Son varios los motivos por los que una persona puede quitarle la vida a otra, pero sin duda la avaricia es un factor fundamental que ha ocasionado estruendosos homicidios en la capital del Cesar en los últimos años.
La mente humana es un misterioso universo de capacidades cognitivas en el que perfectamente confluye la memoria, la consciencia y el pensamiento, sin embargo, esas cualidades en casos excepcionales son direccionadas a materializar planes maquiavélicos en el que históricamente prima la codicia y la muerte.
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Basta echar una mirada hacia atrás en el mundo criminal y delincuencial de Valledupar para traer a colación cuatro historias que permanecen en la memoria colectiva durante la última década por la crueldad en la que resultaron asesinadas las víctimas.
La mañana resplandeciente del 11 de julio de 2012 cayó como oscuridad en contra de una pareja de ancianos en el departamento del Cesar. Se trata de Rosa Isabel Mosquera, de 66 años, y su esposo Abel Guaje, de 86 años, quienes partieron de su finca en El Copey en un bus hacia la ciudad de Valledupar para realizar diligencias personales y en el camino fueron interceptados por un sicario.
El pistolero sagazmente se movilizaba como pasajero y en pleno viaje, a la altura del corregimiento de Caracolicito, de repente se levantó, apuntó contra la adulta mayor en la cabeza y le disparó ante la mirada inerme de los demás que iban en el bus.
En el momento todo era asombro y dudas sobre quiénes podrían querer ver muerta a una adulta mayor. Tuvo que transcurrir casi un año para que la investigación de la Fiscalía arrojara que detrás del asesinato estaría Pastor Guaje Blanco y Noe de Jesús Guaje Pinto, padre y nieto, respectivamente, del compañero sentimental de la víctima.
Según la teoría del ente acusador, Pastor Guaje Blanco en coordinación con su hijo quien era policía contrató los servicios de un sicario para que eliminara a la mujer y así evitar que se quedara con los bienes de su familiar que era ganadero.
Por eso, el 9 de junio de 2016 el Juzgado Cuarto Penal del Circuito de Valledupar los condenó a 450 meses de prisión.
“Llegó a la casa en el barrio Obrero buscando un casco, salió y no volvió más”. Eso fue todo lo que hizo en los últimos momentos de vida Manuel Villareal Chávez, justo antes de desaparecer el 27 de mayo de 2010.
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Un año y medio después de estar desaparecido su cadáver fue encontrado el 29 de diciembre del año 2011 en la vereda Paja Larga, del corregimiento de Río Seco, al norte de Valledupar.
Una prueba de ADN permitió que fuera identificado por la familia. El joven fue una de las tantas víctimas que dejó las manos del ‘Monstruo de la Soga’, que no solo nació y se paseó por Valledupar sino que actuó en otros municipios del territorio nacional.
Después de una larga investigación, las autoridades lograron identificarlo como Luis Gregorio Ramírez Maestre, un asesino serial que tenía una particular manera de torturar a los masculinos y robarles la motocicleta.
El sujeto conocido también como el ‘Monstruo de Tenerife’ mataba escalofriantemente a las víctimas: con tres nudos de soga difícil de desatar; el primero ubicado en el cuello que conectaba con otro de las manos y a su vez con las piernas, es decir, que con el movimiento de los miembros inferiores, que quedaban flexionados, las personas morían por asfixia.
Si el anterior caso es oscuro, este sin duda superó las expectativas en la época en que transcurrieron los hechos el 17 de noviembre de 2014. La sencillez y humildad que predominaba en el albañil Candelario Medina Beleño, de 63 años de edad, no le permitieron ver que convivió por muchos con sus enemigos.
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El hombre fue ultimado en su vivienda localizada en la calle 7D con carrera 16 del barrio Pontevedra, al norte de Valledupar.
Según la investigación, los asesinos fueron sus dos hijos Ismael Antonio Medina Saltarín y Javier Darío Medina Lincones, quienes habrían planeado el crimen con dos personas más. Estos son Álvaro Javier Tapias Muñoz y José del Carmen Marrugo Trespalacios, capturados por la Sijín.
La Fiscalía tuvo evidencias que presuntamente demostraron que Candelario Medina murió porque se había ganado $600 millones en una lotería que se negó a compartir con ellos.
