En el periódico El Diario Vallenato, ella fue el ángel guardián de su hija Lolita, era secretaria, reportera, tesorera y la mano derecha de su hija y de paso administraba la empresa
En esta sexta entrega de informes sobre las mujeres que han sido importantes en la historia y desarrollo cultural de Valledupar reseñamos hoy a las distinguidas damas Sara Maestre de Acosta, Crisanta Colina y Francisca Acosta.
SARA MAESTRE DE ACOSTA
Hija de Dolores Acosta y de Marcelo Maestre Maestre; mujer distinguida por su belleza, en cuyos ojos se incrustaron 2 pedazos de cielo, pero también por su carisma, por sus innumerables virtudes.
Fue cofundadora del barrio Novalito, ya que fue de las primeras adjudicatarias de su casa, situada en la plaza de este barrio, de manos del alcalde de ese entonces, Jorge Dangond, en el año de 1957.
En esta plaza lo que había, hace 30 años, era una pequeña parcela atendida por el señor Ignacio Diaz Altamiranda a quien llamaban cariñosamente ‘Nacho’, con su compañera llamada Esperanza; allí ellos sembraban cultivos de Pancoger y ofrecían pastaje a Burros y a caballos, por el centro corría una acequia de aguas cristalinas, había frutales, flores y animales caseros; al iniciarse el barrio, esta parcela fue transformada en una plaza limpia, donde ubicaron columpios de muchas clases, resbaladeros, subibaja, etc.., de tal manera que el pobre ‘Nacho’ quedó sin oficio y sin percibir lo del pastaje; es aquí donde uno admira los valores espirituales de ‘Sarita’ Maestre, ya que ella le dió el permiso para que sembrara en el patio grande de su casa y de las otras casas vecinas, para que así él pudiera tener su sustento.
Ella iba todas las mañanas a su casita de bahareque y palma donde él seguía viviendo, allí le brindaban tinto en una totumita y programaban qué clase de plantas iban a sembrar en el periodo de la tarde, cuando ella regresara de su trabajo.
Este acto de ‘Sarita’ le prolongó la vida al pobre ‘Nacho’, ya que así lo sacó de la depresión.
Sus actuaciones eran las de una psicóloga, la de una socióloga, a pesar de que no tenía estos títulos; ella tenía un ojo clínico para entender al otro, para meterse en sus zapatos, sabía escuchar y para cada problema tenía una solución.
Cuando trabajó en la alcaldía, su trabajo era tan meritorio, que el alcalde no sabía dónde ubicarla, pues era muy eficaz y versátil y brillaba donde la pusieran.
En el periódico El Diario Vallenato, ella fue el ángel guardián de su hija ‘Lolita’, era secretaria, reportera, tesorera y la mano derecha de su hija y de paso administraba la empresa.
Como madre es inigualable, ya que educó sola, a todos sus hijos, entre ellos un sacerdote, un médico, un deportista, un ingeniero y la magnánima periodista ‘Lolita’ Acosta, quienes se han dedicado de manera brillante al servicio de la comunidad.
En su vida ocupó los siguientes cargos, liquidadora de impuesto predial, contadora de la empresa municipal de servicios públicos, pagadora del fondo rotatorio del ejército, secretaria del Concejo Municipal, supervisora de hogares infantiles y pagadora en el Bienestar Familiar, cajera en La Caja Agraria y por último administradora de El Diario Vallenato.
Cuando trabajaba en la alcaldía en la sección de catastro, en la liquidación de impuesto predial, las operaciones las ejecutaba mental y manualmente, pues no existían todavía los computadores y las calculadoras.
Sus estudios fueron, bachiller comercial de la escuela Magdalena, de Santa Marta y estudió auxiliar de contaduría y relaciones humanas en el S.E.N.A.
CRISANTA COLINA
Mujer humilde, hija natural del protomédico, Tomás Pavajeau y doña Trinidad Colina; su padre atendió la salud del libertador Simón Bolívar al final de su vida, su madre doña Trinidad Colina; fue hermana del humanista médico Juan Bautista Pavajeau. Esta dama fue casada con el general Sabas Socarrás y fecundó en sus entrañas al eminente abogado, médico, investigador psiquiatra, psicoanalista, literato, historiador y escritor, doctor José Francisco Socarrás, fundador de la ciencia psicoanalítica en Colombia, fundador de la primera escuela Normal para formar pedagogos en Bogotá; escritor de cuentos en el libro Vientos de Trópico, escribió también, sobre la historia de Valledupar y la genealogía de algunos apellidos como el Pavajeau al cual estaba ligado, ya que era nieto del protomédico Tomas Pavajeau. Escribió muchas obras sobre la ciencia del psicoanálisis y de la psiquiatría.
