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Los que juegan a la amargura obsesiva

No es una catarsis emocional, ni mucho menos un sermón o prédica contra los apasionados; tampoco una arenga.

Fausto Cotes, columnista de EL PILÓN.

Fausto Cotes, columnista de EL PILÓN.

Por: Fausto

@el_pilon

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No es una catarsis emocional, ni mucho menos un sermón o prédica contra los apasionados; tampoco una arenga. Se trata de poner las cosas sobre la mesa sin esconder la verdad, para quitar la careta a aquellos que se valen de sus obsesiones desmedidas para defender sus malas y pésimas actuaciones públicas o privadas como para atacar y contra atacar los actos ajenos, buenos o malos, sin medida alguna.

Va dirigida a los que juegan a la derecha e izquierda buscando siempre la dirección de los vientos favorables, que no son más que los verdaderos traidores del pueblo. Los que se disfrazan con trapos de todos los colores con figuras enigmáticas y fantásticas, y que son los verdaderos destructores del capital y el trabajo, y bajo la hipocresía tratan de manejar el mundo.

Va dirigida a los que frecuentemente lanzan discursos para enfrentar ricos y pobres a través de las armas del odio, y que no son más que los verdaderos verdugos de la estabilidad social, los verdaderos promotores de la guerra y enemigos permanentes de la paz.

Aquellos que buscan por sus aromas las flores por todas partes, bajo el estímulo del placer con la ausencia del esfuerzo, la creatividad y el trabajo, olvidando la esencia de su naturaleza misma, y que con frecuencia se arrodillan ante el mal; desde luego, son los verdaderos promotores de las discordias.

Aquellos que, con sus ambiciones excesivas, frutos del resentimiento y que dentro de sus riquezas materiales en abundancia adquiridas a las que adornan con candelabros de muerte, son los que aparentan poseer la sensibilidad social y bajo la mentira sacuden el árbol de la pobreza para que sus semillas se rieguen por todas partes, se reproduzcan, mueran y resuciten con el peso de la angustia, la desesperación y el olvido.

Aquellos que detrás de la puerta ya no colocan trancas sueltas, sino las cerraduras que solo abren ante la enemistad y el conflicto, renegando de los conceptos demócratas, los que a todos los caminos de prosperidad realizables les colocan piedras y espinas, y que son infieles a las creencias y costumbres dentro de su comunidad sin refutarlas en relación con los principios de la libertad y el orden, la filosofía religiosa y étnica, los principios de la ética, la moral y las buenas actuaciones de respeto y ascendencias, no son sino los hijos de la historia sangrienta de la humanidad que a través de todos los tiempos perdieron la memoria de su propia historia, y las emociones simples las cambiaron por las más negativas clasificadas bajo su decantación en sentimientos, que les  han llevado a desistir de las buenas iniciativas por no tener la capacidad de utilizar su buen pensamiento  a sabiendas de que este les asiste dentro de su propio espíritu.

 Va dirigida a aquellos que reniegan del raciocinio y de la crítica sana porque no pueden con las fuerzas externas del desprecio social por sus aptitudes obtusas, que no han logrado detenerse en el tiempo para un instante de reflexión y cordura; esos son los que verdaderamente quieren acabar con la confraternidad, el amor, el progreso, la vida visible, para fomentar su amargura en cada punto sobre la tierra bajo la imposición, opresión, la ira y el miedo. 

A estos hay que aplicarles un exorcismo completo de cuerpo y alma, para sacar de ésta el diablo y de aquel cuerpo la corrosión de una sangre maldita, que busca teñir de rojo la esperanza y las ilusiones de aquellos que predican y practican la verdadera sensibilidad social.

A esos aún manejables con el perdón, de redimir sus pecados es posible, pero no se les puede aplicar el olvido hasta tanto no rectifiquen su conducta y los atrape la dignidad, si aún les quedan algunos rezagos de la misma.

Sería una obra de arte hacer sonreír al amargado obsesivo, y si se logra, se le estaría dando un pequeño espacio para el encuentro con la sinceridad bajo el peso de la justicia, pero en la balanza de la equidad.

Por: Fausto Cotes N.

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