“El occiso presentaba en su humanidad unas lesiones ocasionadas con objeto contundente, de acuerdo con los exámenes y reporte de Medicina Legal y Ciencias Forenses de Valledupar fue una muerte violenta producto de politraumatismos severos en el cráneo y tórax”, reza uno de los apartes del proceso que fue llevado por la Fiscalía 16 seccional de Unidad de Vida de Valledupar.
Como si se tratara de una película siniestra, el capataz y otros empleados más de la finca Filadelfia ubicada en la vereda Camperucho, zona rural de la capital del Cesar, mataron a su patrón para que no se diera cuenta de los hurtos que venían cometiendo en el predio.
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La víctima fue el ganadero Juan Felipe ‘Puro’ Ustáriz González, quien en una mañana del 20 de enero de 2019 había llegado a vacunar unas reses en el terreno en compañía de su conductor, Oscar Pupo Martínez y el vacunador Daniel Almenarez.
En el sitio llegaron dos sujetos encapuchados que lo llevaron hasta su carro para dispararle y posteriormente quemar su cuerpo.
Durante pocos meses de una ardua investigación salió a la luz que el todo fue un plan del conductor de confianza de la familia, Oscar Pupo Martínez, el capataz Jackson Cano Surmay y su primo Ladimir Luna Cano, condenados por la justicia.
Otros dos que habrían participado fueron Luis Ángel Cano Surmay y José Luis Ospino Cano, hermano y primo del capataz, respectivamente.
El psiquiatra Alexandro Mindiola explicó que la conducta criminal del hombre está muy asociada a trastornos de personalidad antisocial, que son aquellas que buscan satisfacer intereses propios violando los derechos de los demás sin remordimiento.
“No es una enfermedad como tal. Hay algo que se llama trastornos psicopáticos de la personalidad, que son personas que realmente disfrutan del mal ajeno y la avaricia los lleva a cometer todo tipo de acto con tal de satisfacer sus necesidades sin importar el daño que le cause a los demás”, acotó.
Explicó que esos trastornos son los que mueven a los asesinos en series y no tienen tratamiento. “Son conductas que la persona puede ir desarrollando en el crecimiento o tienen el antecedente de la predisposición para irla adquiriendo. En eso no hay un tratamiento que valga”, puntualizó el profesional de la salud mental.
Son varios los motivos por los que una persona puede quitarle la vida a otra, pero sin duda la avaricia es un factor fundamental que ha ocasionado estruendosos homicidios en la capital del Cesar en los últimos años.
La mente humana es un misterioso universo de capacidades cognitivas en el que perfectamente confluye la memoria, la consciencia y el pensamiento, sin embargo, esas cualidades en casos excepcionales son direccionadas a materializar planes maquiavélicos en el que históricamente prima la codicia y la muerte.
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Basta echar una mirada hacia atrás en el mundo criminal y delincuencial de Valledupar para traer a colación cuatro historias que permanecen en la memoria colectiva durante la última década por la crueldad en la que resultaron asesinadas las víctimas.
La mañana resplandeciente del 11 de julio de 2012 cayó como oscuridad en contra de una pareja de ancianos en el departamento del Cesar. Se trata de Rosa Isabel Mosquera, de 66 años, y su esposo Abel Guaje, de 86 años, quienes partieron de su finca en El Copey en un bus hacia la ciudad de Valledupar para realizar diligencias personales y en el camino fueron interceptados por un sicario.
El pistolero sagazmente se movilizaba como pasajero y en pleno viaje, a la altura del corregimiento de Caracolicito, de repente se levantó, apuntó contra la adulta mayor en la cabeza y le disparó ante la mirada inerme de los demás que iban en el bus.
En el momento todo era asombro y dudas sobre quiénes podrían querer ver muerta a una adulta mayor. Tuvo que transcurrir casi un año para que la investigación de la Fiscalía arrojara que detrás del asesinato estaría Pastor Guaje Blanco y Noe de Jesús Guaje Pinto, padre y nieto, respectivamente, del compañero sentimental de la víctima.
Según la teoría del ente acusador, Pastor Guaje Blanco en coordinación con su hijo quien era policía contrató los servicios de un sicario para que eliminara a la mujer y así evitar que se quedara con los bienes de su familiar que era ganadero.
Por eso, el 9 de junio de 2016 el Juzgado Cuarto Penal del Circuito de Valledupar los condenó a 450 meses de prisión.