Con su profesión de psicoanalista, humanizó el trato que se le daba a los enfermos mentales, antes de existir el psicoanálisis; ya que a estas personas que padecían psicopatías les colocaban camisas de fuerza para controlarles su agresividad e inmovilizarlos o les introducían las manos y hasta los pies dentro de un artefacto llamado Cepo.
Con la aparición de la psiquiatría ya el paciente se tranquiliza por medio de drogas y su psicopatía es curada o disminuida con el tratamiento psicoanalítico por medio de psicoterapias ya colectivas e individuales
FRANCISCA ACOSTA
En tiempos remotos, la dama que cumplía 20 años y no se había casado, ya se consideraba quedada, por esto, las mujeres se casaban muy jóvenes, para no quedarse vistiendo santos.
Pero estamos frente a una nueva matriarca en el aspecto del amor: don Camilo Molina, fundador del primer teatro de la ciudad, quedó viudo de su esposa Victoria Maestre; desconsolado se fue con sus hijos a vivir a la población de Patillal, ya con 85 años cumplidos, sintiéndose solo, encuentra una nueva ilusión a pesar de su ancianidad, al conocer a la dama Francisca Acosta, quien contaba con 80 primaveras; los dos se conocen, cruzan sus miradas y sus almas se atraen, por lo cual deciden, contraer matrimonio; ese día la iglesia estaba inmaculada, llena de flores campestres, que todos los vecinos del pueblo patillalero habían reunido para decorar el altar, tocó la música de viento que en ese entonces había sido contratada en el pueblo y fueron felices, cuentan los que los conocieron que los veían agarrados de la mano todo el día como dos palomitos.
Era una nueva clase de amor, el amor de los mayores, que es un amor tranquilo, sereno, apacible, sin pasiones, de ayuda mutua, de comprensión, de ternura, de tolerancia, distinto pero no contradictorio al amor de la juventud, estamos ante la presencia de una nueva forma de amar.
Es saludable recordar que don Camilo Molina fue padre del genial pintor, dibujante, declamador, poeta, bohemio y caricaturista Jaime Molina Maestre.
POR RUTH ARIZA/ ESPECIAL PARA EL PILÓN
En el periódico El Diario Vallenato, ella fue el ángel guardián de su hija Lolita, era secretaria, reportera, tesorera y la mano derecha de su hija y de paso administraba la empresa
En esta sexta entrega de informes sobre las mujeres que han sido importantes en la historia y desarrollo cultural de Valledupar reseñamos hoy a las distinguidas damas Sara Maestre de Acosta, Crisanta Colina y Francisca Acosta.
SARA MAESTRE DE ACOSTA
Hija de Dolores Acosta y de Marcelo Maestre Maestre; mujer distinguida por su belleza, en cuyos ojos se incrustaron 2 pedazos de cielo, pero también por su carisma, por sus innumerables virtudes.
Fue cofundadora del barrio Novalito, ya que fue de las primeras adjudicatarias de su casa, situada en la plaza de este barrio, de manos del alcalde de ese entonces, Jorge Dangond, en el año de 1957.
En esta plaza lo que había, hace 30 años, era una pequeña parcela atendida por el señor Ignacio Diaz Altamiranda a quien llamaban cariñosamente ‘Nacho’, con su compañera llamada Esperanza; allí ellos sembraban cultivos de Pancoger y ofrecían pastaje a Burros y a caballos, por el centro corría una acequia de aguas cristalinas, había frutales, flores y animales caseros; al iniciarse el barrio, esta parcela fue transformada en una plaza limpia, donde ubicaron columpios de muchas clases, resbaladeros, subibaja, etc.., de tal manera que el pobre ‘Nacho’ quedó sin oficio y sin percibir lo del pastaje; es aquí donde uno admira los valores espirituales de ‘Sarita’ Maestre, ya que ella le dió el permiso para que sembrara en el patio grande de su casa y de las otras casas vecinas, para que así él pudiera tener su sustento.
Ella iba todas las mañanas a su casita de bahareque y palma donde él seguía viviendo, allí le brindaban tinto en una totumita y programaban qué clase de plantas iban a sembrar en el periodo de la tarde, cuando ella regresara de su trabajo.
Este acto de ‘Sarita’ le prolongó la vida al pobre ‘Nacho’, ya que así lo sacó de la depresión.
Sus actuaciones eran las de una psicóloga, la de una socióloga, a pesar de que no tenía estos títulos; ella tenía un ojo clínico para entender al otro, para meterse en sus zapatos, sabía escuchar y para cada problema tenía una solución.
