Haciéndole el juego a la teoría del montaje y al teatro político, los medios hegemónicos amplifican el caos que subyace en una Colombia que nunca ha conocido la normalidad, martirizada por la violencia partidista y la gran brecha social, empeñados en invisibilizar los logros del gobierno, minimizar el impacto de sus propuestas y magnificar cualquier dificultad, siguiendo los intereses ocultos de conglomerados transnacionales y élites económicas.
En una patria apátrida, que nunca ha sido garante de proteger la vida, ni siquiera la de los propios miembros de la fuerza pública y cuerpos de seguridad del Estado, a la luz de 215 años de República, con gobiernos todos de derecha, excepto el actual rotulado de izquierda progresista, hay que insistir hasta la saciedad en la pedagogía de hacer saber que la calidad humana y los valores transcienden las barreras ideológicas.
Hacer notar que las ideologías son un sofisma, un fraude en función de polarizar e impedir la convivencia con la diferencia, coyunturas que capitalizan muchos para descargar responsabilidades e inculpar gobiernos sin mirar la historia retrospectiva y contemporánea, manchada de crímenes masivos y selectivos, sin atrapar a los determinadores. Al estilo Al Capone, buscan reposicionar figuras desgastadas y obtener réditos políticos, lo que coloquialmente configura el dicho de “pescar en río revuelto”, a poco de un año preelectoral.
Tampoco nos ruboriza estratificar e instrumentalizar políticamente el dolor ajeno en medio del drama familiar, aunque huelga decir que a uno le duele morirse por no dejar a sus seres queridos, por el desarraigo físico, solía decir el profesor Manuel Palencia Carat.
Es inocultable que el país ha madurado y se rige por un nuevo código emocional, tal vez producto de la madurez política. Ya no se deja manipular fácilmente y sabe diferenciar entre el duelo, que es intrínseco a la familia, y la solidaridad que etiqueta el cumplido social, sin soslayar que la pena en el alma es más cruenta que la pena en el cuerpo, describió Sirus. Pero no se refirió el autor griego al show mediático de quienes sacan provecho del infortunio, se pavonean y se rasgan las vestiduras en un funeral, aunque el verdadero dolor es el que se sufre sin testigos por la ausencia del ser querido.
Los grandes magnicidios nacionales e internacionales obedecen a jerarquías de estructuras criminales horizontales, eslabones que se diluyen en la cadena de autorías intelectuales: desde quienes ordenaron el exterminio de la UP hasta los asesinatos de candidatos presidenciales aún sin esclarecer. Para refrescar algunos: Jorge Eliécer Gaitán; el expresidente de Estados Unidos, John Fitzgerald Kennedy; Martin Luther King, líder pacifista por los derechos civiles; Carlos Pizarro Leongómez y Álvaro Gómez Hurtado, en una espiral de muertes execrables que sería prolijo enumerar.
Por: Miguel Aroca Yepes.












