Estamos ante uno de los momentos más trascendentales para el pueblo de Israel: la entrada a la tierra prometida. El grupo que acompañaba a Josué no era el mismo que había desafiado a Moisés durante cuarenta años en el desierto. Este nuevo pueblo había aprendido, quizá a través de duras lecciones, el valor de la obediencia a los mandatos del Señor.
“Y cuando las plantas de los pies de los sacerdotes que llevan el Arca se mojen en las aguas del Jordán, las aguas que vienen de arriba se detendrán, formando un muro” (Josué 3:13)
Estamos ante uno de los momentos más trascendentales para el pueblo de Israel: la entrada a la tierra prometida. El grupo que acompañaba a Josué no era el mismo que había desafiado a Moisés durante cuarenta años en el desierto. Este nuevo pueblo había aprendido, quizá a través de duras lecciones, el valor de la obediencia a los mandatos del Señor.
Sin embargo, lo que tenían frente a ellos no dejaba de ser un gran desafío, lleno de riesgos, como ocurre hoy con cualquier aventura de fe. Las instrucciones eran claras: los sacerdotes debían tomar el Arca y cruzar el río. Josué les había asegurado que el río se abriría, permitiendo que todo el pueblo pasara en seco. Pero antes de que ocurriera el milagro, los sacerdotes debían mojarse los pies en las aguas.
Queridos amigos, imaginemos este instante crucial: el agua rozando los tobillos de los sacerdotes. Es el momento justo antes de la intervención divina, ese instante en el que somos más vulnerables a abandonar lo que hemos comenzado. Las dudas y el temor invaden nuestro corazón. Dios ha prometido abrir las aguas, pero ya estamos dentro del río, y no ha sucedido nada aún. ¿Habríamos entendido bien la voluntad de Dios? ¿Podemos recordar otras experiencias similares que fortalezcan nuestra fe? De los presentes, solo Josué y Caleb habían presenciado cómo Dios abrió el Mar Rojo para que el pueblo pasara.
Nos llena de alegría pensar en el final de la historia, cuando el pueblo ya ha cruzado el río. Queremos oír el testimonio de ese milagro. Incluso deseamos ser contados entre aquellos que celebran la intervención de Dios. Sin embargo, pocos están dispuestos a arriesgarse y “mojarse los pies” cuando los proyectos que Dios ha puesto en nuestros corazones implican un alto riesgo. Esta es, sin duda, la etapa más incómoda.
Es fácil sentir miedo a hacer el ridículo frente a los demás. Pero aquí es donde la diferencia entre un verdadero líder comprometido y los demás se hace evidente. Debemos avanzar con valentía en todo aquello que Dios nos ha mandado hacer, ignorando las voces llenas de temor que intentan detenernos.
Hoy los animo a poner su confianza en Dios y a ser contados entre los que celebran la victoria al otro lado del río. Recordemos que la valentía no es la ausencia de miedo, sino la confianza en la persona correcta: ¡Jesús de Nazaret!
Mis oraciones están con ustedes. ¡Un fuerte abrazo!
Estamos ante uno de los momentos más trascendentales para el pueblo de Israel: la entrada a la tierra prometida. El grupo que acompañaba a Josué no era el mismo que había desafiado a Moisés durante cuarenta años en el desierto. Este nuevo pueblo había aprendido, quizá a través de duras lecciones, el valor de la obediencia a los mandatos del Señor.
“Y cuando las plantas de los pies de los sacerdotes que llevan el Arca se mojen en las aguas del Jordán, las aguas que vienen de arriba se detendrán, formando un muro” (Josué 3:13)
Estamos ante uno de los momentos más trascendentales para el pueblo de Israel: la entrada a la tierra prometida. El grupo que acompañaba a Josué no era el mismo que había desafiado a Moisés durante cuarenta años en el desierto. Este nuevo pueblo había aprendido, quizá a través de duras lecciones, el valor de la obediencia a los mandatos del Señor.
Sin embargo, lo que tenían frente a ellos no dejaba de ser un gran desafío, lleno de riesgos, como ocurre hoy con cualquier aventura de fe. Las instrucciones eran claras: los sacerdotes debían tomar el Arca y cruzar el río. Josué les había asegurado que el río se abriría, permitiendo que todo el pueblo pasara en seco. Pero antes de que ocurriera el milagro, los sacerdotes debían mojarse los pies en las aguas.
Queridos amigos, imaginemos este instante crucial: el agua rozando los tobillos de los sacerdotes. Es el momento justo antes de la intervención divina, ese instante en el que somos más vulnerables a abandonar lo que hemos comenzado. Las dudas y el temor invaden nuestro corazón. Dios ha prometido abrir las aguas, pero ya estamos dentro del río, y no ha sucedido nada aún. ¿Habríamos entendido bien la voluntad de Dios? ¿Podemos recordar otras experiencias similares que fortalezcan nuestra fe? De los presentes, solo Josué y Caleb habían presenciado cómo Dios abrió el Mar Rojo para que el pueblo pasara.
Nos llena de alegría pensar en el final de la historia, cuando el pueblo ya ha cruzado el río. Queremos oír el testimonio de ese milagro. Incluso deseamos ser contados entre aquellos que celebran la intervención de Dios. Sin embargo, pocos están dispuestos a arriesgarse y “mojarse los pies” cuando los proyectos que Dios ha puesto en nuestros corazones implican un alto riesgo. Esta es, sin duda, la etapa más incómoda.
Es fácil sentir miedo a hacer el ridículo frente a los demás. Pero aquí es donde la diferencia entre un verdadero líder comprometido y los demás se hace evidente. Debemos avanzar con valentía en todo aquello que Dios nos ha mandado hacer, ignorando las voces llenas de temor que intentan detenernos.
Hoy los animo a poner su confianza en Dios y a ser contados entre los que celebran la victoria al otro lado del río. Recordemos que la valentía no es la ausencia de miedo, sino la confianza en la persona correcta: ¡Jesús de Nazaret!
Mis oraciones están con ustedes. ¡Un fuerte abrazo!