Cuando ahora no corren notas de acordeón, sino ríos de tristeza y añoranzas, se pone de presente al acordeonero que tenía la particularidad de sentar cátedra cuando una voz lo llamaba a prestar el servicio musical.
Desde muy niño Miguel Antonio López Gutiérrez se puso un acordeón al pecho comenzando a sacarle notas, especialmente a darle armonía a los bajos. Con el tiempo nació la memorable frase: “Oye los bajos de Miguel López”, animación de Jorge Oñate en la canción ‘No te vayas’ de la autoría de Julio Oñate Martínez, corte ocho, del disco ‘El cantor de Fonseca’, año 1973.
Él hablaba poco, más sonreía y, en aquella ocasión de la visita a su casa en La Paz, Cesar, aseveró: “Yo comencé a tocar acordeón a los 10 años. Un día amanecí con ganas de agarrar el acordeón porque en la casa lo tocaba era mi hermano Pablo. Yo tocaba la caja, pero ese día cambiamos, y así nos quedamos para siempre. Vea que a ambos nos sirvió”.
Efectivamente, Miguel tocando su acordeón se coronó Rey Vallenato en 1972, y Pablo, rey de los cajeros, hasta con una canción que le dedicó el cantautor Ivo Díaz, ganadora en el Festival de la Leyenda Vallenata en el año 2017.
Continuó con su relato: “A mi mamá Agustina Gutiérrez Zequeira, cuando me vio tocar le gustó y enseguida me apoyó, y mi papá Pablo Rafael López, ni se diga. Mis padres hicieron posible que nos enamoráramos de la música vallenata. Esa fue la mejor herencia que nos dejaron donde incluyo a mi abuelo Juan Bautista ‘Juancito’ López”.
Estando conectado al recuerdo anotó: “La casa de mis padres fue el templo del vallenato en toda la región, porque por allá pasaron personajes de la vida nacional; incluso, Gabriel García Márquez contó varias anécdotas que le han dado la vuelta al mundo”.
“Migue”, como lo llamaban por cariño, el padre de 12 hijos estando metido en el campo familiar, destacó las satisfacciones que le ha dado su hijo Álvaro, quien se coronó Rey de Reyes del Festival de la Leyenda Vallenata. “Álvaro es un maestro. Me alegra que siguiera la línea nuestra y entregara ese gran triunfo, que engrandece a la dinastía López”.
Después, el maestro pasó a hablar de su hijo Román, quien también toca acordeón. “Él grabó un buen disco con Silvestre Dangond, pero se enfermó. Se estaba poniendo flaco y decidió alejarse de la música. Es un acordeonero bueno y aspiro a que se corone Rey Vallenato. Ojalá, sea antes de que Dios me llame”.
Ese día la sonrisa se le escapó de sus labios, la tristeza entró en su cuerpo, y con sus dos manos se tapó los ojos tratando de que sus lágrimas no aparecieran, pero no pudo evitarlo. El hombre bueno y noble, el genial acordeonero, cayó en la trampa de la nostalgia.
Tras un momento de silencio retomó el hilo de la conversación y entró a contar cómo pasaba sus días después de haberse retirado de la música. “Vivo entre la casa y la finca de nombre ‘La Providencia’, o como algunos la llaman, ‘El Descanso’, a 20 minutos de La Paz. Siempre me gustó la agricultura y allá me siento feliz, rodeado de la naturaleza y de ratos de tranquilidad. Puedo decir que he tenido una vida grata. También, gracias a Dios se ha reconocido mi aporte y la de mi dinastía a la música vallenata”.
Cuando ahora no corren notas de acordeón, sino ríos de tristeza y añoranzas, se pone de presente al acordeonero que tenía la particularidad de sentar cátedra cuando una voz lo llamaba a prestar el servicio musical, caso Jorge Oñate, Fredy Peralta, Gustavo Bula, Carlos Lleras Araújo, José Alfredo Álvarez ‘Pitacoco’, Santander y Estela Durán Escalona, entre otros.
Miguel López quedó inscrito en las páginas del folclor vallenato donde hizo memorables registros de los bajos de su acordeón y dejó una considerable cantidad de clásicos vallenatos compensados en nueve discos (107 canciones) al lado de Jorge Oñate, ‘El Jilguero de América’.