Cuando trabajó en la alcaldía, su trabajo era tan meritorio, que el alcalde no sabía dónde ubicarla, pues era muy eficaz y versátil y brillaba donde la pusieran.
En el periódico El Diario Vallenato, ella fue el ángel guardián de su hija ‘Lolita’, era secretaria, reportera, tesorera y la mano derecha de su hija y de paso administraba la empresa.
Como madre es inigualable, ya que educó sola, a todos sus hijos, entre ellos un sacerdote, un médico, un deportista, un ingeniero y la magnánima periodista ‘Lolita’ Acosta, quienes se han dedicado de manera brillante al servicio de la comunidad.
En su vida ocupó los siguientes cargos, liquidadora de impuesto predial, contadora de la empresa municipal de servicios públicos, pagadora del fondo rotatorio del ejército, secretaria del Concejo Municipal, supervisora de hogares infantiles y pagadora en el Bienestar Familiar, cajera en La Caja Agraria y por último administradora de El Diario Vallenato.
Cuando trabajaba en la alcaldía en la sección de catastro, en la liquidación de impuesto predial, las operaciones las ejecutaba mental y manualmente, pues no existían todavía los computadores y las calculadoras.
Sus estudios fueron, bachiller comercial de la escuela Magdalena, de Santa Marta y estudió auxiliar de contaduría y relaciones humanas en el S.E.N.A.
CRISANTA COLINA
Mujer humilde, hija natural del protomédico, Tomás Pavajeau y doña Trinidad Colina; su padre atendió la salud del libertador Simón Bolívar al final de su vida, su madre doña Trinidad Colina; fue hermana del humanista médico Juan Bautista Pavajeau. Esta dama fue casada con el general Sabas Socarrás y fecundó en sus entrañas al eminente abogado, médico, investigador psiquiatra, psicoanalista, literato, historiador y escritor, doctor José Francisco Socarrás, fundador de la ciencia psicoanalítica en Colombia, fundador de la primera escuela Normal para formar pedagogos en Bogotá; escritor de cuentos en el libro Vientos de Trópico, escribió también, sobre la historia de Valledupar y la genealogía de algunos apellidos como el Pavajeau al cual estaba ligado, ya que era nieto del protomédico Tomas Pavajeau. Escribió muchas obras sobre la ciencia del psicoanálisis y de la psiquiatría.
Con su profesión de psicoanalista, humanizó el trato que se le daba a los enfermos mentales, antes de existir el psicoanálisis; ya que a estas personas que padecían psicopatías les colocaban camisas de fuerza para controlarles su agresividad e inmovilizarlos o les introducían las manos y hasta los pies dentro de un artefacto llamado Cepo.
Con la aparición de la psiquiatría ya el paciente se tranquiliza por medio de drogas y su psicopatía es curada o disminuida con el tratamiento psicoanalítico por medio de psicoterapias ya colectivas e individuales
FRANCISCA ACOSTA
En tiempos remotos, la dama que cumplía 20 años y no se había casado, ya se consideraba quedada, por esto, las mujeres se casaban muy jóvenes, para no quedarse vistiendo santos.
Pero estamos frente a una nueva matriarca en el aspecto del amor: don Camilo Molina, fundador del primer teatro de la ciudad, quedó viudo de su esposa Victoria Maestre; desconsolado se fue con sus hijos a vivir a la población de Patillal, ya con 85 años cumplidos, sintiéndose solo, encuentra una nueva ilusión a pesar de su ancianidad, al conocer a la dama Francisca Acosta, quien contaba con 80 primaveras; los dos se conocen, cruzan sus miradas y sus almas se atraen, por lo cual deciden, contraer matrimonio; ese día la iglesia estaba inmaculada, llena de flores campestres, que todos los vecinos del pueblo patillalero habían reunido para decorar el altar, tocó la música de viento que en ese entonces había sido contratada en el pueblo y fueron felices, cuentan los que los conocieron que los veían agarrados de la mano todo el día como dos palomitos.
Era una nueva clase de amor, el amor de los mayores, que es un amor tranquilo, sereno, apacible, sin pasiones, de ayuda mutua, de comprensión, de ternura, de tolerancia, distinto pero no contradictorio al amor de la juventud, estamos ante la presencia de una nueva forma de amar.
Es saludable recordar que don Camilo Molina fue padre del genial pintor, dibujante, declamador, poeta, bohemio y caricaturista Jaime Molina Maestre.
POR RUTH ARIZA/ ESPECIAL PARA EL PILÓN