En una competencia holística como lo son los juegos olímpicos, no solo se mide la capacidad deportiva y artística de los países participantes, sino también qué tipo de sociedad tienen. El deporte, junto a la estructura educativa y sanitaria, nos indica el grado de compromiso antropocéntrico de cada gobierno. Que un país sea rico no […]
En una competencia holística como lo son los juegos olímpicos, no solo se mide la capacidad deportiva y artística de los países participantes, sino también qué tipo de sociedad tienen. El deporte, junto a la estructura educativa y sanitaria, nos indica el grado de compromiso antropocéntrico de cada gobierno.
Que un país sea rico no es condición suficiente para triunfar en un certamen de esta naturaleza si no se tienen las políticas necesarias para lograrlo. Tampoco la pureza racial garantiza el triunfo; en las olimpiadas de 1936, momentos en los cuales Hitler pretendía demostrar la superioridad aria, un norteamericano negro, Jesse Owens, derrotó en los 100 y 200 metros planos esa supuesta superioridad. En Tokio 2020, EE.UU y China se jugaron su rol de potencias económicas y tecnológicas del mundo con grandes delegaciones.
Pero que Cuba, un pequeño país, con muchas limitaciones económicas, con un bloqueo de 60 años, estigmatizada y conculcados sus derechos internacionales, ocupe el puesto 14° con 15 medallas, 7 de oro, el 2° de América Latina (AL), empatando en oros con Brasil, merece algunas consideraciones; en promedio, uno de cada cuatro deportistas ganó una medalla. Cuba ha priorizado su precario presupuesto en salud, educación y deporte.
En un buen deportista la presencia del Estado es indispensable; la alimentación de la niñez es una condición sine qua non. En Cuba la tasa de desnutrición infantil es 0, lo dice la Unicef; la de mortalidad infantil 4.5/1000, la mejor de América, incluido los EE.UU., con una probabilidad de supervivencia del 99.5 %. Ahí comienza la calidad deportiva. En Cuba el deporte es una profesión que tiene estatus y hace parte de los valores patrios. El gobierno cubano tiene claros sus objetivos.
Pero Cuba no solo se destaca en esta actividad: es el único país de A.L. en presentar ante el mundo dos vacunas contra el covid-19 en 3ª fase, reconocidas por la OMS, y eso también es oro. En Colombia, en cambio, no existe una verdadera política deportiva, pese a que Mindeportes recibió casi $1.3 billones en los años 2020/21; aquí cada quien escoge según sus posibilidades y es difícil que un pobre practique tenis, clavados o gimnasia artística; solo puede escoger levantamiento de pesas o boxeo, dos actividades casi bárbaras, cuya observancia produce más dolor que satisfacción; su inclusión en las olimpiadas es un rezago del foro romano que invisibiliza la miseria en la cual se crían estos resignados deportistas que se inician en algún garaje; el fútbol, el beisbol y el ciclismo son otras alternativas.
Son estos estratos de la sociedad, por fortuna, los que nos han permitido ganar unas medallas, solo 5 esta vez, ninguna de oro. Ya ni Mariana Pajón, ni Katerine Ibargüen nos pudieron ofrecer su acostumbrado oro; tampoco el ciclismo, nuestra insignia, y esto es algo preocupante. Ocupamos el 66° puesto por debajo de Cuba, Bermudas, Bahamas, Jamaica y Puerto Rico. Claro, este es un fenómeno latino; el caso de Argentina, donde el fútbol absorbió toda instancia deportiva, es aún más deplorable. Infortunadamente para ellos, no tienen los negros que nosotros sí tenemos pero que solo en estos momentos recordamos.
En una competencia holística como lo son los juegos olímpicos, no solo se mide la capacidad deportiva y artística de los países participantes, sino también qué tipo de sociedad tienen. El deporte, junto a la estructura educativa y sanitaria, nos indica el grado de compromiso antropocéntrico de cada gobierno. Que un país sea rico no […]
En una competencia holística como lo son los juegos olímpicos, no solo se mide la capacidad deportiva y artística de los países participantes, sino también qué tipo de sociedad tienen. El deporte, junto a la estructura educativa y sanitaria, nos indica el grado de compromiso antropocéntrico de cada gobierno.
Que un país sea rico no es condición suficiente para triunfar en un certamen de esta naturaleza si no se tienen las políticas necesarias para lograrlo. Tampoco la pureza racial garantiza el triunfo; en las olimpiadas de 1936, momentos en los cuales Hitler pretendía demostrar la superioridad aria, un norteamericano negro, Jesse Owens, derrotó en los 100 y 200 metros planos esa supuesta superioridad. En Tokio 2020, EE.UU y China se jugaron su rol de potencias económicas y tecnológicas del mundo con grandes delegaciones.
Pero que Cuba, un pequeño país, con muchas limitaciones económicas, con un bloqueo de 60 años, estigmatizada y conculcados sus derechos internacionales, ocupe el puesto 14° con 15 medallas, 7 de oro, el 2° de América Latina (AL), empatando en oros con Brasil, merece algunas consideraciones; en promedio, uno de cada cuatro deportistas ganó una medalla. Cuba ha priorizado su precario presupuesto en salud, educación y deporte.
En un buen deportista la presencia del Estado es indispensable; la alimentación de la niñez es una condición sine qua non. En Cuba la tasa de desnutrición infantil es 0, lo dice la Unicef; la de mortalidad infantil 4.5/1000, la mejor de América, incluido los EE.UU., con una probabilidad de supervivencia del 99.5 %. Ahí comienza la calidad deportiva. En Cuba el deporte es una profesión que tiene estatus y hace parte de los valores patrios. El gobierno cubano tiene claros sus objetivos.
Pero Cuba no solo se destaca en esta actividad: es el único país de A.L. en presentar ante el mundo dos vacunas contra el covid-19 en 3ª fase, reconocidas por la OMS, y eso también es oro. En Colombia, en cambio, no existe una verdadera política deportiva, pese a que Mindeportes recibió casi $1.3 billones en los años 2020/21; aquí cada quien escoge según sus posibilidades y es difícil que un pobre practique tenis, clavados o gimnasia artística; solo puede escoger levantamiento de pesas o boxeo, dos actividades casi bárbaras, cuya observancia produce más dolor que satisfacción; su inclusión en las olimpiadas es un rezago del foro romano que invisibiliza la miseria en la cual se crían estos resignados deportistas que se inician en algún garaje; el fútbol, el beisbol y el ciclismo son otras alternativas.
Son estos estratos de la sociedad, por fortuna, los que nos han permitido ganar unas medallas, solo 5 esta vez, ninguna de oro. Ya ni Mariana Pajón, ni Katerine Ibargüen nos pudieron ofrecer su acostumbrado oro; tampoco el ciclismo, nuestra insignia, y esto es algo preocupante. Ocupamos el 66° puesto por debajo de Cuba, Bermudas, Bahamas, Jamaica y Puerto Rico. Claro, este es un fenómeno latino; el caso de Argentina, donde el fútbol absorbió toda instancia deportiva, es aún más deplorable. Infortunadamente para ellos, no tienen los negros que nosotros sí tenemos pero que solo en estos momentos recordamos.