“Llegó a la casa en el barrio Obrero buscando un casco, salió y no volvió más”. Eso fue todo lo que hizo en los últimos momentos de vida Manuel Villareal Chávez, justo antes de desaparecer el 27 de mayo de 2010.
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Un año y medio después de estar desaparecido su cadáver fue encontrado el 29 de diciembre del año 2011 en la vereda Paja Larga, del corregimiento de Río Seco, al norte de Valledupar.
Una prueba de ADN permitió que fuera identificado por la familia. El joven fue una de las tantas víctimas que dejó las manos del ‘Monstruo de la Soga’, que no solo nació y se paseó por Valledupar sino que actuó en otros municipios del territorio nacional.
Después de una larga investigación, las autoridades lograron identificarlo como Luis Gregorio Ramírez Maestre, un asesino serial que tenía una particular manera de torturar a los masculinos y robarles la motocicleta.
El sujeto conocido también como el ‘Monstruo de Tenerife’ mataba escalofriantemente a las víctimas: con tres nudos de soga difícil de desatar; el primero ubicado en el cuello que conectaba con otro de las manos y a su vez con las piernas, es decir, que con el movimiento de los miembros inferiores, que quedaban flexionados, las personas morían por asfixia.
Si el anterior caso es oscuro, este sin duda superó las expectativas en la época en que transcurrieron los hechos el 17 de noviembre de 2014. La sencillez y humildad que predominaba en el albañil Candelario Medina Beleño, de 63 años de edad, no le permitieron ver que convivió por muchos con sus enemigos.
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El hombre fue ultimado en su vivienda localizada en la calle 7D con carrera 16 del barrio Pontevedra, al norte de Valledupar.
Según la investigación, los asesinos fueron sus dos hijos Ismael Antonio Medina Saltarín y Javier Darío Medina Lincones, quienes habrían planeado el crimen con dos personas más. Estos son Álvaro Javier Tapias Muñoz y José del Carmen Marrugo Trespalacios, capturados por la Sijín.
La Fiscalía tuvo evidencias que presuntamente demostraron que Candelario Medina murió porque se había ganado $600 millones en una lotería que se negó a compartir con ellos.
“El occiso presentaba en su humanidad unas lesiones ocasionadas con objeto contundente, de acuerdo con los exámenes y reporte de Medicina Legal y Ciencias Forenses de Valledupar fue una muerte violenta producto de politraumatismos severos en el cráneo y tórax”, reza uno de los apartes del proceso que fue llevado por la Fiscalía 16 seccional de Unidad de Vida de Valledupar.
Como si se tratara de una película siniestra, el capataz y otros empleados más de la finca Filadelfia ubicada en la vereda Camperucho, zona rural de la capital del Cesar, mataron a su patrón para que no se diera cuenta de los hurtos que venían cometiendo en el predio.
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La víctima fue el ganadero Juan Felipe ‘Puro’ Ustáriz González, quien en una mañana del 20 de enero de 2019 había llegado a vacunar unas reses en el terreno en compañía de su conductor, Oscar Pupo Martínez y el vacunador Daniel Almenarez.
En el sitio llegaron dos sujetos encapuchados que lo llevaron hasta su carro para dispararle y posteriormente quemar su cuerpo.
Durante pocos meses de una ardua investigación salió a la luz que el todo fue un plan del conductor de confianza de la familia, Oscar Pupo Martínez, el capataz Jackson Cano Surmay y su primo Ladimir Luna Cano, condenados por la justicia.
Otros dos que habrían participado fueron Luis Ángel Cano Surmay y José Luis Ospino Cano, hermano y primo del capataz, respectivamente.
El psiquiatra Alexandro Mindiola explicó que la conducta criminal del hombre está muy asociada a trastornos de personalidad antisocial, que son aquellas que buscan satisfacer intereses propios violando los derechos de los demás sin remordimiento.
“No es una enfermedad como tal. Hay algo que se llama trastornos psicopáticos de la personalidad, que son personas que realmente disfrutan del mal ajeno y la avaricia los lleva a cometer todo tipo de acto con tal de satisfacer sus necesidades sin importar el daño que le cause a los demás”, acotó.
Explicó que esos trastornos son los que mueven a los asesinos en series y no tienen tratamiento. “Son conductas que la persona puede ir desarrollando en el crecimiento o tienen el antecedente de la predisposición para irla adquiriendo. En eso no hay un tratamiento que valga”, puntualizó el profesional de la salud mental.