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Columnista - 27 febrero, 2010

Lluvia de sobres

Por: José Gregorio Guerrero Ramírez Esta historia me la contó (sin el ánimo necesario de que la escribiera) un amigo Vallenato que vive en Europa Noroccidental, más exactamente en Bélgica: lo invitaron a una fiesta de quince años, ahora que estuvo de visita por estas tierras, y encontró que las fiestas nuestras son diferentes a […]

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Por: José Gregorio Guerrero Ramírez


Esta historia me la contó (sin el ánimo necesario de que la escribiera) un amigo Vallenato que vive en Europa Noroccidental, más exactamente en Bélgica: lo invitaron a una fiesta de quince años, ahora que estuvo de visita por estas tierras, y encontró que las fiestas nuestras son diferentes a lo que fueron en un pasado no muy lejano. Ya verán porque…
Llegó bien temprano al festín, acompañado de Helen su esposa (una Europea capaz de enfrentársele al deleitable reto de hacer, desde unos patacones bien crocantes, hasta una arepa de huevo doble yema; pasando por las exigencias gastronómicas de un buen arroz de fideo con cucayo, bollos de maíz y chicharrones).
Ambos fueron vestidos de blanco, él con su respectiva guayabera de lino de hilo y unos zapatos prestados un poco pequeños.   Al llegar a la fiesta encuentra un osario de madera, que poco tiempo después supo que era un cofre donde se depositarían los sobres llenos de dinero (pesos, euros y dólares) “esa vaina es nueva para mi” dijo.
Al filo de la media noche apagaron las luces, y entra una tambora con una procesión de gente detrás bailando  “te olvidé” del maestro Peñalosa (yo te amé con gran delirio, con pasión desenfrenada…) “esta es la hora loca” le dijo alguien,  “¿loca?” Preguntó él – “si loca” le respondieron.  Mientras los cuerpos humanos transpiraban euforia, y parecían títeres manejados por titiriteros inexpertos, con los hilos desgastados y con los movimientos repetidos de los años.
El tiempo simuló detenerse, la juma de los borrachos fue despedida de su torrente sanguíneo por los poros; el buffet sintió la dura indiferencia de los invitados; la música era la princesa de la fiesta. Las mujeres bailaban con velas en sus manos como intimidando la oscuridad de la noche; el fandango fue descomunal, de señor y padre mío.
Al terminar  la tambora, encienden la luz y los padres de la quinceañera van a recoger el cofre con los sobres para guardarlo, y vaya sorpresa ¡el cofre había desaparecido!. El rostro se les endureció, parecían comer motas de algodón, tragaban en seco; pero intentaban disimularlo de la mejor y más fácil manera, diciendo que todo estaba bien, con una sonrisa ajena (empuñaban la mano y dejaban el pulgar erecto) “chévere, chévere”, decían. Pero al buscar palmo a palmo y no encontrar rastro alguno, reventaron en llanto los tres: la cumplimentada y sus padres.
Algunas amigas allegadas se sumaron por pura solidaridad. “había pestañina de la barata en ojos finos, se les regó en los cachetes”- me dijo el Core – “que momento tan duro para la familia, peor es un difunto” repetía.  La fiesta continúo a empujones (retroceder no es una opción, dice Juan Manuel Santos y le creo), y antes del amanecer, al filo de la mañana saca “el Core Pareja” el osario del jardín y grita: ¡sorpresa! mostrando el baúl en la mano con movimientos truculentos. Vainas del Core Pareja son…
Feliz fin de semana

www.goyoguerrero.com
[email protected]

Columnista
27 febrero, 2010

Lluvia de sobres

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
José Gregorio Guerrero Ramírez

Por: José Gregorio Guerrero Ramírez Esta historia me la contó (sin el ánimo necesario de que la escribiera) un amigo Vallenato que vive en Europa Noroccidental, más exactamente en Bélgica: lo invitaron a una fiesta de quince años, ahora que estuvo de visita por estas tierras, y encontró que las fiestas nuestras son diferentes a […]


Por: José Gregorio Guerrero Ramírez


Esta historia me la contó (sin el ánimo necesario de que la escribiera) un amigo Vallenato que vive en Europa Noroccidental, más exactamente en Bélgica: lo invitaron a una fiesta de quince años, ahora que estuvo de visita por estas tierras, y encontró que las fiestas nuestras son diferentes a lo que fueron en un pasado no muy lejano. Ya verán porque…
Llegó bien temprano al festín, acompañado de Helen su esposa (una Europea capaz de enfrentársele al deleitable reto de hacer, desde unos patacones bien crocantes, hasta una arepa de huevo doble yema; pasando por las exigencias gastronómicas de un buen arroz de fideo con cucayo, bollos de maíz y chicharrones).
Ambos fueron vestidos de blanco, él con su respectiva guayabera de lino de hilo y unos zapatos prestados un poco pequeños.   Al llegar a la fiesta encuentra un osario de madera, que poco tiempo después supo que era un cofre donde se depositarían los sobres llenos de dinero (pesos, euros y dólares) “esa vaina es nueva para mi” dijo.
Al filo de la media noche apagaron las luces, y entra una tambora con una procesión de gente detrás bailando  “te olvidé” del maestro Peñalosa (yo te amé con gran delirio, con pasión desenfrenada…) “esta es la hora loca” le dijo alguien,  “¿loca?” Preguntó él – “si loca” le respondieron.  Mientras los cuerpos humanos transpiraban euforia, y parecían títeres manejados por titiriteros inexpertos, con los hilos desgastados y con los movimientos repetidos de los años.
El tiempo simuló detenerse, la juma de los borrachos fue despedida de su torrente sanguíneo por los poros; el buffet sintió la dura indiferencia de los invitados; la música era la princesa de la fiesta. Las mujeres bailaban con velas en sus manos como intimidando la oscuridad de la noche; el fandango fue descomunal, de señor y padre mío.
Al terminar  la tambora, encienden la luz y los padres de la quinceañera van a recoger el cofre con los sobres para guardarlo, y vaya sorpresa ¡el cofre había desaparecido!. El rostro se les endureció, parecían comer motas de algodón, tragaban en seco; pero intentaban disimularlo de la mejor y más fácil manera, diciendo que todo estaba bien, con una sonrisa ajena (empuñaban la mano y dejaban el pulgar erecto) “chévere, chévere”, decían. Pero al buscar palmo a palmo y no encontrar rastro alguno, reventaron en llanto los tres: la cumplimentada y sus padres.
Algunas amigas allegadas se sumaron por pura solidaridad. “había pestañina de la barata en ojos finos, se les regó en los cachetes”- me dijo el Core – “que momento tan duro para la familia, peor es un difunto” repetía.  La fiesta continúo a empujones (retroceder no es una opción, dice Juan Manuel Santos y le creo), y antes del amanecer, al filo de la mañana saca “el Core Pareja” el osario del jardín y grita: ¡sorpresa! mostrando el baúl en la mano con movimientos truculentos. Vainas del Core Pareja son…
Feliz fin de semana

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[email protected]