Además, contó sobre las canciones que más le gustaban. ‘Mi gran amigo’, ‘Jardín de Fundación’ y ‘Dina López’ de la autoría de Camilo Namén, Luis Enrique Martínez y Vicente ‘Chente’ Munive, respectivamente, que hoy resuenan más que nunca.
Precisamente expresó que la canción ‘Dina López’ le gustaba porque el compositor lo había nombrado y por ser en aire de merengue. “Y a Migue lo voy a llevá con su acordeón, a darle una serenata a media noche”. Esta canción fue dedicada a una dama importante de La Paz, Cesar.
En medio de la tormenta de tristeza quedan las palabras de su hijo Álvaro López Carrillo, quien siguió al pie de la letra sus enseñanzas musicales hasta llegar a coronarse Rey de Reyes del Festival de la Leyenda Vallenata. “De mi padre valoré su humildad, su sencillez y talento, heredando la vocación de la música. Pude darle grandes satisfacciones y ahora me queda la responsabilidad de perpetuar su legado que es inmenso. Gracias papá por todo”.
Con el sentimiento lleno de lágrimas se vuelve a repetir aquel verso pegado al corazón del universo vallenato. “Tan bueno y tan noble como era mi padre y la muerte infame me lo arrebató. Eso son los dolores y las penas tan grandes que a sufrir en la vida le pone a uno Dios…”.
Miguel López en los últimos años poco tocaba su acordeón, tiraba unos “mochitos” de vez en cuando, pero eso sí, leía la Biblia. Así lo señaló: “Todas las noches antes de acostarme leo la Biblia y le pido a Dios por todos, porque sin Dios no hay nada, sin Dios es como tener el acordeón cerrado”.
Se cerró el acordeón del Quinto Rey Vallenato, pero quedó escrita su historia teniendo la trascendencia de la nota auténtica y porque supo ponerle oficio a los bajos.
Por Juan Rincón Vanegas
@juanrinconv
Cuando ahora no corren notas de acordeón, sino ríos de tristeza y añoranzas, se pone de presente al acordeonero que tenía la particularidad de sentar cátedra cuando una voz lo llamaba a prestar el servicio musical.
Desde muy niño Miguel Antonio López Gutiérrez se puso un acordeón al pecho comenzando a sacarle notas, especialmente a darle armonía a los bajos. Con el tiempo nació la memorable frase: “Oye los bajos de Miguel López”, animación de Jorge Oñate en la canción ‘No te vayas’ de la autoría de Julio Oñate Martínez, corte ocho, del disco ‘El cantor de Fonseca’, año 1973.
Él hablaba poco, más sonreía y, en aquella ocasión de la visita a su casa en La Paz, Cesar, aseveró: “Yo comencé a tocar acordeón a los 10 años. Un día amanecí con ganas de agarrar el acordeón porque en la casa lo tocaba era mi hermano Pablo. Yo tocaba la caja, pero ese día cambiamos, y así nos quedamos para siempre. Vea que a ambos nos sirvió”.
Efectivamente, Miguel tocando su acordeón se coronó Rey Vallenato en 1972, y Pablo, rey de los cajeros, hasta con una canción que le dedicó el cantautor Ivo Díaz, ganadora en el Festival de la Leyenda Vallenata en el año 2017.
Continuó con su relato: “A mi mamá Agustina Gutiérrez Zequeira, cuando me vio tocar le gustó y enseguida me apoyó, y mi papá Pablo Rafael López, ni se diga. Mis padres hicieron posible que nos enamoráramos de la música vallenata. Esa fue la mejor herencia que nos dejaron donde incluyo a mi abuelo Juan Bautista ‘Juancito’ López”.
Estando conectado al recuerdo anotó: “La casa de mis padres fue el templo del vallenato en toda la región, porque por allá pasaron personajes de la vida nacional; incluso, Gabriel García Márquez contó varias anécdotas que le han dado la vuelta al mundo”.
