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Valledupar podría quedarse sin sombra: la urgencia sanitaria que crece entre sus árboles

La educación también debe jugar un papel central. Iniciativas como la Cátedra del Árbol, promovida por organizaciones civiles, deben dejar de ser simbólicas.

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En la ciudad, la sombra de un árbol representa mucho más que alivio frente al calor. Es cultura, hábitat, bienestar colectivo y equilibrio urbano. Pero hoy, esa cobertura vegetal enfrenta una amenaza silenciosa. La capital del Cesar presencia, sin respuesta mayor institucional, una emergencia sanitaria en su patrimonio natural: miles de individuos arbóreos están muriendo a la vista de todos, víctimas de un abandono técnico sostenido.

Un reciente estudio de la Fundación Universitaria del Área Andina revela que al menos un tercio de los ejemplares en espacios públicos presenta enfermedades y casi la mitad está afectado por plagas. A pesar de lo contundente de los datos, no existen planes de contingencia ni campañas de control fitosanitario. El municipio parece resignado a perder, sin resistencia, su defensa contra el calor y la contaminación.

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Hoy Valledupar cuenta con más de 130 mil unidades vegetales urbanas, de las cuales unas 100 mil se ubican en parques, separadores y bulevares. La especie predominante es el mango, que representa el 50% del arbolado. Paradójicamente, es también la más vulnerable: el muérdago la invade, los hongos la debilitan y el comején la termina por destruir. El desenlace es inevitable: una muerte lenta y evitable.

La falta de una estrategia pública estructurada agrava la situación. No existe un diagnóstico individualizado, ni una base de datos actualizada, ni protocolos de manejo o seguimiento. Los árboles en espacio público son, literalmente, cuerpos sin historia clínica. Y el mensaje institucional es alarmante: no hay política, ni urgencia, ni interés.

La negligencia tiene consecuencias 

La diferencia con el arbolado privado es abismal. En jardines y patios residenciales, estos organismos muestran mejor salud. ¿Por qué? Reciben permanente mantenimiento, podas anuales y atención oportuna. En cambio, los ubicados en el espacio público están huérfanos: nadie responde por ellos, nadie los cuida.

Esta negligencia tiene consecuencias concretas. Si no se actúa, la ciudad podría perder su arbolado de mango en menos de diez años. Y los ejemplares debilitados por plagas estructurales podrían convertirse en amenazas: ramas que caen sobre viviendas, carros o personas. Lo que hoy es un problema ambiental, pronto será uno de seguridad ciudadana.

Frente a esto, el llamado es claro. Se necesita con urgencia una actualización del censo arbóreo, que incluya georreferenciación, diagnóstico sanitario por ejemplar y seguimiento periódico. Cada unidad debe tener su ficha técnica. Incluso, el uso de tecnologías como códigos QR permitiría que cualquier ciudadano conozca el estado de salud de cada espécimen. Porque lo que no se conoce, no se protege.

La educación también debe jugar un papel central. Iniciativas como la Cátedra del Árbol, promovida por organizaciones civiles, deben dejar de ser simbólicas. Hay que implementarlas en las escuelas y colegios, formar desde la infancia una conciencia ambiental que perdure y capacite a futuras generaciones para defender su entorno.

Este no es un problema del mañana. Es un hecho concreto, actual y urgente, que exige decisiones técnicas, políticas y presupuestales. No basta con sembrar más árboles como acto ceremonial. Se trata de cuidar los que ya existen y hacerlo con rigor técnico, continuidad y voluntad.

El arbolado urbano debe entenderse como una infraestructura esencial, al mismo nivel que el alumbrado público, los acueductos o las vías. Su deterioro no es solo una pérdida paisajística: es una falla institucional y un síntoma de abandono urbano.

Todavía estamos a tiempo. Pero el reloj ambiental de Valledupar avanza. Cada ejemplar perdido no se reemplaza solo con una nueva siembra. Se pierde su historia, su función ecosistémica y su valor para la comunidad. En resumen: si no actuamos ahora, no será el sol lo que más nos queme, sino la indiferencia.

Por: Antonio Rudas, de Ingeniería Ambiental  de Areandina Valledupar 

Temas tratados
  • Cátedra del Árbol
  • Enfermedades de los árboles
  • Fundación Universitaria del Área Andina

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