metáfora que seguirá brutalmente vigente por siglos sonando con fuerza y a pesar que vivimos hoy en un mundo colmado y saturado de información, la ceguera, de la que les hablo, no es por falta de datos, sino de verdadera conciencia. Así como este autor nos invita y desafía a través de su obra a abrir nuestros ojos, así hoy yo los invito y desafío, de igual forma, a abrir los ojos del alma y de la ética para así tal vez, tropezar menos en nuestro constante andar, colmado de hipocresías en todas las esferas que componen nuestro mundo social.

A muchos, quizás, les aburre la vida, pero hay otros a los que le encanta aburrir las de los demás, permitiendo que una de las epidemias, como es la de este tipo de ceguera no se trate profilácticamente sino por el contrario, hasta escondiendo las posibles vacunas para no caer en ella cuando andamos en los caminos que escogemos para bien; pues hasta eso, ponemos obstáculos en el paso de los demás para que tropiecen y alertamos con hipocresía a la vera del camino para distraer al caminante y que éste tropiece y se una finalmente al grupo de ciegos que conforma una sociedad egoísta y apática consigo misma.

Y aunque el significado de la frase sea que resulta inútil convencer a alguien de que vea lo que no quiere ver, creo que tenemos el compromiso social, como lo decía de intentar al menos abrir un poco los ojos del alma y los de la conciencia, porque podríamos de igual forma terminar contagiados de otras dos epidemias que son: “No hay peor sordo que el que no quiere oír” y “No hay peor desentendido que el que no quiere entender”. La realidad, mis queridos lectores, está enfrente de nosotros y debemos afrontarla con los ojos abiertos.

Por: Jairo Mejía.

Columnista
23 abril, 2025

No hay peor ciego que aquel que no quiere ver

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Jairo Mejía Cuello

Sin duda alguna, las expresiones populares han sido pilares fundamentales en nuestra forma de comunicarnos a través de los siglos.


Sin duda alguna, las expresiones populares han sido pilares fundamentales en nuestra forma de comunicarnos a través de los siglos. Y una de esas expresiones a las que quiero hacer alusión hoy es “No hay peor ciego que aquel que no quiere ver”, empleada para señalar a aquellas personas que por diferentes motivos, ya sea por orgullo, negación o terquedad simplemente deciden ignorar y desconocer la realidad que los rodea, a pesar de tener tan claros los hechos que suceden delante de ellos, eligiendo no aceptarlos.

Algunos pueden atribuir tal comportamiento para referirse a la ignorancia voluntaria y aceptada, que muchas veces obstaculiza su propio crecimiento personal y una excusa para evadir e intentar dar solución a los problemas que están afuera. Esta frase con raíces antiguas ha trascendido fronteras adoptándose en diferentes idiomas y enquistándose en diversas culturas, de igual forma. Y aunque la frase varíe un poco en su forma, su significado siempre será el mismo: la dificultad de aceptar verdades incómodas. 

El escritor portugués, Nobel de Literatura, José Saramago, escribió un “Ensayo sobre la ceguera”, una novela alegórica que plantea una epidemia inexplicable de una ceguera blanca que se expande por toda la sociedad, revelando lo peor y lo más profundo del ser humano, expresándonos el núcleo filosófico de la frase: que la ceguera no es física, sino moral, ética y social. Nos advierte además, que vemos sin mirar, que existimos sin conciencia; que podemos tener una visión y, aun así, no vemos nada esencial. Nos enfrenta al concepto de una ceguera  que es la del egoísmo, la de la indiferencia, la de la la falta de empatía. 

Nos hace reflexionar además sobre la forma en que vivimos, en un mundo donde se ha dejado de ver rodeado de injusticias ignoradas, de sufrimientos normalizados y aceptados, de otras vidas ajenas que ya no nos importan.

Este libro, mis queridos lectores, es apasionante por la forma en que nos aborda a profundidad nuestra conciencia social, criticando la insensibilidad colectiva, retratando a una sociedad que camina a tientas, tropezando constantemente, no porque no pueda ver, sino porque ha renunciado a hacerlo. Hemos dejado de mirar desde hace mucho tiempo, por no decir siempre, con responsabilidad. No queremos ver a los otros, no queremos ver el dolor, mucho menos queremos ver la verdad y, por eso, cerramos los ojos, haciéndonos ciegos aunque el sol hiera nuestras pupilas sin contemplación y, entonces, caemos y caemos porque, como tontos a ciegas, preferimos -como ya dije- tropezar a conciencia.

Esta frase jamás pasará de moda, una metáfora que seguirá brutalmente vigente por siglos sonando con fuerza y a pesar que vivimos hoy en un mundo colmado y saturado de información, la ceguera, de la que les hablo, no es por falta de datos, sino de verdadera conciencia. Así como este autor nos invita y desafía a través de su obra a abrir nuestros ojos, así hoy yo los invito y desafío, de igual forma, a abrir los ojos del alma y de la ética para así tal vez, tropezar menos en nuestro constante andar, colmado de hipocresías en todas las esferas que componen nuestro mundo social.

A muchos, quizás, les aburre la vida, pero hay otros a los que le encanta aburrir las de los demás, permitiendo que una de las epidemias, como es la de este tipo de ceguera no se trate profilácticamente sino por el contrario, hasta escondiendo las posibles vacunas para no caer en ella cuando andamos en los caminos que escogemos para bien; pues hasta eso, ponemos obstáculos en el paso de los demás para que tropiecen y alertamos con hipocresía a la vera del camino para distraer al caminante y que éste tropiece y se una finalmente al grupo de ciegos que conforma una sociedad egoísta y apática consigo misma.

Y aunque el significado de la frase sea que resulta inútil convencer a alguien de que vea lo que no quiere ver, creo que tenemos el compromiso social, como lo decía de intentar al menos abrir un poco los ojos del alma y los de la conciencia, porque podríamos de igual forma terminar contagiados de otras dos epidemias que son: “No hay peor sordo que el que no quiere oír” y “No hay peor desentendido que el que no quiere entender”. La realidad, mis queridos lectores, está enfrente de nosotros y debemos afrontarla con los ojos abiertos.

Por: Jairo Mejía.