“Migue”, como lo llamaban por cariño, el padre de 12 hijos estando metido en el campo familiar, destacó las satisfacciones que le ha dado su hijo Álvaro, quien se coronó Rey de Reyes del Festival de la Leyenda Vallenata. “Álvaro es un maestro. Me alegra que siguiera la línea nuestra y entregara ese gran triunfo, que engrandece a la dinastía López”.
Después, el maestro pasó a hablar de su hijo Román, quien también toca acordeón. “Él grabó un buen disco con Silvestre Dangond, pero se enfermó. Se estaba poniendo flaco y decidió alejarse de la música. Es un acordeonero bueno y aspiro a que se corone Rey Vallenato. Ojalá, sea antes de que Dios me llame”.
Ese día la sonrisa se le escapó de sus labios, la tristeza entró en su cuerpo, y con sus dos manos se tapó los ojos tratando de que sus lágrimas no aparecieran, pero no pudo evitarlo. El hombre bueno y noble, el genial acordeonero, cayó en la trampa de la nostalgia.
Tras un momento de silencio retomó el hilo de la conversación y entró a contar cómo pasaba sus días después de haberse retirado de la música. “Vivo entre la casa y la finca de nombre ‘La Providencia’, o como algunos la llaman, ‘El Descanso’, a 20 minutos de La Paz. Siempre me gustó la agricultura y allá me siento feliz, rodeado de la naturaleza y de ratos de tranquilidad. Puedo decir que he tenido una vida grata. También, gracias a Dios se ha reconocido mi aporte y la de mi dinastía a la música vallenata”.
Cuando ahora no corren notas de acordeón, sino ríos de tristeza y añoranzas, se pone de presente al acordeonero que tenía la particularidad de sentar cátedra cuando una voz lo llamaba a prestar el servicio musical, caso Jorge Oñate, Fredy Peralta, Gustavo Bula, Carlos Lleras Araújo, José Alfredo Álvarez ‘Pitacoco’, Santander y Estela Durán Escalona, entre otros.
Miguel López quedó inscrito en las páginas del folclor vallenato donde hizo memorables registros de los bajos de su acordeón y dejó una considerable cantidad de clásicos vallenatos compensados en nueve discos (107 canciones) al lado de Jorge Oñate, ‘El Jilguero de América’.
Además, contó sobre las canciones que más le gustaban. ‘Mi gran amigo’, ‘Jardín de Fundación’ y ‘Dina López’ de la autoría de Camilo Namén, Luis Enrique Martínez y Vicente ‘Chente’ Munive, respectivamente, que hoy resuenan más que nunca.
Precisamente expresó que la canción ‘Dina López’ le gustaba porque el compositor lo había nombrado y por ser en aire de merengue. “Y a Migue lo voy a llevá con su acordeón, a darle una serenata a media noche”. Esta canción fue dedicada a una dama importante de La Paz, Cesar.
En medio de la tormenta de tristeza quedan las palabras de su hijo Álvaro López Carrillo, quien siguió al pie de la letra sus enseñanzas musicales hasta llegar a coronarse Rey de Reyes del Festival de la Leyenda Vallenata. “De mi padre valoré su humildad, su sencillez y talento, heredando la vocación de la música. Pude darle grandes satisfacciones y ahora me queda la responsabilidad de perpetuar su legado que es inmenso. Gracias papá por todo”.
Con el sentimiento lleno de lágrimas se vuelve a repetir aquel verso pegado al corazón del universo vallenato. “Tan bueno y tan noble como era mi padre y la muerte infame me lo arrebató. Eso son los dolores y las penas tan grandes que a sufrir en la vida le pone a uno Dios…”.
Miguel López en los últimos años poco tocaba su acordeón, tiraba unos “mochitos” de vez en cuando, pero eso sí, leía la Biblia. Así lo señaló: “Todas las noches antes de acostarme leo la Biblia y le pido a Dios por todos, porque sin Dios no hay nada, sin Dios es como tener el acordeón cerrado”.
Se cerró el acordeón del Quinto Rey Vallenato, pero quedó escrita su historia teniendo la trascendencia de la nota auténtica y porque supo ponerle oficio a los bajos.
Por Juan Rincón Vanegas
@juanrinconv