Por Jarol Ferreira Acosta Ser apolítico en nuestras latitudes es ser una mosca flotando en el inmenso mar de leche de la actualidad. Una mosca ingenua que voló intentando cruzar un gran charco salado, cayó exhausta sobre las ondas blancas del oleajelácteo de la política regional y sucumbió ahogada, dejando como evidencia su cuerpo oscuro […]
Por Jarol Ferreira Acosta
Ser apolítico en nuestras latitudes es ser una mosca flotando en el inmenso mar de leche de la actualidad. Una mosca ingenua que voló intentando cruzar un gran charco salado, cayó exhausta sobre las ondas blancas del oleajelácteo de la política regional y sucumbió ahogada, dejando como evidencia su cuerpo oscuro flotando a la deriva en medio de una superficie inmaculada que sirve de fachada a las profundidades de un mar abisal de criaturas solo posibles en el universo abisopelágico del poder.
Es encarnar toda la impotencia que se puede sentir ante un sistema, es luchar una batalla perdida de antemano, es estar entre el machete y el barranco, es tener que justificar que amigos se vinculen al juego macabro por necesidad de sobrevivencia. Es plantearse la posibilidad de participar y arrepentirse sabiamente, mucho antes de empezar. Es levantarse y acostarse oyendo los vallenatos más sonados convertidos en propaganda de contenido difuso;es saber que ninguno de los participantes de la farsa se traga el cuento que pretende hacer creer sino que maquinan la manera de exprimirle al río revuelto de las campañas proselitistas esos dineros de diversas procedencias invertidos con la ilusión de ser posteriormente multiplicados para el representante y los obreros, que deben trabajar arduas jornadas de sonrisas impostadas bajo el sol.
Es claudicar a la esperanza de un trabajo estatal por falta de la palanca que se necesitaría para postularse con posibilidades a la obtención del empleo, es tratar de no vender el alma en época de promoción de almas al mejor postor: compre una conciencia y lleve adicional la de los familiares y lacayos del individuo. Es tener que vivirentre la contaminación visual de afiches y vallas, soportando las caras de crema dental barata de los candidatos, sus facciones desagradables por naturaleza ahora empeoradas al intentar ser mejoradas con softwarespiratas: sus arrugas borradas, su piel de Maizena, sus pelos pintados, sus torsos de barrigas hundidas y miradas fingiendosimpatía peor que el peor actor para cuanto incauto caiga en su artificio de planta carnívora.Es saber que esta época es mejor pasarla con gafas de sol y audífonos, eludiendo comandos y discursos emitidos con tufo y fondo de reguetón y vallenato, siendo una mosca a punto de sucumbir en medio de un gran plato de leche podrida.
Por Jarol Ferreira Acosta Ser apolítico en nuestras latitudes es ser una mosca flotando en el inmenso mar de leche de la actualidad. Una mosca ingenua que voló intentando cruzar un gran charco salado, cayó exhausta sobre las ondas blancas del oleajelácteo de la política regional y sucumbió ahogada, dejando como evidencia su cuerpo oscuro […]
Por Jarol Ferreira Acosta
Ser apolítico en nuestras latitudes es ser una mosca flotando en el inmenso mar de leche de la actualidad. Una mosca ingenua que voló intentando cruzar un gran charco salado, cayó exhausta sobre las ondas blancas del oleajelácteo de la política regional y sucumbió ahogada, dejando como evidencia su cuerpo oscuro flotando a la deriva en medio de una superficie inmaculada que sirve de fachada a las profundidades de un mar abisal de criaturas solo posibles en el universo abisopelágico del poder.
Es encarnar toda la impotencia que se puede sentir ante un sistema, es luchar una batalla perdida de antemano, es estar entre el machete y el barranco, es tener que justificar que amigos se vinculen al juego macabro por necesidad de sobrevivencia. Es plantearse la posibilidad de participar y arrepentirse sabiamente, mucho antes de empezar. Es levantarse y acostarse oyendo los vallenatos más sonados convertidos en propaganda de contenido difuso;es saber que ninguno de los participantes de la farsa se traga el cuento que pretende hacer creer sino que maquinan la manera de exprimirle al río revuelto de las campañas proselitistas esos dineros de diversas procedencias invertidos con la ilusión de ser posteriormente multiplicados para el representante y los obreros, que deben trabajar arduas jornadas de sonrisas impostadas bajo el sol.
Es claudicar a la esperanza de un trabajo estatal por falta de la palanca que se necesitaría para postularse con posibilidades a la obtención del empleo, es tratar de no vender el alma en época de promoción de almas al mejor postor: compre una conciencia y lleve adicional la de los familiares y lacayos del individuo. Es tener que vivirentre la contaminación visual de afiches y vallas, soportando las caras de crema dental barata de los candidatos, sus facciones desagradables por naturaleza ahora empeoradas al intentar ser mejoradas con softwarespiratas: sus arrugas borradas, su piel de Maizena, sus pelos pintados, sus torsos de barrigas hundidas y miradas fingiendosimpatía peor que el peor actor para cuanto incauto caiga en su artificio de planta carnívora.Es saber que esta época es mejor pasarla con gafas de sol y audífonos, eludiendo comandos y discursos emitidos con tufo y fondo de reguetón y vallenato, siendo una mosca a punto de sucumbir en medio de un gran plato de leche podrida.